Bienvenidos, But . . . Hispanos y la Arquidiócesis de Nueva York, 1952-1982

INTRODUCCIÓN

P. Felix Varela

La Diócesis de Nueva York fue erigida en el año 1808. Durante los primeros veinte años un sacerdote cubano, Félix Varela, exiliado por la Corona Española debido a su lucha en favor de la independencia de su país, vino a desarrollar su trabajo pastoral en la ciudad de Nueva York, en la parroquia de San Pedro en Manhattan. Fue el primer párroco de la parroquia del Cristo, dividida en 1827 en las parroquias de Santiago y de la Transfiguración. Después de servir como párroco de la parroquia de Santiago, fue nombrado vicario general de la diócesis. Otro español exiliado, el sacerdote Ildefonso Madrano, fundó la parroquia de San Pedro en Staten Island.
Como Teilhard De Chardin comentó en su gran obra sobre la evolución como desarrollo humano, “Nada es tan delicado y fugitivo por su propia naturaleza como un comienzo . . . Los comienzos tienen una fragilidad esencial e irritante, una que debe ser tomados en serio por todos aquellos que se ocupan de la historia.” Lo mismo sucedió en los inicios de la presencia de la población de habla hispana en la ciudad de Nueva York. Existen datos acerca de la presencia de españoles e hispano-americanos en la ciudad de Nueva York desde los tiempos coloniales. Hubo puertorriqueños que vivían allí desde antes de la Revolución. El puerto y la ciudad han sido siempre una de las grandes puertas de entrada a los Estados Unidos y los hispanos siempre han pasado a través de ella.
Presentamos a continuación una visión sumaria de conjunto del desarrollo del ministerio especial a los Hispanos en la Arquidiócesis de Nueva York, especialmente por los tres primeros décadas de unos esfuerzos sin precedentes para responder a la inmigración masiva de puertorriqueños y otros pueblos de habla hispana durante la segunda mitad del siglo veinte. Tratar este tema detalladamente exige un estudio mucho más elaborado y científico que esta humilde presentación. He intentado llamar atención a los comienzos y momentos de decisión más significativos que conozco. Excepto de la oficina hispana arquidiocesana, ninguna otra oficina, agencia, institución o programa tiene una explicación detallada ni descripción de su historia interna. Narrar la historia de cada parroquia y su ministerio hispano supondría escribir un libro de cada una de ellas. Cada agencia de Caridades Católicas y departamento pastoral podría llamar atención a una extensa historia de éxitos. En general nada de eso aparece en este estudio.
Por supuesto lo que es seleccionado, descrito y destacado y la estructura misma  de organización del estudio refleja una interpretación y punto de visita particular. El propósito mio ha sido ser tan objetive posible, ser franco y conciso y manifestar lo que creo es la brillante historial de logros de la Arquidiócesis de Nueva York. En ciertas áreas hubiera deseado incluir datos más precisos, pero las limitaciones de tiempo y de accesibilidad a personas y archivos lo imposibilitaron.
Agradezco enormemente las muchas personas que me compartieron su tiempo y reflexiones y la Sra. Carmen Goytia y la Srta. María Quiñones por su ayuda clerical.


I. INSTITUCIONES Y PARROQUIAS ETNICAS

Desde los inicios de Nueva Ámsterdam en 1609 hasta su conquista por parte de Inglaterra en 1664, casi la única presencia católica conocida fue el paso de Isaac Jogues por la colonia hacia Inglaterra después de su rescate de los Iroquois. En 1682 Thomas Dongan, un católico, fue nombrado gobernador de Nueva York y trajó aquí algunos jesuitas y decretó una carta de derechos por la colonia garantizando la libertad religiosa. El desarrollo de la Iglesia Católica en Nueva York se cortó a raíz por la revolución de 1688 y en 1693 la Iglesia de Inglaterra fue establecida por ley, seguida por una legislación penal contra la católicos.
Cuando el Padre John Carroll, prefecto apostólico de la Iglesia en los Estados Unidos, presentó su informe a la Congregación de la Propaganda en 1785, indicó de la existencia de una población católica de al menos 1,500 personas en el Estado de Nueva York. Cuando el Padre Charles Whelan, O.F.M. Cap. fue designado por el P. Carroll al cargo de cuidado de los católicos en la ciudad de Nueva York, tenía una congregación de 200 feligreses, quienes obtuvieron personalidad jurídica por su comunidad y comenzaron a construir un templo en 1785. La Iglesia en Nueva York desde sus inicios fue una minoría en medio de una abrumadora cultura anglosajona protestante.

La Identidad Étnica de la Iglesia Neoyorquina

Los primeros feligreses católicos en Nueva York fueron mayormente ingleses e irlandeses. Finalizando el siglo XVIII y principiando el XIX, los irlandeses constituían el número más grande de católicos inmigrantes en los Estados Unidos. Hacia los años 1850, debido a una masiva llegada de muchísimos mas inmigrantes irlandeses, mayormente católicos, la nacionalidad dominante de la Iglesia neoyorquina fue obviamente la irlandesa. En términos de la población católica, continuó dominando por los siguientes 100 años; en términos de los líderes ordenados, aún hoy dominan los irlandeses. Testimonio de esto es la sucesión de obispos en Nueva York: Concanen, Connolly, Dubois, Hughes, McCloskey, Corrigan, Farley, Hayes, Spellman y Cooke.
Desde los inicios de la Iglesia en Nueva York hubo católicos que no hablaban inglés, una minoría en una comunidad católica predominantemente irlandesa, la cual a su vez era una minoría en la sociedad estadounidense mayoritaria. En 1810 el P. Anthony Kohlman, S.J. fue nombrado administrador de la nueva Diócesis de Nueva York después de la muerte de su primer obispo Luke Concanen, O.P. quien había muerto en Nápoles, Italia, antes de prender posesión de su sede. Una razón especial para el nombramiento del P. Kohlman fue para que se hiciera cargo de los católicos de lengua alemana. Irónicamente fue él que fundó la iglesia catedral de San Patricio.
Dado que los emigrantes europeos aumentaron durante el siglo XIX tanto la Iglesia Americana como la de Nueva York llegaron a convertirse en una comunidad rica en nacionalidades y culturas diversas. Escribiendo acerca de los puertorriqueños en 1954, el P. George Kelly hizo la observación: “La Iglesia americana al igual que diócesis como la de Nueva York, son únicas en la historia de la Iglesia Universal, por lo menos en relación al hecho de que ninguna rama local del Cuerpo Místico haya tenido que trabajar por largo tiempo con tantos nuevos miembros cuya educación, cultura y costumbres religiosas, así como sus idiomas, fueran tan variados. Tendría uno que remontarse a España, Galia e Italia de los siglos IV y V AD para encontrar una invasión de pueblos semejante a la experiencia americana.

Parroquias Nacionales

Para la población inmigrante irlandesa católica, la parroquia viene a ser el centro de la vida de sus comunidades. Discriminados y no aceptados como iguales en toda la sociedad, los irlandeses levantaron sus iglesias y escuelas con gran sacrificio. La parroquia servía como centro de vida social y organización como un instrumento para preservar su identidad religiosa, cultural y nacional. A través de los sacerdotes, los hijos de los inmigrantes lograron puestos de respeto, eminencia e influencia y la Iglesia sirvió generalmente como una fuerza de empuje en el crecimiento socio-económico de sus miembros.
Al igual que otros grupos étnicos y culturales llegaron en gran número, ellos también tenían las mismas necesidades de consolidación y fortalecimiento de su identidad y cultura, pero las parroquias que ellos encontraron tenía un carácter demasiado irlandés para proveer el mismo servicio por ellos. De ahí que gradualmente fueron creadas otras parroquias para los diferentes grupos de inmigrantes: alemanes, italianos, franceses, españoles, polacos, húngaros, croatas, eslovacos, lituanos y chinos. Para distinguirlos de las parroquias de población predominantemente irlandesa, estas nuevas parroquias fueron consideradas étnicas o parroquias “nacionales”.
Además de ayudar a las comunidades inmigrantes a preservar su fe católica y su cultura, las parroquias nacionales servían como un puente de entrada a la sociedad americana y la iglesia “americana”. “La parroquia nacional brindaba una oportunidad para un ajuste gradual a las costumbres americanas y su familiarización con las formas de practicar la fe en los Estados Unidos. De ese modo, cuando los niños de los inmigrantes se convertían en ciudadanos americanos, ellos también habían aprendido cómo ser católicos al estilo americano.”

Parroquias Nacionales para la comunidad de habla Hispana

Iglesia de Nuestra Sra. de Guadalupe

A comienzos del siglo pasado hubo preocupación por parte de los miembros de la iglesia de Nueva York y de las autoridades arquidiocesanas acerca del cuidado pastoral del creciente números de mexicanos y de otros trabajadores hispanos como de sus familias en Manhattan, especialmente en el área del muelle, al final del oeste de la calle 14. En ese tiempo fue un sacerdote asuncionista quien ejercía su ministerio como capellán de las hermanas religiosas de su congregación en Nueva York quien tuvo conocimiento del interés por establecer una parroquia para la comunidad de habla hispana. Los Padres Asuncionistas (Agustinos de la Asunción), se brindaron para asumir la responsabilidad de dicha parroquia. En 1902 convertieron un pequeño edificio ubicado en el oeste de la calle 14 en una capilla, los comienzos de la parroquia de Nuestra Sra. de Guadalupe.

Iglesia de Nuestra Sra. de la Esperanza

Pocos años más tarde, una dama española de la alta sociedad, María De Barril, quien vivía en un vecindario elegante cerca de la calle 155 Oeste, preguntó por una iglesia de habla hispana en la parte alta de la ciudad, aún cuando era difícil encontrar personas de habla hispana viviendo en dicho vecindario. Ella habló con Sr. Archer Huntington, fundador del Museo de la Sociedad Hispana de América, cuya propiedad personal comprendía el bloque delimitado entre el oeste de la calle 155, Riverside Drive, el oeste de la 156 y Broadway. Ofreció una parte de su propiedad como lugar para levantar un templo y prometió una donación para su construcción. Se organizó un comité, creció el interés, y la Arquidiócesis aprobó la recaudación de fondos bajo la dirección de los Padres Asuncionistas. La iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza fue construida e inaugurada como la segunda parroquia nacional hispana en 1912 y continuó bajo el cuidado de los Padres Asuncionistas hasta el año 1982.
En el año 1926 una antigua sinagoga ubicada al norte del Parque Central fue convertida en la tercera parroquia nacional hispana, Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa o “La Milagrosa” como vino a ser conocida por una generación de neoyorquinos hispanos. La parroquia fue asignada al cuidado de la rama hispanoamericana de los Padres Paúles de la provincia de Madrid, y en el año 1930 otra parroquia, la “Santa Agonía”, en la zona este de Manhattan fue inaugurada y asignada igualmente a los Padres Paúles. En ese tiempo la Milagrosa fue el centro de la vida católica hispana en la zona oeste y del alto Manhattan, pero con el desarrollo más tarde de servicios religiosos para los hispanos en la mayoría de las parroquias del área, su importancia declinó y en 1978 fue cerrada canónicamente e incorporada a la parrroquia de la Santa Agonía.
El concepto de parroquia nacional hispana es un poco anómalo. Para muchas nacionalidades, hay una coincidencia entre identidad nacional y lingüística. En el caso de personas de habla hispana existen veinte nacionalidades diferentes. Es más correcto considerar estas cuatro parroquias como centros para la comunidad de habla hispana, en vez de “nacional”. En todo caso no se establecieron más parroquias nacionales para el servicio de los hispanos, aunque se le requirió a las órdenes religiosas especialmente hispanas, que proveyeran personal a las parroquias existentes, o que asumieran la responsabilidad total de las comunidades de parroquias previamente establecidas por otros grupos étnicos.

Ordenes religiosos proveendo personal a parroquias para el ministerio hispano

El Cardenal Francis Spellman

En el transcurrir de la década de 1930, fueron tantos los puertorriqueños que se establecieron en lo que llegó a ser llamado “Spanish Harlem”, el área centrada cerca del este de la calle 116, que los sacerdotes de la comunidad de los Padres Paúles hispanos de la Milagrosa y de la Santa Agonía necesitaron la ayuda de otros clérigos. Debido a que el nuevo arzobispo de Nueva York, Francis J. Spellman estaba familiarizado personalmente con el trabajo pastoral de los Padres Redentoristas de Baltimore en Puerto Rico, quienes habían misionado tanto en la Isla como en Paraguay por muchos años, decidió solicitar su ayuda en Nueva York.

Iglesia de Santa Cecilia

En 1939 se hicieron cargo de la parroquia de Santa Cecilia en el este de la calle 116, la cual hasta ese momento era una parroquia diocesana. En sus primeros años Santa Cecilia había sido el centro de un barrio americano-irlandés. Los Redentoristas llevaron a cabo la estrategia de asignar únicamente personal bilingüe al servicio de la parroquia. En su mayoría eran sacerdotes y religiosos americanos quienes tenían experiencia pastoral en Puerto Rico y otros países de Latinoamérica, y para quienes el español era su segunda lengua.
En 1948 un sacerdote Calasancio llegó a Nueva York para servir como capellán de las hermanas de San José de la Montaña, las cuales dirigían el Centro de Cuidado Infantil San José. Al año siguiente se le solicitó servir también en la parroquia de San Pablo en el este de la calle 117 en el Harlem Hispano, y más tarde en la de Corpus Christi. Otros miembros de su congregación se unieron a él y en 1949 los Padres Calasancios organizaron una casa central en la calle Segunda para la coordinación del trabajo de sus miembros en diversas parroquias de la diócesis que han sido servido por personal del clero diocesano. En 1977 recibieron el encargo por parte de la arquidiócesis de dirigir totalmente la parroquia de la Anunciación en Manhattan, y la rectoría de la parroquia se constituyó en su casa central.
En 1953 la parroquia de San Benito el Moro en el oeste de la calle 53, establecida desde 1883 para los católicos afroamericanos, fue confiada al cuidado de los Padres Franciscanos de la Tercera Orden de la provincia de la Inmaculada Concepción en España y se convirtió en el centro de cuidado pastoral y ministerial para los hispano en dicha zona.
Un año o dos más tarde los Padres Agustinos Recoletos de la provincia de San Agustín comenzaron a dirigir la parroquia del Santísimo Crucifijo en la zona este del Bajo Manhattan. La parroquia había sido fundada en 1925 para atender las necesidades de la población italiana de la zona. Los Agustinos ofrecieron los servicios religiosos tanto en lengua española como en inglés. Utilizaron la parroquia como un centro y base para otros sacerdotes quienes asistían a diversas parroquias donde se necesitaba ofrecer los servicios pastorales en español, como eran las parroquias de Santa Rosa de Lima en el Alto Manhattan y de San Pedro, San Pablo y San Agustín en el Bronx. Los Agustinos brindaron sus servicios hasta el año 1981, cuando la parroquia fue pasada al cuidado de un otro grupo de religiosos, predominamente italianos.
El modelo de una casa central para un grupo de sacerdotes con un programa misionero de ayuda fue seguido también por los Canónigos Regulares Lateranenses. Dicho grupo de sacerdotes vascos adoptaron esta nueva forma de vida comunitaria y misión pastoral. Los miembros de la Congregación fueron asignados a parroquias locales dirigidas anteriormente por sacerdotes diocesanos, y vivían y trabajaban allí. No obstante ellos se reunían semanalmente en su casa central en el Bronx para mantener y nutrir su vida y espíritu. El primer miembro de los Canónigos Regulares llegó a Nueva York en 1961. En 1976 asumieron la responsabilidad de la parroquia de Nuestro Salvador en el Bronx, atendida previamente por el clero diocesano.
Durante breve tiempo los Padres Agustinos Recoletos de la provincia de San Agustín asumieron la responsabilidad de la parroquia de Santa Rita de Casia en el Bronx, donde rllos sustituyeron al clero diocesano en 1973. No obstante, debido a las dificultades en proveer un adecuado número de religiosos, confiaron en 1976 su responsabilidad a los Padres Agustinos Recoletos de la provincia de San Nicolás de Tolentino. Ellos mismos se hicieron cargo de la parroquia de San Roque en el Bronx en 1974, la cual fue creada originalmente para atender a las necesidades de la comunidad italiana.
En 1978 la Arquidiócesis solicitó a los Agustinos de la provincia del Santo Nombre, ubicada en las Islas Filipinas, que asumieran el cuidado pastoral de la parroquia del Santo Rosario en el este de Harlem. Previamente, esta parroquia también estuvo orientada primordialmente al servicio de la comunidad italiana.

Cuidado pastoral a la comunidad hispana en otras parroquias dirigidas por religiosos

Además de la administración por parte de las congregaciones religiosas, especialmente de las parroquias nacionales o étnicas, o supliendo personal sacerdotal a otras parroquias encomendadas al clero diocesano, muchas congregaciones encontraron que las parroquias que ellos habían estado sirviendo por muchos años se estaban convirtiendo, de hecho si no de derecho canónico, en parroquias hispanas. Como parte de su responsabilidad pastoral ellos enseñaban a sus miembros a hablar español, o trataban de asignar a esas parroquias tanto sacerdotes como religiosas/os cuya lengua materna lo fuera el español o a miembros del clero que tenían experiencia pastoral en países hispanos. Entre las congregaciones más preocupadas por la atención de las comunidades de habla hispana podrían mencionarse los Benedictinos, Capuchinos, Carmelitas, Franciscanos, Jesuitas, Paulistas, Redentoristas y Salesianos.

Instituciones no parroquiales al servicio de la comunidad hispana

El primer vecindario hispano en la ciudad de New York fue el área del lado oeste de la ciudad alrededor de la calle 14 y la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. Además de los servicios pastorales ofrecidos en la parroquia, en 1916 un grupo de religiosas hispanas, las Hermanas de San José de la Montaña o Madres de los Desamparados, llegaron a Nueva York con la intención de comenzar un programa para el cuidado de niños durante el día, hijos de madres hispanas que trabajaban. Este programa sigue funcionando en el Centro de Cuidado de Niños de San José en el oeste de la calle 20. En 1964 las mismas Hermanas comenzaron la residencia para jóvenes sin familia que trabajan en Nueva York, la residencia Sagrado Corazón, también en el oeste de la calle 20, con el propósito no solamente de ofrecerles un lugar decente sino también para proveer apoyo y guía moral.
En 1927, el Padre Adrien de los Padres Asuncionistas en la iglesia de la Guadalupe comenzó la Casa María, en el oeste de la calle 14 cerca de la parroquia, una residencia originalmente para muchachas hispanas trabajadoras. y posteriormente para otras nacionalidades. En 1907 cuando un grupo de Hermanas-Siervas de María, Ministras de los Enfermos, estaban en ruta de España a México una de las hermanas falleció en Nueva York y fue sepultada por el Padre Adrien. Veinte años más tarde, cuando dio comienzo Casa María, el Padre Adrien pensó en invitar a las Hermanas- Siervas de María para su administración, quienes estuvieron al cargo hasta 1964. En dicho año el trabajo fue continuado por las Religiosas de María Inmaculada. Las Hermanas-Siervas de María, quienes fundamentalmente se dedican al servicio de los enfermos, también abrieron un convento en el Bronx en 1931 como centro para su apostolado de cuidado gratis de los enfermos en sus hogares o en los hospitales.
Las Religiosas de María Inmaculada quienes asumieron la administración de Casa María en 1965, llevaron a cabo su trabajo bajo el titulo de Centro María. Este continuó siendo la residencia para muchachas jóvenes solteras, trabajadoras y pobres de origen hispano. Las Hermanas ofrecían alojamiento, cuidado y servicios de consejería. En 1981 el Centro se trasladó al oeste de la calle 54.
A principios de la década 1930 un pequeño grupo de laicos católicos fundó una especie de Casa de Beneficencia en “El Barrio” (Spanish Harlem) tanto para los puertorriqueños como para otros hispanos. Las fundadoras, las hermanas Sullivan, se preocupaban de los problemas de la comunidad puertorriqueña cuando no eran atendidos en las parroquias locales. Ellas comenzaron su trabajo en un pequeño edificio de apartamentos. Cuando los niños hispanos que eran enviados a la parroquia del barrio para la instrucción religiosa eran ignorados, ellas colaboraban con los Padres Paúles hispanos de la Milagrosa en la organización de un programa de educación religiosa allí. Gradualmente se añadieron otras actividades como un campamento de verano. El Centro, Casita María, se mudó a Casas Carver donde se responsabilizaron del programa recreacional. A comienzos de 1960 se trasladó a la calle Simpson en la parroquia de San Atanasio en el Bronx donde continúa ofreciendo una amplia variedad de programas.


II. EL PUNTO DE INFLEXIÓN

La responsabilidad pastoral de la Iglesia en la Arquidiócesis en Nueva York está comúnmente en las manos del Arzobispo de Nueva York y su clero, tanto diocesano como religioso, asociados con él. No hay dudas que hubo un sentido de responsabilidad hacia todos los grupos étnicos presentes en la diócesis, incluyendo los de habla hispana. La temprana iniciativa de establecer las parroquias de Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa y la Santa Agonía, como también la invitación de los Padres Redentoristas a administrar la Parroquia de Santa Cecilia honran a la Arquidiócesis.
Es interesante notar el hecho de que en el periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando las cuatro parroquias nacionales fueron establecidas y Santa Cecilia fue confiada a los Padres Redentoristas, la responsabilidad pastoral de los católicos hispanos estaba siendo manejada casi exclusivamente por las congregaciones religiosas. El clero diocesano, con algunas excepciones, no estaba muy consciente de un compromiso especial o personal de servir a los católicos de habla hispana, ni tampoco eran invitados a llevarlo a cabo por parte de las autoridades arquidiocesanas. Si fuera necesario buscar una razón para tal actuación, quizás sería el autosuficienca. El progreso y avance de las parroquias americano-irlandesas pareció ser predominantemente el objetivo principal de la Iglesia de Nueva York; los hispanos al igual que otros grupos étnicos tan solo eran objeto de interés apostólico para algunos. En la medida que se integraban a la población general los hispanos recibían las atenciones necesarias por parte de todas las instituciones de la Arquidiócesis; en caso contrario eran dejados en gran parte al cuidado de los religiosos de habla hispana.

La migración puertorriqueña

Aunque había una población puertorriqueña en Nueva York antes de la II Guerra Mundial en el “Spanish Harlem” o “el Barrio”, al final de la contienda empezó una emigración masiva de puertorriqueños, la mayoría de los cuales se establecen en y alrededor de la ciudad de New York. En los primeros años después de la guerra la emigración neta procedente de Puerto Rico y dirigida a New York fue la siguiente:

1945: 13,573
1946: 39,911
1947: 24,551

1948: 32,775
1949: 25,696
1950: 34,703

1951: 49,436
1952: 59,000
1953: 73,000

Si se observan detalladamente, las implicaciones de esa tendencia alcista de la población puertorriqueña fueron muy serias. Se avecinaba una nueva ola inmigratoria muy intensa compuesta por católicos que no tenían el inglés como lengua nativa, esta vez de América Latina, no de Europa. Los nuevos inmigrantes puertorriqueños eran ciudadanos nativos de Estados Unidos de habla hispana. Procedan de un país y de una cultura que mantenía su catolicidad pero con escaso clero nativo, contrario a grupos de inmigrantes previos, los puertorriqueños no tuvieron clero que les acompañaran y les sirvieran. Procedían en su mayoría de las zonas rurales de Puerto Rico, muy pobres y, generalmente, con poco escuela o preparación. A consecuencia de la rapidez de su llegada se plantearon preguntas importantes acerca del futuro de la Iglesia de Nueva York.

P. Joseph Fitzpatrick, SJ

Uno de los primeros religiosos e intelectuales que percibieron las dimensiones e implicaciones de esta gran migración lo fue el sociólogo y catedrático de la Universidad de Fordham, el jesuita Padre Joseph P. Fitzpatrick. Comenzó a estudiar este movimiento migratorio y a llamar la atención tanto en lo académico como en las comunidades eclesiales. Durante los años subsiguientes, se convirtió en el principal experto en el tema de la migración puertorriqueña, publicando gran cantidad de estudios y libros, convirtiéndose igualmente en afamado conferencista y profesor sobre el tema.
En 1952 se unió a él el P. Iván D. Illich, joven sacerdote, brillante intelectualmente, procedente de la región de Dalmacia, recién llegado a la Arquidiócesis de Nueva York y asignado al trabajo pastoral en la parroquia de la Encarnación en el Alto Manhattan. El Padre Illich se había preparado académicamente en Roma para trabajar en el Cuerpo Diplomático de la Santa Sede. pero prefirió ejercer su ministerio en Nueva York. Fue presentado y recomendado altamente ante el Cardenal Spellman con el cual mantuvo siempre una relación privilegiada. Poco tiempo después de su llegada a la parroquia de la Encarnación fue a Puerto Rico para aprender la lengua y familiarizarse con la cultura y las condiciones sociales de la gente y la iglesia de la Isla. Regresó a Nueva York y inició un ministerio pastoral creativo e innovador con la comunidad boricua.
Otro atento y sensible observador de la migración puertorriqueña lo fue el canciller de la Arquidiócesis, Monseñor John Maguire, quien más tarde sería nombrado el Arzobispo Coadjutor de Nueva York. Se dio cuenta de las implicaciones de esta nueva población para la Iglesia e hizo notar la necesidad de datos precisos del estado de esta población en cuanto a su relación con la iglesia como fundación para el desarollo de planificación pastoral. En el otoño de 1952 le solicitó al Padre George A. Kelly, joven sacerdote sociólogo, en aquel tiempo radicado en la parroquia de Santa Mónica, el llevar a cabo un estudio científico de los puertorriqueños y la iglesia. Durante el año próximo Padre Kelly recopiló una gran cantidad de datos y elaboró un documento el cual representaba un audaz y contundente reto para la arquidiócesis, un documento profético extraordinario acerca del crecimiento y desarrollo de la población puertorriqueña en Nueva York.

La “Encuesta Católica”

Como el Padre Kelly menciona en la introducción de su informe final, “Este estudio de la población puertorriqueña en la Arquidiócesis de Nueva York es altamente experimental. Un análisis sociológico de un problema religioso, con el propósito de desarrollar un programa que enfrente este problema, es una empresa nueva y audaz para la diócesis.” Y anticipando la conclusión del estudio, aseveró, “. . . no hay dudas de que la Arquidiócesis tiene en sus manos un problema misionero y pastoral de tal magnitud como para poner a prueba sus recursos, el ingenio y personal competente por años . . . uno de los primeros trabajos que debe hacerse es crear un ambiente entre los puertorriqueños en Nueva York que sería más favorable al esfuerzo pastoral y sacerdotal de la Iglesia. En este sentido la educación de los sacerdotes y religiosos de Nueva York en la naturaleza y alcance del problema es un imperativo sobresaliente. Para presentarles honestamente la magnitud exacta del mal existente, para crear la simpatía por los puertorriqueños, para inspirar el entusiasmo para trabajar entre ellos, para preparar sacerdotes ahora no directamente envueltos en resolver un problema que rápidamente se desarrolla todo esto el estudio puede promover. Pero tiene que haber conversaciones francas y publicación de información relevante para sacerdotes católicos y dentro de los círculos católicos.”

Contenido. El propósito de la encuesta fue reunir e interpretar datos y hacer amplia proyecciones y recomendaciones para el futuro desarrollo de la iglesia de Nueva York. Después de un capitulo de introducción sobre la cantidad y distribución de la población puertorriqueña, se estudió los sacerdotes de habla hispana y maestros, la administración de los sacramentos a puertorriqueños, asistencia a Misa, inscripciones a la escuela parroquial y a otros programas educacionales religiosos, así como las sociedades y organizaciones católicas. Se enfocó principalmente en el crecimiento de la comunidad puertorriqueña desde el censo federal de 1950 hasta el día de la investigación. La siguiente muestra de algunos hallazgos presenta algunas indicaciones del alcance y contenido del trabajo.

De acuerdo a los estimados que se hicieron en 1952, había más de 300,000 puertorriqueños entre Manhattan y el Bronx.
Dentro de ocho años la población de puertorriqueños de la Arquidiócesis sería aproximadamente de unos 880,000.
. . . en unos diez años los puertorriqueños de Nueva York formarían quizás una mayoría de católicos dentro de la Arquidiócesis.
La gente puertorriqueña de Manhattan no son atendidos adecuadamente por sacerdotes de habla hispana, pero los del Bronx están en peor situación. Las peores áreas de Nueva York son el bajo Harlem, el lado Oeste, y el Bronx hispano, los cuales necesitan sacerdotes urgentemente. Solamente doce sacerdotes neoyorquinos hablan español.
Sacerdotes religiosos hasta ahora han llevado esta carga, pero requerirán mucho más asistencia de las parroquias diocesanas en el futuro, ya que la migración puertorriqueña en la ciudad será más problemática para las parroquias diócesanas en los próximos diez años.
Los maestros de Nueva York están poco preparados para hablar español, particularmente los hermanos religiosos y los laicos.
. . . hay aproximadamente . . . tan solo 30 hermanas religiosas enseñando quienes son competentes para trabajar entre los puertorriqueños.
Hay casi una renuencia por parte de los pastores de las parroquias diocesanas a envolverse en el trabajo con los puertorriqueños de forma sincera, o a tener sus parroquias conocidas como puertorriqueñas, aún donde hay gran número de sus miembros son puertorriqueños e incluso en algunos lugares donde son la mayoría.
Aceptado el crecimiento de puertorriqueños en la Arquidiócesis y concedido el principio de servicio proporcional, en el 1960 debería haber unos 500 sacerdotes y 1,500 hermanas religiosas de habla hispana. (Estos estimados no tratan las necesidades de los puertorriqueños en las agencias de educación y beneficencia pública de la Arquidiócesis.)
En vista de la presente condición y perspectivas futuras, no parece que un sistema voluntario para entrenar a futuros sacerdotes en español para trabajar en la Arquidiócesis de Nueva York, vaya a satisfacer la demanda. Es casi imperativo que cada sacerdote ordenado hable español y que el aprendizaje de esa lengua sea obligatorio.
Cerca de la mitad de los niños puertorriqueños nacidos cada año (en el presente) es bautizado como católico.
Los ministros protestantes ofician el mismo numero de matrimonios de puertorriqueños nacidos en los estados americanos y el doble del numero de matrimonios de nacidos en Puerto Rico oficiados por los sacerdotes catolicos.
Un poco más de la tercera parte de los católicos de Nueva York asisten a Misa el domingo . . . No más de uno de cada diez puertorriqueños en Nueva York asiste a Misa.
De 43,000 niños puertorriqueños que asisten a la escuela elemental en Nueva York, 5,000 van a las escuelas parroquiales, 9,000 reciben instrucción una vez en la semana en las parroquias, y 29,000 son desconocidos para la Iglesia.

Importancia. El estudio manejó una enorme cantidad de datos, que hasta la fecha ningún otro estudio había reunido, dirigido a llamar la atención del lector de la gran necesidad y del reto pastoral que enfrentaba la iglesia en Nueva York. El hecho mismo del estudio y la información puesta al descubierto, puso en manos de Mons. Maguire los datos factuales que necesitaba para persuadir al Cardenal Spellman de la necesidad de una acción inmediata e innovadora a favor de los puertorriqueños de Nueva York. Las conclusiones del estudio llegaron a ser el estímulo para una completa reorientación de la respuesta de la arquidiócesis a la migración puertorriqueña.
En la realización del estudio el Padre Kelly tuvo la experiencia de ser llamado y recibido de manera entusiasta por una variedad de grupos y organizaciones puertorriqueñas. Ellos encontraron en él un representante arquidiocesano preocupado por los intereses de los puertorriqueños e hispanos. Era claro que ese rol era necesario de manera oficial y permanente. De esta manera, mucho antes que el estudio concluyera, se decidió crear una nueva oficina dentro de la arquidiócesis con la responsabilidad de representar los intereses de la arquidiócesis dentro de la comunidad hispana y de defender los intereses hispanos dentro de las parroquias y otras instituciones de la arquidiócesis.

El Coordinador de la Acción Católica Hispana

Mons. Joseph Connolly

El 24 de marzo de 1953 por recomendación de Mons. Maguire, el Cardenal Spellman nombró a Mons. Joseph F. Connolly en la recientemente creada posición de Coordinador de la Acción Católica Hispana en la Arquidiócesis de Nueva York. La nota de prensa oficial acerca del nombramiento, decía: “Esta nueva posición ha sido establecida para integrar el trabajo que se ha llevado a cabo entre la comunidad puertorriqueña en Nueva York por las agencias católicas religiosas, educativas, y sociales, y para desarrollar el alcance del presente programa para proveer más facilidades a nuestros católicos recién llegados. Monseñor Connolly tendrá su sede principal en la 0ficina de la Cancillería de la Arquidiócesis de Nueva York, en el 451 Madison Ave.
Del contenido de esta nota se puede apreciar la importancia que revestía este gesto. La nueva oficina era, claramente, una de alto nivel y prestigio. El nombramiento en si mismo fue un mensaje importante a la comunidad puertorriqueña y reflejaba un sentido nuevo de responsabilidad por parte de la Arquidiócesis para con los puertorriqueños. Mons. Connolly era un sacerdote de la arquidiócesis, inteligente y dinámico, formado en Roma, un vez miembro de la facultad del seminario, con el título de Prelado Doméstico. Contribuyó con empuje, creatividad y sentido de importancia a la nueva oficina y su designación fue bien recibida por los portavoces de los puertorriqueños en Nueva York. Y, hay que señalar, que su residencia en la parroquia de la Encarnación le permitió compartir ideas, entusiasmo y planes con el Padre Illich.


III. DIRECCIONES NUEVAS

Mons. Connolly sintió la necesidad de un audaz e imaginativo comienzo, brindando algunos signos y gestos, indicativos de que una nueva era estaba comenzando en lo que concierne a la arquidiócesis y la comunidad puertorriqueña. En los primeros dos meses hubo dos hechos significativos por parte de la nueva Oficina: la institución de la Fiesta de San Juan Bautista y el primer programa de pormación de sacerdotes diocesanos de New York en Puerto Rico. Ambos hechos dejaron claro el que la arquidiócesis de forma directa e inmediata estaba consciente de la presencia puertorriqueña y había que responder a esta presencia con el propio clero.

La Fiesta de San Juan

El 24 de junio de 1953, “cuatrocientos cincuenta personas se hicieron presentes en la Catedral de San Patricio para una solemne Misa Pontifical celebrada por Su Eminencia, Francis Cardenal Spellman. El sermón fue en español”. Esta breve descripción de Mons. Connolly marcó el comienzo de una tradición en Nueva York y un importante logro de la comunidad puertorriqueña. En este tiempo no se daba aún ninguna manifestación pública importante de la presencia puertorriqueña, su cultura y su religiosidad. La Misa especial por la fiesta del santo patrón de la capital de Puerto Rico fue deliberadamente señalada por Mons. Connolly como “la fiesta hispana equivalente al Día de San Patricio”
La celebración de la fiesta se repitió en la catedral en 1954 y 1955. Presidieron obispos procedentes de Puerto Rico. Se cantaron canciones e himnos en español. Todos los seminaristas que estudiaban español en la arquidiócesis fueron llamados a participar en la celebración eucarística, e incluso participaron dignatarios de la comunidad puertorriqueña neoyorquina. La catedral se llenó en su totalidad de nuevo en 1954 y 1955. En 1954 la homilía en español fue predicada por uno de los dos primeros sacerdotes entrenados en Puerto Rico, quien después de un año de estudio en la Isla estaba de regreso en Nueva York.
Después de la tercera celebración de la fiesta en la Catedral en 1955, y siguiendo las sugerencias y el estimulo del P Illich, se planificó una forma nueva para la fiesta de 1956. Con la colaboración del P. Fitzpatrick y de la sra. Encarnación Armas, se planificó una celebración al aire libre en el recinto Rose Hill de la Universidad de Fordham, en el condado del Bronx. La idea fue la de recrear un ambiente típico de la Fiesta Patronal de Puerto Rico con elementos de celebración religiosos, cívicos y populares. Además de la celebración de la Misa al aire libre para la apertura de la fiesta, se organizaron barbacoas al estilo puertorriqueño, discursos y canciones improvisadas, junto con juegos y entretenimientos para los niños. Cuando un grupo grande de niños y adultos pugnaban por los dulces y regalos caídos de una piñata, los policías americanos de origen irlandés corrieron a proteger al Cardenal Spellman, preocupados de que corriera peligro de ser asaltado.
La celebración de la fiesta en Fordham tuvo un gran éxito popular. Sin embargo, las 30,000 personas que asistieron demostraron que eran demasiadas para ser acogidas cómodamente en la Universidad de Fordham. Hubo que pensar ante la masiva respuesta en un lugar más amplio y accesible para la celebración del año siguiente — se tomó la decisión de utilizar el estadio y las facilidades públicas de la Isla de Randall.

El Clero Diocesano de Nueva York en Puerto Rico.

 En junio de 1953 se tomó una decisión no publicitada pero igualmente importante. A las pocas semanas de haber recibido la ordenación sacerdotal dos de los recién ordenados sacerdotes diocesanos recibieron una asignación especial de residir y trabajar en una parroquia en Puerto Rico, donde tratarían no tan solo de aprender el idioma español sino igualmente conocer las costumbres e historia de los puertorriqueños. De la misma forma un grupo de seis seminaristas del seminario mayor interesados en el aprendizaje o mejoramiento del idioma español fueron enviados como ayudantes laicos a varias parroquias de la Isla por un período de seis semanas durante sus vacaciones estivales.
Se repitió el mismo procedimiento en los veranos de 1954 y 1955. Los sacerdotes y seminaristas enviados a Puerto Rico ciertamente llegaron a familiarizarse con la isla y su gente, y se dio un crecimiento sobre el conocimiento de Puerto Rico entre los seminaristas en general. Dicho programa tuvo sus limitaciones. Primero, no hubo un estudio organizado y serio de la lengua castellana. No todos pueden fácilmente absorber un nuevo idioma tan solo exponiéndose al mismo, especialmente los seminaristas quienes fueron allá por un tiempo relativamente corto. Segundo, el nivel de crecimiento de la población puertorriqueña en Nueva York fue tan rápido que ni siquiera el envío de dos sacerdotes al año fue suficiente.
En 1956 el Cardenal Spellman tomó una decisión más audaz e inusual. Después de su ordenación, la mitad de los nuevos sacerdotes de la arquidiócesis fueron asignados para estudiar durante el verano en el Foreign Service Institute de la Universidad de Georgetown en Washington, D. C. Participaron en un programa intensivo de dos meses de inmersión total en el aprendizaje conversacional del español, utilizando uno de los métodos más efectivos y avanzados de enseñanza de idioma disponible en ese tiempo. Al igual que la fiesta, el programa de entrenar los nuevos sacerdotes para hablar español, rápidamente sobrepasó los límites de la Universidad. El año siguiente la mitad de los nuevos ordenados fueron asignados a estudios de verano de español conversacional, conforme a la misma metodología, pero en esta ocasión en Puerto Rico. Lo mejor del año anterior se combinó con otras dimensiones de práctica pastoral y entrenamiento en destrezas de comunicación intercultural.

1958 Sacerdotes Nuevos Partiendo para Puerto Rico

El plan de coordinación

 Lo que ocupó un lugar muy especial en el corazón de Mons. Connolly fue el gran diseño de un “Plan de Coordinación de Acción Católica Hispana para la Arquidiócesis de Nueva York”. Le brindó una atención inmediata. En sus propias palabras : “El plan ha sido formulado solamente después de un análisis cuidadoso del estudio del Padre George Kelly, después de una reflexión deliberada sobre las funciones de los diferentes departamentos arquidiocesanos y después de seis meses de experiencia personal activa con muchos de los sacerdotes, personas y problemas de la población católica hispana de Nueva York”.
Mons. Connolly hablando de la historia de la adopción y desarrollo del tal plan, dijo: “El primer bosquejo fue sometido en su totalidad al Arzobispo Cardenal y a los sacerdotes directores de los varios departamentos de la Arquidiócesis. Sus comentarios fueron incorporados al bosquejo final, de una forma u otra. El plan final fue discutido en una reunión a la que asistieron entre 16 a 18 sacerdotes que se habían destacado en el apostolado hispano-americano en Nueva York. Esta reunión fue presidida por Su Eminencia, Francis Cardenal Spellman, quien previamente había expuesto su comentario al plan. En el transcurso de la reunión, la cual duró entre dos y media a tres horas, las discusiones sirvieron para destacar y clarificar elementos del plan los cuales eran debatibles o dudosos. El plan general fue aprobado.

El Consejo Coordinador. La primera parte del plan incluía la creación de un “Consejo Coordinador de Departamentos Arquidiocesanos” para la Acción Católica Hispana, integrado por los sacerdotes representantes de dichos departamentos. Con tal propósito Mons. Connolly ideó una especie de Mesa de Organizaciones de la Arquidiócesis con once jefes de departamentos. La razón para esta coordinación fue excelente y valiosa como principio permanente: “Los problemas y necesidades de los hispano-americanos católicos son de la misma variedad (y) . . . son sustancialmente sorprendentes en volumen como los problemas y necesidades del resto de la población católica. Consecuentemente los problemas de los católicos hispano-americanos debían ser referidos y ser resueltos por los departamentos ya existentes de acuerdo al área que le corresponda. Estos departamentos ya existen con una organización, administración y experiencia propias de su trabajo. Simplemente extienden sus esfuerzos para abarcar más y nuevas personas con problemas de su cobertura . . . Cualquier otro plan alternativo de coordinación parece imposible, si es una cuestión de una persona tratando de manejar los asuntos relacionados con cualquier y todos los departmentos arquidiocesanos existentes . . . en pocas palabras, el principio subyacente del plan de un Consejo Coordinador es el principio de unidad. No debería haber dos departamentos distintos realizando la misma función.”

El Comité de Laicos. La segunda parte del plan propugnaba la creación de un “Comité de Laicos por Acción Católica Hispana” en la línea del “Consejo Coordinador de las Organizaciones Católicas Laicas en la Arquidiócesis de Nueva York.” La finalidad principal de este comité fue la de asegurar una representación de la arquidiócesis en todas y cada una de las “asociaciones eclesiales y seglares Hispanoamericanas” y “en todos y cada uno de los diversos conferencias, talleres, seminarios, conferencias, comités, etc.”

La oficina del coordinador. La tercera parte del plan confirmaba la continuación, de acuerdo a nuevas líneas de definición, de la oficina del “Coordinador de Acción Católica Hispana”.  La función principal de la oficina fue definida como “para servir como centro de enlace entre la gente hispano-americana y nuestra propia Consejo de Coordinación y Comité de Laicos, así como con las muchas otras agencias eclesiásticas, cívicas y sociales en Nueva York con características similares.” Las funciones de la oficina fueron descritas en tres aspectos: “1. aclaración de todo lo que ocurre en la comunidad hispano-americana a los respectivos departamentos de la Arquidiócesis; 2. contacto con todas las agencias e individuos, tanto eclesiásticos como civiles, envueltos en los problemas que afectan a la población hispano-americana de la Arquidiócesis; 3. comunicación con todas las agencias e individuos, eclesiales y civiles, concernientes con las cosas que afectan a la población hispano-americana de esta Arquidiócesis.”
El plan tripartito general, presentado más arriba, fue seguido por una sección que ofrecían una mina de información y recomendaciones concretas concernientes a los sacerdotes, parroquias, capellanías, Caridades Católicas, Confraternidad de la Doctrina Cristiana, Tribunal Matrimonial, oficina de las Personas Desplazadas, colegios, Asociación de Maestros Católicos, educacion adulta, escuelas católicas, programas de radio y televisión, vicario para religiosos, seminarios mayor y menor, acción social (asuntos legales, asuntos educacionales, viviendas) y vocaciones.

Importancia. El plan de coordinación denotaba una visión y un diseño magníficos para la movilización de la Arquidiócesis en beneficio de la comunidad puertorriqueña. Se tomaron los datos científicos y sus sugerencias del estudio del Padre Kelly, elaborándolos y plasmándolos en una coleccion de recomendaciones — un programa completo de desarrollo y acción. La exhaustividads del plan, el proceso de consulta individual con los jefes de departamentos, las discusiones que envolvía al Cardenal, todo ayudó a crear una nueva y constante conciencia de las necesidades de la comunidad puertorriqueña y de la responsabilidad de la Arquidiócesis. Un valor especial de este plan lo fue su articulación del principio de unidad para acción pastoral en favor de los Hispanos y su llamado para “una integración de estos, nuestros ciudadanos nuevos y numerosos, en los modelos existentes de vida arquidiocesana” tanto como “evitar la evolución infeliz e indeseable, en consecuencia, de una diócesis separada dentro de la Arquidiócesis.”
Desgraciadamente este plan tan preparado y bueno nunca fue implementado como tal. Elementos importantísimos como el Consejo Coordinador y el Comité de Laicos nunca fueron establecidos como Mons. Connolly deseaba, aunque 16 años más tarde uno de sus sucesores estableció una especie de consejo coordinador con directrices diferentes. La Oficina Hispana de Acción Católica continuó creciendo y abogando efectivamente por los intereses hispanos, presentada como una agencia netamente de acción hispana.

Actividades en otros departamentos

Como resultado del plan de coordinación o independiente de este, se inició una variedad amplia de nuevos programas y se movilizó programas y instituciones existentes para brindar un mejor servicio a las necesidades de los puertorriqueños.

Clero. En abril de 1955 Mons. Connolly informó: “Nueva York cuenta en la actualidad con más clero de habla hispana, gran parte nacido en Nueva York, que los existentes en la diócesis de Ponce, Puerto Rico. Existen ahora 72 parroquias en Nueva York con por lo menos un sacerdote de habla hispana.”

Caridades Católicas. Desde un comienzo, la administración de Caridades Católicas estuvo consciente de la cantidad y de las necesidades de los puertorriqueños en Nueva York e intentaron hacer frente a las mismas. Se llevó a cabo un estudio especial dentro de la organización y se implementaron programas en la oficina central y las oficinas de distrito. En el año 1954 aproximadamente una tercera parte de la población atendida en las 39 agencias del Departamento de Cuidado de Niños era puertorriqueña. El porcentaje de clientes puertorriqueños visto en cada una de las cuatro oficinas del Departamento de Servicios a la Familia fue 98% en el Harlem Este, 34% en la oficina central, 23% en el Bronx y 13% en Washington Heights. Aún más alto era el porcentaje de personas de habla hispana a las que se atendía en este departamento. Mons. Connolly informó en abril de 1955, “Basta afirmar que este programa es el esfuerzo más grande llevado a cabo por parte de la Iglesia para servir a la población puertorriqueña — tanto la que vive en la Isla como afuera — con la excepción posible del Programa de Educación Católica en la Isla”.

 Confraternidad de la Doctrina Cristiana. Se erigió una biblioteca con libros dedicados a la educación catequética en lengua española. Se creó un programa de entrenamiento de catequistas bilingües para la formación de adultos. Se organizaron igualmente conferencias prematrimoniales Caná y Pre Caná en español.

Tribunal Matrimonial. Dos sacerdotes licenciados en derecho canónico que hablan español fueron incorporados al servicio del tribunal eclesiástico, formularios en español fueron preparados para los clientes hispanos, y procedimientos fueron modificados y ajustados para atender mejor a las necesidades de Hispanos con problemas matrimoniales.

Educación Adulta. Una variedad de programas exitosos de educación de adultos fueron iniciados o continuados en las parroquias de Santo Nombre, Santa Cecilia, San Pablo, San Esteban, y San Juan Crisóstomo al igual que en Casita María, por el clero y religiosos locales, Los Trabajadores Sociales Católicos Españoles, el A.C.T.U. y otros.

Escuelas Católicas. Mons. Connolly informó en abril de 1955, “El número de puertorriqueños en las escuelas primarias y secundarias ha aumentado notablemente. Escuelas individuales están implementando diversas medidas para abordar las necesidades educativas de los puertorriqueños.” Un modelo de este empeño lo fue la Escuela Commander Shea, fundada en 1942, como un anexo de la escuela parroquial de Santa Cecilia. Dicha escuela se llenó con estudiantes puertorriqueños, y las clases fueron agrupados, evaluados y divididos de forma creativa de acuerdo a las necesidades de los niños. Se formó igualmente una asociación de padres muy comprometida. La escuela secundaria Cathedral Girls fue especialmente receptiva para con las jóvenes puertorriqueñas que se graduaban de la escuela Shea. Algunas continuaron su educación en la Universidad Marymount.”

La Hora Católica. El primer programa de radio en español auspiciado por la arquidiócesis lo fue “ La Hora Católica Hispana” el cual tenía una duración de 15 minutos y se transmitía semanalmente por WHOM, los sábados a las 9:45 de la noche.”

Seminario. Durante el verano de 1953 seis seminaristas estudiaron en Puerto Rico. En octubre de dicho año Mons. Connolly habló a todos los estudiantes acerca del trabajo de Acción Católica Hispana. Se organizaron talleres semanales presentados por los seminaristas que fueron a Puerto Rico. Se estableció un “Salón de Acción Católica Hispana.” Se presentó una serie de conferencias y discusiones con sacerdotes y líderes laicos envueltos en la comunidad hispana. Un curso rápido de español, “Spanish through Pictures,” fue añadido al programa ya existente de Español Avanzado impartido por el Padre Leandro Mayoral, C.M. En 1954 los seminaristas regresaron a la Isla, y al año siguiente eran cincuenta y cinco seminaristas los matriculados en el curso rápido, y veinte en el avanzado.

Otras actividades de la Oficina de Acción Católica Hispana.

En adicción a la inauguración de la Fiesta de San Juan y los programas de enseñanza del idioma, el coordinador de Acción Católica Hispana desarrolló diversos programas:

Guía Católica. Se publicó por parte de la Oficina de Acción Católica Hispana un directorio de las iglesias Católicas en Nueva York donde se ofrecían servicios en español. Cien mil copias fue distribuidos en Nueva York y se enviaron cien mil copias a Puerto Rico para ser distribuidas entre los que planificaban venir a Nueva York.

 Trabajadores migrantes agrícolas. En julio de 1954 dio comienzo un programa de visitas a los campos localizados en el valle de Kerhonkson, al oeste de Kingston donde cerca de 300 trabajadores agrícolas puertorriqueños vivían y laboraban. El 15 de agosto de 1954 la Misa se comenzó a celebrar en el campo al aire libre, los domingos por las tardes durante la estación.

Peregrinación del Año Mariano. Una peregrinación con motivo del Año Mariano con todas las oraciones e himnos en español convocó cerca de 2,400 personas en la Catedral de San Patricio el 12 de septiembre de 1954.

New York Excelsior. El 25 de marzo de 1955 se empezó a publicar para la Arquidiócesis de Nueva York un semanario en lengua española, con una tirada inicial de 5,200 ejemplares. La publicación, una edición neoyorquino del periodico nacional hispana Excelsior, incluía artículos generales de la edición nacional y dos páginas de noticias de la arquidiócesis bajo la responsabilidad del Coordinador de Acción Católica Hispana.

La Conferencia sobre el Cuidado Espiritual de los Migrantes Puertorriqueños

En abril de 1955 se llevó a cabo en San Juan de Puerto Rico una importante reunión, la primera Conferencia del Cuidado Espiritual de los Migrantes Puertorriqueños. Aún cuando fue auspiciada por los obispos de las dos diócesis puertorriqueños, San Juan y Ponce, sin embargo el Cardenal Spellman brindó un fuerte apoyo personal y financiero, e incluso accedió a sufragar la participación de los sacerdotes procedentes de Nueva York. El organizador oficial de la conferencia lo fue el Rev. Thomas Gildea, C.S.S.R. sacerdote redentorista de la parroquia de San Agustín en Puerta de Tierra, San Juan; los preparativos y planes fueron elaborador en su inmensa mayoría por los sacerdotes Joseph Fitzpatrick, S.J. e Ivan Illich de Nueva York.
La conferencia, primera en su clase, fue dirigida por el Rev. Padre William Ferree, S.M., Rector de la Universidad Católica de Puerto Rico. Asistieron a la conferencia 35 sacerdotes de 16 diócesis del continente y 75 sacerdotes de la isla. El propósito de la misma fue el de llevar a cabo una honesta y abierta revisión del cuidado espiritual que se estaba brindando a los puertorriqueños tanto en la isla como en el continente, analizar elementos de su historia, cultura y religiosidad presentes en la historia personal de los migrantes así como el ambiente en los que ellos fueron acogidos al llegar al continente, y discutire metodologías y medidas prácticas que se podrían ofrecer a los sacerdotes que confrontaban el reto de acoger a estos nuevos emigrantes.
El informe final de la conferencia fue elaborado por Padre Ferree, Padre Fitzpatrick y Padre Illich. El Cardenal Spellman se ofreció a cubrir los costos de la publicación del informe y solicitó a Mons. Connolly que se distribuyeran copias suficientes en todas las agencias de la arquidiócesis que estuvieran involucradas en el apostolado hispano, así como también a todos los obispos que tuvieran puertorriqueños en sus diócesis al igual que a los obispos de la Conferencia del Suroeste.
Una consecuencia interesante e importantísimo de la conferencia fue que el Padre Ferree quedó tan impactado por la capacidad del Padre Illich hasta el punto que solicitó al Cardenal Spellman que prestara los servicios del Padre Illich a la Universidad Católica de Puerto Rico como Vice-Rector. EL Cardenal estuvo de acuerdo, y al año siguiente el Padre Illich se trasladó a Ponce para asumir esta nueva responsabilidad.

La Política de la Parroquia Integrada

La reacción inicial de las autoridades arquidiocesanas al incremento de la presencia de puertorriqueños y otras personas de origen hispano en Nueva York fue la de utilizar la estructura pastoral para inmigrantes ya probada anteriormente, la parroquia nacional. Cuando el Cardenal Spellman llegó a Nueva York se negó a continuar abriendo parroquias nacionales. En 1939 le encomendó a los Padres Redentoristas el cuidado de la parroquia local o territorial de Santa Cecilia. La parroquia quedó una parroquia geográfica con sacerdotes americanos que continuaban su servicio de los fieles existences irlandeses y alemanes pero que tenían la capacidad de hacer las adaptaciones necessarias en la vida de la parroquia por los recien llegados.
El Cardenal Spellman, basado en la información brindada por el estudio de la población puertorriqueña y su crecimiento y extensión rápidos por la Arquidiócesis, estableció una norma pastoral nueva y radical: en cualquier sitio donde vivían los puertorriqueños la parroquia local debía acomodarse a ellos y comenzar a funcionar en una manera bilingüe y bicultural. El modelo de la parroquia de Santa Cecilia se hizo norma en toda la arquidiócesis, incluso en las parroquias administradas por el clero diocesano. Las consecuencias de esta decisión pastoral fueron enormes: el clero y religiosos locales estaban obligados a utilizar nuevas formas de comunicación e incluso se verían en la necesidad de reclutar clero y religiosos auxiliares de habla hispana; todos los programas, agencias y oficinas diocesanos tenían que acomodarse a la realidad bilingüe y bicultural; y estos nuevos inmigrantes no se encontrarían aislados por parte de la iglesia, sino que serían integrados de inmediato en la vida de la parroquia local.

Razón. La razón fundamental que llevó al Cardenal a tomar estas medidas rápidas y efectivas fue la carencia de sacerdotes puertorriqueños. Hablando del influjo de puertorriqueños, el Cardenal Spellman manifestó: “Ellos llegan a nuestro territorio continental con la cruz sobre su pechos y en sus corazones . . . pero sin sacerdotes que les acompañen en su migración, el primer grupo católico en ese tipo de situación en la historia de la Migración Americana. Es una distinción desafortunada, pero es una distinción inevitable. Sus sacerdotes no vienen con ellos simplemente porque ellos no pueden acompañarles. No hay suficientes sacerdotes en Puerto Rico para que se hagan cargo de los que permanecen en la Isla. En la Arquidiócesis de Nueva York hay 2,500 sacerdotes para atender pastoralmente a 1,400,000 personas. En las dos diócesis de Puerto Rico, San Juan y Ponce, tan solo 310 sacerdotes atienden a 2,250.000 personas. y menos del 25 % de estos sacerdotes son nacidos en Puerto Rico. Aún considerando únicamente estas dos características distintivas de la migración puertorriqueña, la iglesia católica en los Estados Unidos se enfrentaba una vez más con una gran responsabilidad. Es una responsabilidad tan antigua como la misma Migración Americana. La forma de definir esta responsabilidad es “integración” Gracias a la Divina Providencia cada sacerdote en Nueva York se ha convertido en un misionero para este pueblo de Puerto Rico, terriblemente necesitado del cuidado pastoral que sus sacerdotes celosos y heroicos en su pequeña isla nunca pudieron prestarles debido a su escaso número.”
Otra razón, observó el Padre Fitzpatrick fue que “la historia de las parroquias nacionales o de grupos lingüísticos específicos estaba comenzando a mostrar ciertas desventajas de gran importancia. Cuando la tercera generación de alemanes, italianos, o polacos crecieron, pocos de entre ellos aún hablaban el idioma de sus antepasados y la mayoria de ellos habían asimilado el estilo de vida americano y se habían distanciando de la parroquia nacional. Como consecuencia, grupos de antiguas iglesias nacionales, a veces dos y tres en la misma zona, continuaron existiendo con un poquísimos feligreses . . . En la parroquia integrada quizás podrían darse problemas de integración con la primera generación pero estaría libre de los problemas de la parroquia nacional de tercera generación que había perdido su utilidad. Finalmente, dado que los puertorriqueños se instalaban en zonas pobres de donde los primeros habitantes se habían desplazado, las parroquias existentes en esas zonas contaban con recursos valiosos, como los edificios de los templos y las escuelas parroquiales, los cuales podían ser utilizados por los nuevos feligreses. ”

Efectividad. Una limitación a la decision de utilizar parroquias integradas en vez de parroquias nacionales fue que tendía a permanecer en la memoria de los puertorriqueños la sensación de que heredaban algo ya hecho por otros, no que creaban algo por ellos mismos. Además de no tener la confianza de que esa parroquia, templo o escuela fuera “suyos” en el sentido que habían experimentado los primeros emigrantes que habían construido y levantado esas parroquias como “propias”, frecuentemente el templo o escuela heredado estaba viejo, decadente y era muy costoso el repararlo y mantenerlo. Igualmente, al menos al principio, en la parroquia integrada se celebraban misas y se ofrecían servicios especiales en su propio idioma a los puertorriqueños, pero a menudo en una capilla en los sótanos de la iglesia, en un salón de la escuela, o en una capilla en otra parte de la parroquia. Fue inevitable que en muchas parroquias los puertorriqueños se sintieran como feligreses de “segunda clase”.
Hoy en día más de cien parroquias locales de la Arquidiócesis de Nueva York, algo más de una cuarta parte del total, atienden pastoralmente tanto a los puertorriqueños como a otros hispanos en su propio idioma a la vez que en inglés. En gran parte de ellas los hispanos son el grupo étnico y cultural dominante; después de todo, muchas de ellas han llegado a convertirse en parroquias “hispanas”!


IV. EL APOGEO DE LA ACCIÓN CATÓLICA HISPANA

La originalidad de Mons. Connolly fue su visión, planificación y un comienzo audaz, y no necesariamente una paciente perseverancia en la implementación de metas a largo plazo. En 1956 por una serie de razones personales no le prestó el cuidado y la atención necesarios a la oficina del Coordinador de Acción Católica Hispana. En noviembre, otro sacerdote diocesano, el P. Jaime J. Wilson, fue nombrado coordinador en funciones y en mayo de 1957 recibió el título de coordinador permanente en sustitución de Mons. Connolly. Durante los siguientes seis años proveó la coordinación y el liderazgo que lograron una consolidación y expansión del compromiso de la arquidiócesis para con los puertorriqueños y los demás grupos hispanoamericanos.

Expansión de la Fiesta de San Juan Bautista

El nuevo estilo de celebración de la Fiesta de San Juan Bautista en el campus de la Universidad Fordham en junio de 1956 llegó a convertirse en un evento tan exitoso que sobrepasó la capacidad de la universidad de manejarla . Aun así el modelo fue excelente; la Fiesta tenía que tener una dimensión popular en adición a la litúrgica.

En año 1957 el Padre Wilson alquiló el estadio de la ciudad en la Isla de Randall y comunicó que la fiesta se llevaría a cabo en dicho estadio. Como estadio, éste no fue muy accesible. Es difícil de llegar a él aún cuando está cerca de la Isla de Manhattan, especialmente del Harlem hispano, porque es conectado con el Puente Triboro. A pesar de las dificultades reunieron entre 30 y 40 mil personas para la celebración de la Fiesta. Fue un gran espectáculo católico: cientos y miles de Hijas de María marcharon con sus vestidos blancos, se rezó el Rosario, exhibiéndose grandes cartelones y pancartas con los misterios del Rosario, y personas marcharon con las banderas de sus sociedades parroquiales. Una Misa pontifical fue presidida por el Cardenal Spellman en un gran altar especialmente levantado en el centro del campo del estadio. El Cardenal entró el estadio escoltado por una procesión enorme de laicos, monaguillos y sacerdotes y recibido por la concurrencia con aplausos y alegres vivas al Cardenal y a la Iglesia.
A continuación de la celebración de la Misa se llevó a cabo un programa cívico y cultural. Fueron presentados diversos dignatarios allí presentes, hubo discursos y felicitaciones, y se ofreció un entretenimiento de la gran multitud concurrente gracias a la participación de diversos artistas, músicos, y otros, tanto puertorriqueños como latinos en general, tantos profesionales como amateur. Deseaban que fuera una típica fiesta patronal puertorriqueña. Al concluir los actos litúrgicos la gran multitud participante se fue esparciendo a lo largo y ancho de las facilidades del parque. El estadio está ubicado en la parte central del parque grande de la Isla de Randall, y el área se pobló por las familias puertorriqueñas haciendo un picnic, jugando, y cantando, las cuales se entremezcladas con sacerdotes y religiosos con quienes se entendían en español.
Se quedó establecido de esta forma el nuevo modelo de celebración de la Fiesta de San Juan. Durante el tiempo que el Padre Wilson dirigió la organización y puesta a cabo de la fiesta fue creciendo en calidad y organización. Hubo cambios en el espectáculo, asistieron dignatarios nuevos, pero se mantuvó el evento con un carácter religioso, cívico, y cultural. Dado que la fiesta se constituyó en una institución, había competencia entre las personas para ser socios de la misma. El Padres Wilson organizó un Comité de Ciudadanos encargados de planificarla, los cuales se reunían regularmente durante el año para la coordinación y promoción de la misma, llegándose a convertir el Comité en la organización más prestigiosa de la comunidad católica puertorriqueña. Se consideraba un alto privilegio el ser nombrado presidente de la Fiesta al finalizarse los eventos de la misma cada año. Hubo un grupo de distinguidos puertorriqueños, líderes laicos, que tuvieron el honor de ocupar dicho puesto.
En su día la Fiesta de San Juan adquirió una gran importancia en la vida de la comunidad puertorriqueña. Ello va unido a una característica inherente al puertorriqueño: el respeto. En esos momentos todo lo que la opinión pública pensaba de los puertorriqueños en Nueva York era que se trataba de una comunidad pobre, que no hablaban inglés y que estaban llevando a la quiebra a la ciudad. Esta es ciertamente la misma historia de todos los grupos de inmigrantes; lo mismo se había dicho antes de los irlandeses, italianos, negros y los demás. La Fiesta ofreció una oportunidad para demostrar ante la ciudadanía los valores religiosos y culturales de la comunidad puertorriqueña, porque hasta el momento los puertorriqueños no tenían ningun medio de expresión de su cultura, lengua, o dignidad. Este fue el primer evento que hizo pública por toda la ciudad la presencia de la comunidad puertorriqueña; no hubo otro ninguno. A lo largo de unos años fue el evento más importante de la comunidad puertorriqueña en la ciudad de Nueva York.

Formación para el cuidado pastoral de los puertorriqueños

 Una consecuencia de la decisión de tratar de alcanzar parroquias integradas a lo largo de toda la arquidiócesis fue la necesidad de un programa extenso de formación del personal eclesiástico no hispano — seminaristas, sacerdotes y religiosos/as — en la lengua española y en la cultura y catolicismo puertorriqueñas. El envío de sacerdotes y seminaristas a Puerto Rico en los años 1953, 1954 y 1955 ciertamente brindó una experiencia existencial del segundo. El entrenamiento intensivo en español llevado a cabo en la Universidad de Georgetown durante el verano de 1956 para la mitad de los sacerdotes recién ordenados ofreció definitivamente una formación superior en las destrezas del lenguaje.

El Programa en Ponce. El P Iván Illich, en su capacidad nueva de Vice-Rector de la Universidad Católica de Puerto Rico sugirió una solución ideal para el entrenamiento del personal eclesiástico. Los seminaristas, sacerdotes y religiosas podrían ser enviados a Puerto Rico. De esta forma vivirían en carne propia el choque que supone el entrar y ajustarse a otra cultura, a la vez que aprenderían a apreciar los valores de Puerto Rico, su gente y su iglesia. Igualmente se beneficiarían con las más recientes técnicas y metodologías en el aprendizaje del idioma. El método de enseñanza para aprender a hablar el español del Instituto de Servicios Extranjeros de la Universidad de Georgetown podría ser utilizado igualmente en la Universidad de Ponce. En el verano de 1957 el Padre Illich inauguró un programa especial de entrenamiento diseñado básicamente para el personal del continente que trabaja con puertorriqueños, bajo la denominación de Instituto de Formación Misionera de la Universidad Católica de Puerto Rico.
Si grande fue la sorpresa de los recién ordenados en junio 1956 al reunirse con el Cardenal Spellman donde recibieron la asignación para estudiar en Washington, se puede imaginar las reacciones de los ordenados de la clase de 1957. En ese tiempo el estilo de asignaciones del clero era de corte militar: se daban órdenes y no se preguntaban preferencias. El Cardenal tomó en ese momento una decisión todavía más audaz, la de enviar a la mitad de los nuevos sacerdotes ordenados no ya fuera de la arquidiócesis sino incluso fuera del país. Ese procedimiento fue utilizado en años posteriores y se llegó incluso a ver como una rutina por parte de los sacerdotes recién ordenados la posibilidad de pasar los meses de verano en Puerto Rico estudiando. Para 1959 hubo cierta preocupación para verificar el interés en tal experiencia de parte de los sacerdotes antes de su ordenación, y esta información influyó las decisiones acerca de sus asignaciones. La experiencia había demostrado que la motivación tenía mucho que ver con el éxito en el aprendizaje de la lengua y en la adaptación cultural.
Los sacerdotes no fueron los únicos en ser asignados a Puerto Rico. Un grupo numeroso de religiosos, religiosas al igual que seminaristas fueron enviados cada verano a Ponce, en ocasiones cuarenta o cincuenta en total. El entrenamiento promedio del clero constaba de ocho semanas y lo de los religiosos, de seis semanas. En adicción a las seis o siete horas de ejercicios en español hablado en pequeños grupos, hubo cursos dictados por expertos en los diferentes campos sobre cultura puertorriqueña, latinoamericana y americana y sobre los problemas particulares de la comunicación intercultural. Además del estudio teórico sobre los retos de vivir en una cultura diferente a la propia, vivieron unas experiencias personales enriquecedoras y propulsadas por Padre Illich. Clima, programación, comidas, estilo de organización, actitudes en referencia a la puntualidad, formas de las celebraciones litúrgicas, uso continuo del español — todos juntos conspiraron para “puertorriqueñizar” a los estudiantes.
Una parte del programa especialmente significativa para los sacerdotes fue la asignación para ejercer su ministerio presbiteral los fines de semana en diversas parroquias de la Isla. De una forma u otra, cada uno se vio en una situación profesional en la cual se le exigían la comunicación. La experiencia fue un reto y a la vez enriquecedora. Las interacciones de cada fin de semana les forzaron a la utilización de destrezas en el lenguaje recién adquiridas, les expusieron a los sacerdotes a la cultura puertorriqueña viva, y ello les permitieron experimentar la calidez y afectuosidad de la gente. Generalmente al final del verano los estudiantes, especialmente los sacerdotes, tenían la oportunidad de permanecer cuatro semanas adicionales viviendo en una parroquia puertorriqueña y ayudando en el ministerio pastoral.
La experiencia formativa puertorriqueña influenció profundamente en toda una generación de sacerdotes de Nueva York. El vivir fuera de su propia cultura, aunque hubiera sido por corto tiempo, les ayudó a adquirir una perspectiva crítica de la misma. El contacto con el catolicismo hispano les ayudó a discernir la característica irlandesa de la iglesia de Nueva York. El vivir una experiencia de pluralismo les fue muy útil ya que toda la Iglesia empezaba a cambiar a partir del Concilio Vaticano II. El clero formado en Puerto Rico llegó a hacer la vanguardia pastoral de la arquidiócesis.

El Programa Hayes. Satisfecho por el éxito del programa llevado a cabo en Ponce en 1957, el Cardenal Spellman no sólo decidió que la mitad de los ordenados en 1958 fueran a Puerto Rico, sino que el 30 de julio de ese mismo año “pidió a la Universidad Católica de Puerto Rico extender sus cursos de formación misionera a Nueva York con vistas a consolidar la preparación en el tiempo más corto posible de una cantidad adecuada de sacerdotes, religiosas y personal laico con miras a un efectivo trabajo (misionero), entre alrededor de 500,000 hispanos presentes en la Arquidiócesis.”
Mons. Illich elaboró el borrador de una propuesta para un “Plan General de Formación del Personal de la Arquidiócesis de Nueva York para un Apostolado Efectivo con los Hispanohablantes” el cual pensó presentar a la consideración del Cardenal Spellman antes del 15 de noviembre. Dicho documento lo hizo circular entre un grupo selecto para su evaluación, crítica y corrección. El carácter de la propuesta fue que “existe una considerable diferencia entre el personal necesitado y el personal disponible” y que “esta diferencia debe llenarse tan rápido y tanto como sea posible” – i.e., entre diciembre de 1958 y septiembre de 1961. El documento presentaba detalladamente las necesidades básicas de los hispanos en Nueva York y cómo han de ser atendidas por la Iglesia. Pronosticaba cómo el número y distribución de los hispanos necesitados de atención especial cambiaría para 1970, estimaba el número mínimo de sacerdotes y otro personal especializado que se necesitaría, proponía un programa de formación misionera para la Arquidiócesis de Nueva York y, finalmente, presentó un presupuesto a tres años vista para poder llevar a cabo el programa.
De las muchas recomendaciones específicas presentadas por Mons. Illich pocas fueron adoptadas e implementadas. Una de ellas fue un programa de entrenamiento de español para religiosos, similar al que se impartía en Ponce, pero que podría ofrecerse en Nueva York. El 29 de enero de 1959 Mons. John P. Haverty, Superintendente de Escuelas de la Arquidiócesis de Nueva York, anunció que “comenzando el sábado 7 de marzo un curso especial de español de 12 semanas de duración diseñado para maestros de las escuelas católicas de la Arquidiócesis se impartiría en la Escuela Superior Cardinal Hayes. Este programa cuenta con el apoyo de su Eminencia el Cardenal y va a ser dictado bajo el auspicio de la Universidad Católica de Puerto Rico.”
La finalidad era tanto la de brindar una continuación del programa de Ponce a los maestros religiosos quienes estudiaron en el verano anterior como también iniciar a los que planificaban estudiar en Puerto Rico el verano siguiente. Profesores laicos interesados, quienes planeaban coger cursos de verano en la Universidad Católica de Puerto Rico, fueron igualmente incluidos en los cursos. Las clases consistían en dos sesiones de ejercicios intensivos de español hablado de dos horas, y otra de una hora y media hora de duración.

Instituto de Comunicación Intercultural

Técnicamente, el nuevo programa de primavera y las proyecciones para la continuación fueron un proyecto del Instituto de Formación Misionera de la Universidad Católica de Puerto Rico y obviamente, el programa de verano fue la expresión fundamental de este instituto. De hecho el responsable para los dos programas fue un sacerdote de Nueva York y el mismo diseñó ambos programas teniendo en mente las necesidades de Nueva York. En 1959 se determinó referirse a estos programas de una nueva forma, como actividades del Instituto de Comunicación Intercultural, y en diciembre de este año, el recién denominado instituto fue incorporado en el Estado de Nueva York.
La incorporación puso bajo la Arquidiócesis de Nueva York el control total del Instituto. El instituto continuó impartiendo regularmente el programa semanal de enseñanza de lengua española en la Escuela Secundaria Cardinal Hayes durante los semestres de otoño y primavera cada año. Poco a poco se añadió un segundo horario nocturno alternativo de clases en el Cardinal Hayes y, ocasionalmente, tanto en el seminario arquidiocesano como en otros centros regionales. Durante los meses de verano el Instituto de Comunicación Intercultural erróneamente fue identificado como un instituto de la Universidad Católica de Puerto Rico. De hecho era un programa especial dirigido por la Arquidiócesis de Nueva York y llevado a cabo en las facilidades físicas de la Universidad Católica de Puerto Rico. Mientras ocupó el puesto de vicerector o rector un sacerdote de la Arquidiócesis de Nueva York no hubo necesidad de clarificación alguna. Posteriormente, cuando un laico ocupó el puesto de rector de la universidad y dicho centro adquirió una mayor autonomía, la relación entre la arquidiócesis y la universidad en cuanto al tema del programa de verano se convirtió en un asunto de otra índole exigiéndose un acuerdo contractual formal.
Durante los diez años siguientes el estilo y contenido de ambos programas, el de Ponce y Hayes, permanecieron básicamente iguales. El Cardenal nombró a un sacerdote de la arquidiócesis como director del Instituto. Durante el año escolar era un trabajo a tiempo parcial, convirtiéndose durante el verano en trabajo a tiempo completo. Para hacerse una idea de la importancia y del interés de la arquidiócesis en ambos programas se indica que el presupuesto anual de los mismos era de por lo menos $100,000.

Los Cursillos de Cristiandad

Una meta a corto plazo de la arquidiócesis fue la de entrenar tan rápida y extensamente como fuera posible al clero y a los religiosos no hispanos para que pudieran atender a las necesidades tanto de los puertorriqueños como de los otros hispanos. Una meta a más largo plazo fue el desarrollar un liderazgo nativo en la Comunidad Hispana de Nueva York, primero formando un liderazgo laico de calidad, confiando posteriormente que del mismo surgieran vocaciones religiosas de entre las familias hispanas profundamente ligadas a la Iglesia.
Mons. Wilson estuvo muy interesado en la implementación de un nuevo y muy exitoso programa de evangelización y conversión ampliamente difundido y que tuvo su origen en Ciudad Real, España, y que había tenido un fulgurante desarrollo en España, México y otros puntos de América Latina. Se trataba del Cursillo de Cristiandad, o Curso Breve en Cristiandad. Después de un anterior y frustrado primer experimento, los Cursillos comenzaron a impartirse en la arquidiócesis en septiembre de 1960. En dicha ocasión un equipo de laicos méxico-americanos provenientes de Laredo, Texas, vinieron a dar el primer Cursillo. Aún cuando fue bien recibido y fue muy efectivo, fue una modificación del esquema original pastoral procedente de España. En diciembre de ese año, a invitación de la Arquidiócesis, dos expertos laicos hispanos procedentes de la diócesis donde se originaron los Cursillos en España, vinieron a ofrecer el segundo y tercer cursillos en Nueva York.
El cursillo es una experiencia altamente organizada de tres días, un fin de semana de estudio y retiro, con fuerte énfasis en la experiencia comunitaria. Su contenido está enfocado , especialmente en su forma original, a las distorsiones e inadecuaciones del catolicismo hispanoamericano tradicional y a una comprensión teológica de la vida sacramental, dee madurez cristiana y de la responsabilidad de la persona laica en la Iglesia. Después de asistir a un cursillo, el participante promedio está entusiasmado, muy motivado y dispuesto a participar activamente en el apostolado en su parroquia local.
Al principio los Cursillos fueron dados en el Seminario Tagaste de los Padres Agustinos Recoletos. Para diciembre de 1961 la arquidiócesis estableció el Centro San José en el oeste de la calle 142 en Manhattan para el movimiento de Cursillos y otros trabajos de formación bajo la dirección del Coordinador de la Acción Católica Hispana. La administración quedó bajo la responsabilidad los Agustinos Recoletos. En marzo de 1962 el movimiento de Cursillos tuvo tal crecimiento que se juzgó apropiado se formara la estructura de gobierno a nivel diocesano para el Cursillo, el Secretariado, cuyos miembros son asignados por el Obispo.
Durante los últimos dos décadas el movimiento de Cursillo ha sido el instrumento principal de formación de líderes laicos hispanos dentro de la Arquidiócesis de Nueva York. Miles de personas han “hecho” el Cursillo, y mucho de ellos han recibido una formación avanzada y especializada para el apostolado en los programas asociados al movimiento de Cursillos en el Centro San José. Los Cursillistas formaron el núcleo básico de líderes laicos hispanos en casi todas las parroquias hispanas de la Arquidiócesis. Quizás una razón que explique la rápida expansión, gran popularidad y considerable impacto del Cursillo entre los hispanos de Nueva York lo fue el hecho de que este movimiento diocesano ofreció un marco de referencia y una comunidad para el inmigrante hispano, quien se hubiera visto sumergido en la cultura neoyorquina dominante no hispana, con el peligro de perder su identidad como hispano y como católico. Sus celebraciones religiosas y sus grandes manifestaciones y asambleas, despertaron la conciencia en cada cursillista hispano de que no estaba solo en Nueva York, y a la vez, le ofreció grandes oportunidades para auto expresarse, reconocimiento y liderazgo.

Caballeros de San Juan Bautista

Un intento previo y menos efectivo para fortalecer la identidad católica y brindar un apoyo fraternal a los hombres laicos hispanos fue la institución de los Caballeros de San Juan Bautista, una organización fraternal católica hispana que tuvo su origen en Chicago. Después de tres meses de estudio y planificación, en diciembre de 1957 los Caballeros de San Juan Bautista se organizaron en Nueva York. Se establecieron rápidamente consejos de los Caballeros en las parroquias de Santa Agonía, la Milagrosa. y Nuestra Señora de Lourdes; se tomaron los pasos primeros para establecerlos en las parroquias de Santo Nombre, San Miguel, y la Natividad; y una escuela de formación de líderes funcionaba semanalmente en San Mateo. Se brindaron orientaciones en temas como visitas a los hogares, cooperativas de crédito, vivienda, oportunidades de empleo, y la necesidad de aprender inglés. La formación espiritual se brindaba a través de días de retiro y horas santas.
Mons. Wilson tenía grandes esperanzas de que “este programa de los Caballeros ofreciera grandes posibilidades de servir como una organización de acogida para dar la bienvenida y orientar al nuevo migrante y ponerlo en contacto con la Iglesia y los grupos apostólicos ya existentes. Como una organización católica con presencia en toda la ciudad, ofrece la ventaja de brindar un fuerte apoyo muy necesario para los hombres recientemente llegados y que viven en parroquias donde las sociedades parroquiales todavía no se han preparado para recibir a quienes sólo entienden español.” Estas grandes expectativas nunca se alcanzaron. Los Caballeros nunca llegaron a ser lo que sus fundadores esperaba, pero el movimiento del Cursillo cumplió con creces la mayoría de los sueños para los Caballeros.

La Gran Misión

En unas partes de Latinoamérica al final de 1950, se dio un proyecto misionero especial llamado la Gran Misión el cual tuvo un éxito notable. Un equipo internacional de sacerdotes — clero local, latinoamericanos, y españoles — se concentraban en una ciudad o en una misión diócesana por un período de varios meses. Coordinando sus actividades de acuerdo a un plan y un horario maestros, ellos saturaban pastoralmente un área. La misión incluía una fase pre-misión de algunos meses de visita a los hogares y preparación parroquial; un programa de misión para hombres, mujeres, y jovenes en el estilo clásico de misión parroquial; y un programa posterior, post-misión. Tuvo resultados extraordinarios en relación al número de personas contactadas, sacramentos administrados, y el fervor y entusiasmo provocados.
Mons. Wilson pensó en adoptar esto procedimiento para la revitalización de la comunidad puertorriqueña e hispana en la ciudad de Nueva York. El acercamiento masivo utilizado en ciudades de Latinoamérica no era posible en Nueva York por varias razones. Primero, Nueva York no es una ciudad solamente de habla hispana y católica, por lo que la Gran Misión nunca tendría el impacto total y público para lo que fue diseñada. Igualmente, en el aspecto económico era impensable transportar, albergar, y financiar cientos de predicadores hispanos para una misión. Sin embargo, seis sacerdotes experimentados en la Gran Misión en Latinoamérica y especialistas en censo y técnicas de visita a los hogares vinieron a Nueva York a principios de 1961 por un periodo de tiempo que fluctuaba entre algunos meses a uno o dos años. Trabajaron en las parroquias de Santa Lucia y de la Ascensión en Manhattan y en la parroquia de San Pedro y San Pablo (incluyendo las parroquias nacionales de la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de la Piedad, y San Adalberto) en el Bronx.

Contactos y comunicaciones pastorales

Dado que la Oficina de Acción Católica Hispana llegó a formar parte normal de la vida de la arquidiócesis, empezó a adquirir muchas funciones rutinarias además de estimular nuevas actividades o del establecimiento de nuevos de programas arquidiocesanos. El coordinador era llamado repetidamente para participar en reuniones, inauguraciones, servicios religiosos, banquetes y otras funciones sociales como representante de la arquidiócesis y del cardenal. Además, la oficina llegó a ser una especie de centro de consejería y orientación para toda persona de habla hispana con algún tipo de pregunta, queja o problema. Durante el tiempo que Mons. Wilson estuvo asignado a los asuntos hispanos, se implementaron servicios varios de gran importancia:

Ayuda católica para emigrantes puertorriqueños. A lo largo de muchos años la Legión de María entrevistaba en el aeropuerto de San Juan a todos los puertorriqueños que partían de la Isla con destino al continente, llenando un formulario con todos los datos posibles sobre su identidad, estado religioso y destino. Esta información era enviada a las dióceses del continente para darle seguimiento. Como una forma de cooperación con la Legión, Mons. Connolly había preparado una Guía Católica de las Iglesias Católicas de la arquidiócesis que se entregaba a migrantes en San Juan a la hora de su salida. En Nueva York los formularios acerca de los puertorriqueños que llegaban se comenzaron a recibir en cantidades cada vez mayores. En tiempos de Mons. Wilson un gran trabajo de la oficina del coordinador era el de recibir dichos formularios, determinar la parroquia que le correspondería según la dirección de destino donde el nuevo migrante podría vivir, e informar al pastor o sacerdote de habla hispana para que personalmente o a través de la Legión de María el reciente llegado fuese contactado y ayudado.
En 1959, por ejemplo, Mons. Wilson pudo reportar al Cardenal Spellman que “a través de la ayuda de voluntarios, principalmente de la Legión de María tanto aquí como en Puerto Rico, la Arquidiócesis ha podido darle seguimiento a los emigrantes entrevistados en el aeropuerto de San Juan. Durante los pasados dos años aproximadamente 10,000 fueron visitados por trabajadores preparados de antemano con información útil sobre el estado espiritual del migrante, propósito de su migración, nivel de inglés hablado, etc.”. Es difícil decir cuán efectivo fue el programa. Su inspiración fue muy buena pero de algún modo muy paternalista. Fue más viable en teoría que en la práctica. Frecuentemente la dirección en Nueva York fue tentativa e inexacta, y aunque la persona sea visitada era improbable en muchos casos que los problemas religiosos de larga duración fueran atendidos en medio de tantos retos de supervivencia material. Sin embargo, favoreció miles de encuentros amigables y bienvenidos con los parroquianos, sacerdotes e iglesias locales.

Trabajadores granjeros temporales. Si ponerse en contacto con los nuevos que llegan a la ciudad fue frustrante, más todavía lo fue el cuidado pastoral de los migrantes trabajadores agrícolas. La arquidiócesis de Nueva York nunca tuvo gran cantidad de ellos. Comoquiera, durante los meses de verano regularmente se hacían visitas a los campamentos de los migrantes, donde de vez en cuando se celebraban Misas y otras devociones religiosas, a la vez que se brindaba instrucción catequética a los niños. Fue difícil hacer algo, ya que usualmente los trabajadores estaban en los campos desde muy temprano hasta el atardecer, y estaban presente por corto tiempo. De nuevo, no fue el tiempo oportuno para la mayoría de ellos resolver problemas de prácticas religiosas que tenían por mucho tiempo, pero por lo menos como Mons. Wilson informó, ellos “no son olvidados; reciben servicios e instrucción en español durante su corta estadía, llevando de regreso a Puerto Rico la memoria de la Iglesia Universal sirviéndoles en tierra extranjera, frecuentemente bajo condiciones materiales dificiles y desfavorables”.

Guía Moral de Cine. Mons. Wilson inició un servicio que consistía en publicar en español el equivalente a la guía de la Legión de la Decencia de las clasificaciones morales de las películas actuales. Dicha guía moral también era proveida a la prensa hispana y enviada a cada parroquia y sacerdote de habla hispana.

Notas a Sacerdotes de la Acción Católica Hispana. Regularmente se enviaba un boletín a todos los sacerdotes de habla hispana que trabajaban en la arquidiócesis, e incluso a algunos fuera de ella, para mantenerles informados sobre los acontecimientos pastorales tanto locales como de otros lugares. Del mismo modo se llevaron a cabo reuniones del clero y se dictaron conferencias de forma periódica con el mismo propósito, invitando incluso a conferenciantes de fuera de la diócesis.

Folletos para la Misa. Otro de los servicio de valor llevado a cabo por la oficina del coordinador fue la preparación de folletos en español paras la Misa, con oraciones, himnos y canciones para su uso en las parroquias.

Escuela de Derecho Laboral. Escuelas de Derecho Laboral en español auspiciadas por la A.C.T.U provieron a los trabajadores hispanos de Nueva York con el conocimiento y principios necesarios para defender sus derechos y sequir la doctrina social de la Iglesia.

Reunión inter-diocesana de sacerdotes

En octubre de 1957 Mons. Wilson convocó y presidió una Reunión Inter Diocesano de Sacerdotes sobre el Apostolado para los Hispanos del Este. Asistieron 40 sacerdotes representando a veintidós dióceses. Las finalidades de la reunión eran las de revisar las actividades actuales de las diócesis representadas; de averiguar cuáles habían sido sus mayores dificultades a la vez que sus éxitos; de estudiar las organizaciones mas eficaz; de determinar si la coordinación entre las diversas diócesis era aconsejable y, en caso positivo, de qué manera; de analizar como se puede mejorar la cooperación de las dióceses con la agencia de Ayuda Católica a los Migrantes Puertorriqueños en San Juan; y, finalmente, de decidir si se creía necesaria y conveniente una conferencia abierta ya fuera para los sacerdotes únicamente o para todos los agentes pastorales, sacerdotes y laicos.
Esta reunión fue la primera iniciativa regional de la Arquidiócesis de Nueva York. En años posteriores, debido al crecimiento de la población de habla hispana y del empuje del apostolado hispano dentro de la arquidiócesis, Nueva York se convirtió en un tipo de líder oficioso de las dióceses de la zona del nordeste de Estados Unidos, asistiendoles con información y una variedad de programas. Al establecerse el Centro Pastoral Católico Hispano para el Nordeste hizo que desapareciera el liderazgo y dirección ejercido por Nueva York.



V. ACCIÓN COMUNITARIA HISPANA

Antes de asumir la responsabilidad de Coordinador de la Acción Católica Hispana, Mons. Wilson había vivido siete años en Filipinas, donde dio comienzo su aprendizaje del español, continuando dichos estudios al trasladarse a Nueva York. Al ser nombrado Coordinador de Acción Católica Hispana podía expresarse en español fluidamente, cosa que no ocurría con Mons. Connolly. Más aún, en Filipinas adquirió una perspectiva misionera que influyó en su trabajo en Nueva York. Reconociendo el trabajo valioso que la Iglesia había llevado a cabo en otros pueblos y culturas, fue un defensor acérrimo del aporte de la experiencia puertorriqueña para el clero y religiosos de Nueva York, enfatizando el aprendizaje del idioma como una herramienta evangelizadora, y tratando de implementar programas pastorales desarrollados con éxito en otros lugares, como los Caballeros de San Juan Bautista, los Cursillos de Cristiandad y la Gran Misión.

Mons. Robert Fox

Su sucesor, Mons. Robert J. Fox había recibido parte de su formación en los programas que Mons. Wilson había implementado. Poco tiempo después de su ordenación el Padre Fox fue enviado a la Universidad Católica de América en Washington, D. C. para realizar estudios graduados en Trabajo Social. Durante el verano de 1958 estudió lengua española y cultura puertorriqueña en el Instituto de Formación Misionera de la Universidad Católica de Puerto Rico junto con los nuevos sacerdotes ordenados ese año. Después de tres años en la División de Servicios a la Familia de Caridades Católicas de Nueva York, en agosto de 1961, fue elegido como conferenciante por el programa Fulbright para dictar una serie de conferencias sobre trabajo social en Montevideo, Uruguay, durante un año. De ahí que, cuando fue nombrado coordinador de la Acción Católica Hispana en 1963, no sólo hablaba correctamente español, contando con experiencia y estudios sobre la vida de Puerto Rico y Latinoamérica, sino también aportó a su nueva posición el interés y las preocupaciones sociales de un profesional del trabajo social altamente cualificado.
Mons. Fox se hizo cargo de la responsabilidad total de muchos de los proyectos y programas de la Oficina de Acción Católica Hispana iniciados bajo las administraciones de Mons. Connolly y Mons. Wilson, continuándolos. Como dato importante cabe destacar el impulso e inspiración que brindó a muchos jóvenes sacerdotes y religiosos de habla hispana a través de programas audaces e innovadores diseñados para favorecer una interacción personal y un desarrollo comunitario en la ciudad. Como consecuencia, el nombre de la oficina fue cambiado para que reflejara el nuevo impulso dado a la misma. Se convirtió en el Coordinador de Acción Comunitaria Hispana.

Verano en la Ciudad

Al acercarse el verano de 1964, la Hermana Margarita Dowling de las Hermanas de la Caridad del Monte San Vicente tuvo una entrevista con Mons. Fox para presentarle el proyecto de utilizar los servicios de las Hermanas religiosas en los barrios hispanos del centro de la ciudad, siendo estos servicios atendidos por personal voluntario durante el tiempo estival. Mons. Fox elaboró igualmente ese mismo año un plan de trabajo que fue ensayado con gran éxito en la Lilliam Wald Houses, ubicada en la Parroquia de Santa Brígida. El éxito del proyecto fue tan grande que otras comunidades religiosas solicitaron formar en el futuro parte del mismo. Durante el tiempo de otoño e invierno, Mons. Fox se puso en contacto con los sacerdotes de habla hispana de las parroquias de la ciudad, y se planificó extender esta experiencia a treinta y cinco parroquias en el verano de 1965.
Estos planes recibieron un impacto grande gracias al establecimiento durante ese verano de la Oficina Federal de Oportunidades Económicas, la cual formaba parte de la iniciativa presidencial de la “Guerra contra la Pobreza” de Johnson. En un principio el proyecto de verano se planificó en base a una participación voluntaria. La Arquidiócesis llegó al acuerdo de pagar un estipendio nominal de $20 dólares mensuales a cada voluntario religioso a la vez que se les brindaba alojamiento en los conventos y casas religiosas. Puesto que el Proyecto estaba ya listo y la nueva Oficina de Oportunidades Económicas estaba funcionando y preparada para apoyar proyectos comunitarios, se hizo la solicitud de una subvención por valor de un cuarto de millón de dólares, la cual fue concedida. Con ello se pudo iniciar el Programa de Verano en la Ciudad.
El Manual de Funcionamiento para el nuevo programa lo describía como “un esfuerzo combinado de muchas personas tratando de establecer un ambiente que llevara a incrementar la amistad y la comunicación entre personas y grupos dentro de los vecindarios….Muy frecuentemente barreras mucho más profundas que las del idioma apartaban a las personas unas de otras. Presiones externas ocasionadas por la censura social, los estándares de vida e incluso por normas de vestir combinadas con elementos de la personalidad, diferencias de orígenes, constituían obstáculos aparentemente insuperables para una auténtica comunicación de ideas. Expresiones creativas espontáneas crean elementos importantes en el crecimiento y desarrollo de las relaciones humanas. La necesidad de tal respuesta se observa en todas las áreas pero en especial en las zonas deprimidas, donde son evidentes el abandono y el escapismo en sus variadas formas. El crecimiento en la apreciación a uno mismo y a los demás son las bases de una relación genuina.
“Todas las características del programa –educacional, recreacional y cultural- deben ser infundidas con creatividad. La composición del grupo que forma la administración se ha llevado a cabo con personas de distintos trasfondos y orígenes de una forma deliberada. Otro factor conectado con los conceptos de relaciones y creatividad es la visibilidad del programa. Por su naturaleza, si el programa está dirigido a ofrecer una contribución positiva a la comunidad, sus actividades deben llevarse a cabo abiertamente. Todo esfuerzo debe hacerse para involucrar a las personas en los lugares que ellos se congregan habitualmente.”
Los esfuerzos combinados de sacerdotes, religiosos, voluntarios, profesionales en artes creativos, empleados a sueldo de proyectos y recreación de los vecindarios al igual que otros voluntarios, bajo la coordinación y el liderazgo de Mons. Fox tuvieron un éxito enorme e inmediato. Al concluir el Programa “Verano en la Ciudad “en 1965 se llevó a cabo una evaluación, y se hicieron planes para repetirlo en el verano de 1966, para lo que se preparó una propuesta para que fuera financiada por una organización intermediaria, el Instituto para el Desarrollo Humano.

Instituto Neoyorquino para el Desarrollo Humano

Después de algunos meses de planificación, la propuesta para la creación del Instituto fue completada y el mismo fue incorporado legalmente en el Estado de Nueva York el 14 de abril de 1966. De acuerdo al certificado de incorporación, su principal objetivo fue “planificar, establecer y dirigir programas de investigación, entrenamiento, demostración y estudios, encuestas y otras actividades diseñadas para desarrollar, examinar y llevar a cabo formas y vías para investigar y mejorar las causas y efectos de la pobreza y otros problemas sociales y para llenar las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos económicamente desventajados y culturalmente aislados en la ciudad de Nueva York y en otras partes; y en consecuencia, promover las relaciones interpersonales y grupales diseñadas para ayudar en la búsqueda de dichos objetivos y para identificar, coordinar y cooperar con programas y recursos comunitarios existentes y futuros, y con programas y recursos federales, estatales, de los gobiernos locales dirigidos a lograr todos o alguno de tales objetivos planeados”.
Aún antes de que el Instituto fuera plenamente incorporado, una propuesta para continuar el programa “Verano en la Ciudad” a lo largo del año, bajo el nombre de Proyecto Enlace, fue elaborada y sometida al Comité de Oportunidades Económicas de New York. Después de nueve meses de deliberaciones por parte de la administración y de varios comités, fue finalmente aprobada para un fondo de $1,200,000 en agosto de 1966. Sin embargo, dado que la Ciudad de Nueva York en aquel momento no cualificaba para recibir nuevos fondos de la Oficina de Oportunidades Económicas y la cada vez más caótica situación del Comité de Oportunidades Económicas del Estado de Nueva York junto con su incomprensible actitud negativa hacia la Iglesia hacía impensable que la propuesta fuera completamente fundada.
Mientras tanto, el segundo programa de “Verano en la Ciudad” llevado a cabo en 1966 tuvo un éxito similar al del año anterior. Mons. Fox informó de que “aunque sólo había fondos para treinta centros, sin embargo el programa Verano en la Ciudad funcionó en cuarenta y seis parroquias. Si bien es cierto que se obtuvieron logros en todas las parroquias, sin embargo se creó una base sólida en treinta de los cuarenta y seis centros . . . En cada una de esas treinta parroquias la Junta de Directores (compuesta por residentes del lugar reclutados para el programa y formados mientras se desarrollaba el mismo) deseaban encarecidamente continuar durante todo el año . . . El ambiente logrado por el programa Verano en la Ciudad fue una realidad impactante en vecindarios donde el letargo y la apatía son problemas importantes . . . El problema más urgente en esos momentos es el de mantener y aprovechar el ímpetu clima de actividad y participación que se había generado en los treinta centros . . . (de manera que fueran) creciendo y llegando a ser grupos de acción comunitaria en los vecindarios realmente capaces de analizar los problemas de la comunidad y de establecer programas preventivos y correctivos para los cuales existían múltiples fuentes de fondos.”

Proyecto “Engage”

En noviembre de 1966, veinticuatro parroquias aceptaron participar en la continuación de sus centros de “Verano en la Ciudad “ bajo el título “Proyecto Engage”. Cada uno de ellos fue presidido por una Junta de Directores diversos en cuyas manos recaía la responsabilidad del programa local. Cada uno de ellos contaba con un presupuesto de $300 mensuales con los cuales se cubría el costo de alquiler de un local y el salario a tiempo parcial de un director. Cada Centro dio comienzo inicialmente con un programa de capacitación denominado “Mansight” el cual estaba diseñado para los directores y dirigido a incrementar su toma de conciencia de la realidad de sus vecindarios a través del análisis y diálogo en grupo de una serie de 32 fotos tomadas y diseñados con dicho propósito. Igualmente, cada centro tuvo asignados tres o cuatro voluntarios religiosos a tiempo parcial para ayudar en el establecimiento de servicios concretos como tutorías, arreglos creativos del local y contactos con la gente del vecindario.
El Instituto para el Desarrollo Humano dio comienzo el 24 de octubre de 1966 con el personal administrativo mínimo necesario para la fase inicial de operaciones, con fondos provenientes de una subvención de la Fundación Grace. Una de sus funciones fue la de ayudar a los centros parroquiales para desarrollar programas por proveer cinco servicios centrales: consultas en desarrollo comunitario, educación y entrenamiento, evaluación e investigación, supervisión fiscal y asesoría para recaudación de fondos, y relaciones públicas. Dado que los requisitos para la obtención de fondos federales cambiaron, hubo que desestimar el plan del Instituto como organización coordinadora para recibir y distribuir fondos para las operaciones de los centros locales, y cada centro debía preparar y someter individualmente sus peticiones de ayuda económica a su junta local.
En el verano de 1967, cada centro parroquial local continuó un programa similar aunque no había un proyecto maestro como tal. Se continuó con la misma dinámica en las diferentes actividades locales, y los tres puntos básicos del programa de Verano en la Ciudad inspiraron todos sus programas: foro público, creatividad, y relaciones. Quizás el ejemplo más dramático de todo esto fue las procesiones por las calles del Harlem Hispano para contrarrestar los disturbios que se estaban llevando a cabo.

La Cosa Primaveral

Los disturbios en las calles y la tensión racial del verano de 1967 fue tan solo uno síntoma del aumento de la polarización en Nueva York entre los pobres del centro de la ciudad y la clase media más confortable y predominante suburbana. Se llegó a un acuerdo conjunto para que los centros parroquiales y las comunidades trataran de enfrentar este problema e intentaran encontrar una respuesta común, personal, creativa, y visible. Durante todo el año se trabajó en la preparación de un evento a llevarse a cabo en la primavera para que se llegarían a los vecindarios pobres del centro los habitantes de los suburbios para encontrar, compartir, y trabajar con los residentes del centro en vistas a mejorar sus condiciones materiales y a celebrar su calidad de vida.
Algo de la magia de “Verano en la Ciudad” animó la planificación de “La Cosa Primaveral.” No fue una acción orientada a lograr objetivos, sino más bien dirigida al establecimiento de relaciones interpersonales.  Cualquiera que fuese la tarea común o celebración fue sobre todo para mediar en las relaciones y construir respeto mutuo, confianza y amistad. Muchísimo tiempo se empleó en la preparación de todas las personas que participarían, especialmente ayudando a la gente de la ciudad a comprender que ellos iban a ser anfitriones, no clientes. El 20 de abril del 1968: “5,000 personas suburbanas e igual número de residentes del centro de la ciudad se unieron en 43 calles del centro a lo largo de Manhattan y el Bronx para un enorme día de renovación. Se limpiaron los patios y los sótanos, se pintaron fachadas de casas, se hicieron reparaciones menores e incluso se pintaron murales en las paredes. Se rejuvenecieron los barrios, que brindó a los vecindarios nueva energía y entusiasmo y hizo los preparativos para las buenas relaciones entre los grupos diversos de gente”.
Después de esa jornada, en doce bloques más se llevaron a cabo experiencias similares de renovación y cerca de cincuenta bloques (a menudo con sus socios suburbanos) crearon centros de entretenimientos, uniones de créditos y cooperativas de consumo, centros preescolares y para después de la escuela, cuartos oscuros, y una café para jóvenes, y comenzaron a reconvertir los patios traseros vacíos y solares vacíos en parques. Gran número de habitantes de los suburbios quienes participaron, continuaron trabajando, creando y recreando con sus amigos en el centro de la ciudad y la experiencia de abril condujo a muchos de ellos a involucrarse en la problemática de sus propias zonas urbanas.
Para el año siguiente, 1969, se planificó un proyecto más ambicioso y similar el cual involucraba a treinta bloques a lo largo de siete sábados de renovación e interacción, con el título, “Los Sábados de Primavera”. Este fue el último plan desarrollado por Mons. Fox como Coordinador de la Acción Comunitaria Hispana, porque era obvio que todos estos programas creativos de acción comunitaria era un trabajo a tiempo completo, por lo cual Mons. Fox pidió a las autoridades arquidiocesanas quedar liberado para dedicarse a ellos.

Los Asociados “Full Circle”

En 1967 recibieron gran cantidad de publicidad y reconocimiento las procesiones efectuadas por las calles para contrarrestar las revueltas ciudadanas, pero también surgieron algunos problemas dentro del Instituto de Desarrollo Humano. No todos los miembros del mismo estuvieron de acuerdo sobre esa intervención o acerca del papel que debían desempeñar los nuevos centros parroquiales o la participación de la clase media de los suburbios. La disensión interna causó que el consejo de directores pidiera la renuncia de la administración. Para una persona como Mons. Fox para quien las relaciones abiertas y sinceras eran la esencia de cualquier programa, la situación era insostenible. El dejó la organización que había fundado y durante los  meses posteriores procedió a reorganizar, con el mismo espíritu, una nueva entidad llamada Full Circle Associates, “una red de personas de toda raza, credo, clase y generación, quienes compartían un convencimiento de que en esta crisis de alienación, división y odio, es la persona humana quien puede hacer la diferencia.”

Programas Pastorales y otras actividades

Aunque Mons. Fox estuvo plenamente envuelto en estos muchos y nuevos programas de acción comunitaria, él se mantuvo también coordinando y dirigiendo los programas ya establecidos al igual que los nuevos que iban surgiendo para el cuidado pastoral de los hispanos en la Arquidiócesis.

El Centro Hispano en Cornwall. Desde su nombramiento como capellán católico del Napanoch Correctional Institute, después de haber trascurrido un año en Puerto Rico inmediatamente después de su ordenación, Mons. Matthew Killian era un modelo de sacerdote misionero con ministro itinerante que andaba visitando a las crecientes comunidades hispanas o puertorriqueñas, dispersas en las pequeñas ciudades y pueblos de las regiones rurales de la arquidiócesis. La necesidad de más personal en esta área era urgente. De manera que cuando la congregación español de los Oblatos del Santísimo Redentor escribió a Mons. Fox en septiembre de 1963 ofreciendo trabajar en Nueva York y establecer una residencia para mujeres jóvenes, él contraargumentó, preguntándoles si ellas podrían estar dispuestas para trabajar en el ministerio pastoral en las áreas rurales.
El año siguiente para las mismas fechas se puso en funcionamiento una estructura de apostolado pastoral. Una granja propiedad de la arquidiócesis en Cornwall fue renovada y convertida en una residencia convento, y un granero colindante fue convertido mas tarde en un salón de actividades. Seis Hermanas vivirían allí y servirían a las comunidades hispanas en pueblos tales como Haverstraw, Ellenville, Newburgh y Beacon. Su trabajo consistiría en visitas a los hogares, catequesis, consejería, educación de adultos, preparación para los sacramentos, y asistencia en la Liturgia, así como toda una gama de referencias para servicios sociales y consejos. Se organizó igualmente un ingenioso y delicado programa de asistencia financiera. Recibirían el apoyo de los párrocos de los pueblos donde ellas desarrollaran sus actividades. La Oficina de Acción Católica Hispana actuaría como mediadora y supervisora. Por varios años este arreglo formó parte del trabajo rutinario del coordinador. Las Hermanas trabajaron cercanamente con Mons. Killian y bajo la dirección de Mons. Fox.

The Catholic Migrant Bureau. En el verano de 1968, bajo el nombre de Catholic Migrant Bureau, se dio comienzo a un programa especial para la asistencia espiritual y social de los migrantes hispanos trabajadores del campo, expandiendo programas informales previos a favor de estos trabajadores. El programa de 1969 consistió en un sacerdote, un diácono, un seminarista y tres Hermanas religiosas quienes desarrollaron su trabajo a tiempo completo en el condado de Orange durante los meses de verano. Se celebraron eucaristías en español los domingos en dos de los campos y los miércoles en otro. El 15 de agosto se celebró una fiesta especial, con eucaristía incluida, en Pine Island. Los seminaristas y Hermanas dedicaron gran parte de su tiempo a visitas, asistencia social y desarrollo de programas recreacionales.

La Fiesta de San Juan. Desde el principio de los años ’60, cada junio un promedio de sesenta mil personas participaban en la Fiesta de San Juan que se llevaba a cabo en la Isla de Randall. Pero todo lo bueno tiene un comienzo y un final, y la fiesta no iba a ser la excepción, por lo menos en lo que se refiere a su formato original. Aunque el día continuó siendo tan popular como siempre, e incluso más, la participación en el programa formal, especialmente en la celebración religiosa, comenzó a declinar drásticamente. Ya los asientos del Downing Stadium no se llenaban más para la procesión y la Misa pontifical, y el carácter de las festividades alrededor del parque durante el día fue criticado como demasiado secular. El primer año Mons. Fox asumió la responsabilidad para que la fiesta continuara en el estilo tradicional, eligiendo como tema especial el tributo de la comunidad de habla hispana al humanismo cristiano del difunto presidente, John Fitzgerald Kennedy.
En 1965, 1966 y 1967 para afianzar las dimensiones religiosas y espirituales de la celebración y comprometer a los participantes para que se involucraran más activamente la fiesta comenzaba a las 5:00 am con una misa iniciando un “Servicio del Alba”. La Misa se celebrada a esta hora como un símbolo del “Amanecer” o el volver a despertar de la comunidad hispana a culminar todas sus potencialidades como individuos creativos y participativos. Después de la Misa se servía un ligero desayuno a todos los asistentes. A continuación se llevaban a cabo otras actividades. Por ejemplo, en 1966 a las 7:30 am un Vía Crucis especial fue presentado con catorce estaciones exhibiendo fotos y banderas reflejando aspectos de la vida de la comunidad hispana en relación a la pasión de Cristo, y un decimoquinto estación representado la resurrección. En la tarde se llevó a cabo un elaborado programa incluyendo una procesión, una presentación dramático, Misa y las festividades cívicas tradicionales.
Como resultado del fuerte sentimiento de los que algunos consideraban “experimentos” del formato de la fiesta, la planificación para 1968 fue puesta en manos del Comité de Ciudadanos bajo el liderazgo de Luís Fontánez, retomando completamente las estructuras tradicionales desarrolladas en tiempos de Mons. Wilson. Sin embargo, esta celebración no tuvo mayor éxito de los años anteriores. En 1969 Mons. Fox decidió romper radicalmente con todos los modelos pasados y anunció la celebración de la fiesta en dos partes: la fiesta religiosa que consistiría en una Misa a media noche al aire libre en el Downing Stadium el sábado y la fiesta cívica en el estilo tradicional el domingo en la tarde.
Aún cuando la celebración de la Santa Misa tuvo el decoro y la belleza necesarios, no fue del agrado de muchos de los críticos. Hubo un descontento creciendo entre muchos de los líderes de la comunidad hispana, los cuales habían trabajado en el desarrollo de la fiesta. Percibían que sus puntos de vista y ayuda no eran escuchados ni valorados. No obstante la exactitud de las quejas, se llevó a cabo una protesta pública en la prensa hispana, y el sucesor de Mons. Fox tuvo que afrontarla.

Programas de radio en español. En febrero de 1969 se inició una serie de 24 programas de radio en WBNX, consistiendo de diálogos entre un sacerdote católico y un pastor protestante y continuaron por los meses sucesivos. Tal programa fue en adición a la ayuda para su programación regular que la Oficina de Acción Comunitaria Hispana ofrecía en las emisoras locales durante Navidad, Viernes Santo, y otras fechas especiales. Junto con esto se pautó un programa semanal informativo religioso durante algún tiempo en Radio WADO al igual que una reflexión diaria de breves minutos de duración a las 6:00am titulada “Un minuto con Dios.”

Nueva York Hispano. En 1964, el Padre Marcelino Pando, A.A., director del Centro Católico de Información, fundado unos once años antes por el párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza, decidió iniciar una nueva revista en español, “Nueva York Hispano”. Fue bien recibida pero no contaba con ayuda financiera adecuada. Desde el principio el Padre Pando deseaba involucrar a Mons. Fox en el proyecto, y en 1965 apeló directamente al Cardenal Spellman en búsqueda del apoyo económico. Recibió la ayuda solicitada, y la revista continuó con éxito por algunos años.

Movimiento de Cursillos. No obstante que el Centro San José fue originalmente fundado como un proyecto especial de la Acción Católica Hispana bajo la supervisión del coordinador, y con el establecimiento de un secretariado para dirigir el movimiento de Cursillos el coordinador fue ex oficio el delegado episcopal para el movimiento, por algún tiempo el centro y el movimiento de Cursillos habían operado con creciente autonomía. Debido a una serie de razones Mons. Fox encontró dificultades para llenar las expectativas de los líderes del movimiento de Cursillos y la colaboración con ellos se volvió tensa. En 1967 decidió renunciar a su posición de delegado episcopal para el movimiento y supervisor del Centro.

Liturgia. Desde 1964 la Oficina de Acción Comunitaria Hispana estuvo muy envuelta en el desarrollo de materiales de ayuda para el uso correcto del español en las celebraciones litúrgicas. Regularmente suministraba nuevos himnos, traducciones correctas, y sugerencias para las celebraciones a las parroquias que tenían servicios en español. Un proyecto especial fue la composición de una Misa cantada en un estilo que pudiera captar el gusto musical y la imaginación del pueblo hispano de Nueva York.


VI. REORGANIZACION Y COORDINACION PASTORAL

Como Mons. Fox necesariamente se involucró cada vez más en los proyectos comunitarios que había originado e inspirado, se hizo evidente que no le era posible prestar la atención adecuada a la gran variedad de otras preocupaciones administrativas y pastorales asociadas con la oficina del coordinador. El Senado de Sacerdotes de la arquidiócesis se interesó en el futuro de la oficina y nombró un comité ad hoc para evaluarlo. En noviembre de 1968, Mons. Fox recomendó al nuevo arzobispo de Nueva York, Terence J. Cooke, que sea libre de prestar toda su atención a Full Circle Associates y al p. Robert L. Stern, entonces Canciller Asistente de la arquidiócesis, le sucede. Después de mucha consideración, el Cardenal Cooke aceptó la recomendación y nombró al P. Stern como “Director del Apostolado Hispano” por un período de tres años a partir de agosto de 1969.

P. Robert Stern

Como Mons. Fox, P. Stern había sido formado por muchos de los programas que comenzó a supervisar. Ingresó al seminario en 1953, participó en las clases de español recién establecidas allí, y estudió en el programa Ponce en el verano de 1959 y nuevamente en el verano de 1960 como participante en un programa especial de estudios Latinoamericanos. Después de una experiencia pastoral de tres años en una parroquia hispana, recibió capacitación en derecho canónico en Roma como preparación para el trabajo de cancillería. El Arzobispo Maguire había recomendado al Cardenal Spellman que el personal de la cancillería inmediata incluyera un sacerdote de habla hispana con experiencia parroquial en la comunidad hispana. El P. Stern llevó al nuevo puesto de Director del Apostolado Hispano una experiencia práctica de trabajo de base en el centro de la ciudad, así como habilidades administrativas y organizativas de su experiencia en la oficina de la cancillería.

Redirección de la Oficina Hispana

Cuando el Cardenal Cooke nombró al P. Stern, eligió un nuevo nombre para la oficina. Fue bien claro al indicar que el trabajo del director de la Oficina del Apostolado Hispano debía de ser fundamentalmente espiritual y pastoral y que su superior inmediato lo sería el Vicario General, como cabeza de la oficina pastoral de la arquidiócesis. Otro cambio introducido por el Cardenal Cooke fue la consolidación de todos los programas que se desarrollaban en la arquidiócesis con los hispanos, bajo la responsabilidad y supervisión del nuevo director. Finalmente, el cardenal insistió en que el objetivo y el enfoque fundamental de la recién definida oficina debería ser el desarrollo de líderes laicos, especialmente a nivel comunitario y parroquial, a los cuales había que ir preparando gradualmente para que asumieran mayores responsabilidades por la iglesia en Nueva York.[61]

Supervisión de Instituciones y Programas

De acuerdo con la reorganización solicitada por el cardenal Cooke, el director y la oficina central llevaron a cabo la supervisión inmediata de las instituciones y programas existentes del apostolado de habla hispana. Dos programas principales operados directamente por la oficina hispana fueron la Fiesta de San Juan y el programa de verano en la Universidad Católica de Puerto Rico en Ponce. Varios otros programas e instituciones existentes estaban afiliados a la oficina hispana y, en cierta medida, estaban bajo su supervisión. Finalmente, la cambiante situación pastoral y los desafíos exigieron nuevas iniciativas programáticas.

La Fiesta San Juan. La primera tarea del P. Stern fue la reorganización de la Fiesta de San Juan. La fiesta estaba en su apogeo alrededor de 1962; desde entonces había estado disminuyendo constantemente a pesar de las iniciativas creativas para reanimarlo. Para 1969 había resentimiento entre muchos líderes cívicos puertorriqueños y otras personas interesadas previamente asociadas con la fiesta por no haber sido consultados al respecto y haber sido excluidos de la toma de decisiones al respecto. El P. Stern celebró una serie de reuniones públicas con líderes cívicos sobre la fiesta y un resultado afortunado de esto fue la reactivación del Comité de Presidentes de la Fiesta, la elección de un nuevo presidente, y un firme compromiso de colaborar juntos en el futuro.
En 1970, en vista de la negativa del Departamento de Parques de la ciudad de Nueva York a permitir que la fiesta se celebrara formalmente un domingo por la tarde debido a la excesiva aglomeración de la isla de Randall el año anterior y también en vista de la escasa asistencia del año anterior al programa cívico y popular dentro del Estadio Downing, se decidió limitar la celebración formal de la fiesta a una Misa de vigilia el sábado por la noche, siguiendo el horario de la liturgia del año anterior.
Con la garantía del apoyo de los líderes cívicos y comunitarios, se decidió esforzarse mucho por revivir la fiesta y restaurarla a su estilo original para 1971. El P. Stern le preguntó a un joven sacerdote puertorriqueño, el P. Luis Rios, A.A., para servir como el primer sacerdote-coordinador de la fiesta. Trabajando en estrecha colaboración con el presidente de la fiesta, contactó a más de siete mil personas con respecto a sugerencias e interés en la fiesta y se revivió el comité ciudadano tradicional para la fiesta; alrededor de doscientas personas interesadas se convirtieron en sus miembros activos. Se invirtió una gran cantidad de tiempo y esfuerzo en organizar la fiesta para ese año. El resultado fue un triunfo organizacional, sanando todas las divisiones dentro de la comunidad cívica, pero una verdadera decepción desde el punto de vista de la participación pública en el estilo del programa planeado
Un resultado positivo de la fiesta de 1971 fue que los líderes laicos ya no atribuyeron el declive de la fiesta a la “experimentación” con su formato o su exclusión de la planificación y la toma de decisiones. Para 1972, la responsabilidad total de la toma de decisiones estaba en manos del Comité de Ciudadanos y del comité de presidentes anteriores, pero la planificación progresó muy lentamente. Mientras tanto, el Comité Coordinador del Apostolado Hispano recomendó que se celebrara una Misa en la Catedral de San Patricio y que se permitiera que la celebración del picnic en la isla de Randall siguiera su propio camino. El Cardenal Cooke, sin embargo, quería que la fiesta se celebrara de la manera tradicional en el Downing Stadium, como lo había sido el año anterior, incluso a riesgo de una baja asistencia.
Es difícil analizar todos los factores involucrados en el declive de la fiesta. Una razón, tal vez, es que ya no ocupaba un lugar único. Durante varios años había sido la única manifestación pública de la fe y la cultura de los puertorriqueños y otros hispanoamericanos en la ciudad de Nueva York. Más tarde, se desarrollaron otras instituciones populares como el Desfile Puertorriqueño, que sin duda fue una gran muestra del poder y la presencia de los puertorriqueños en Nueva York con alrededor de cien mil personas marchando por la Quinta Avenida, y la Fiesta Folklórica Puertorriqueña, que reunió a otras cien mil personas para un gran picnic de verano en Central Park. Ya no había necesidad de que la iglesia fuera el vehículo de expresión de la presencia y cultura puertorriqueña, por lo que la Fiesta de San Juan necesariamente tuvo que reducirse en escala.

Instituto Veraniego en la Universidad Católica de Puerto Rico. El programa del Instituto de Comunicación Intercultural de la Universidad Católica de Ponce siempre había sido patrocinado conjuntamente por la universidad y la arquidiócesis. Desde que un sacerdote de Nueva York se había asociado con la universidad y el programa desde el principio, había habido poca necesidad de definir formalmente la relación de la universidad y la arquidiócesis. Sin embargo, cuando el primer rector laico fue designado para la universidad, mostró interés en colocar todos sus programas e institutos de manera formal y profesional. Otros factores que provocaron un nuevo examen de la estructura de responsabilidad del programa de verano fueron la necesidad de reubicar físicamente sus dependencias, la decisión de la universidad de suspender sus propios programas complementarios de formación lingüística y cultural durante el año académico regular, y las críticas a la conducta del programa de verano.
Después de unas reuniones en Nueva York y Ponce, se concluyó un acuerdo por escrito entre la arquidiócesis y la universidad que define el patrocinio conjunto del instituto de verano, el derecho de la universidad a designar al director del instituto después de consultar con la arquidiócesis, y los deberes y responsabilidades del director. El verano de 1971, la universidad asumió una responsabilidad cada vez mayor del programa por sugerencia del Cardenal Cooke. En 1972 asumieron toda la responsabilidad y se nombró al primer director laico.
Debido al creciente número de dominicanos en la arquidiócesis, en el verano de 1970 el P. Stern inició un programa de trabajo pastoral en la República Dominicana además del programa habitual en Puerto Rico para estudiantes en los cursos de idiomas.

Programa de Idiomas en la Escuela Secundaria Cardenal Hayes. Para 1969, el programa de capacitación de idiomas en Hayes necesitaba atención y reorganización. El programa fue completamente reorganizado en septiembre de 1971 con un laico, Miguel Martínez, nombrado como director por primera vez. La antigua corporación del Instituto de Comunicación Intercultural dejó de funcionar y el programa continuó como Instituto de Idiomas de la oficina del Apostolado Hispano. Las clases se ofrecían dos días a la semana en Hayes y ocasionalmente en otros centros locales.
En enero de 1970 se celebró una reunión con el rector del Seminario de San José, el decano de estudiantes, y el director de programas pastorales para discutir formas de familiarizar a los estudiantes con el idioma español y la cultura hispana. Se decidió establecer una rama especial del programa de capacitación en idiomas en el Seminario.

El Centro San José y el Movimiento de los Cursillos.  Con el nombramiento de un nuevo director del Centro de San José en septiembre de 1969 y la asunción del rol de delegado episcopal para el movimiento Cursillo por el P. Stern después de una vacante de dos años, se inició un proceso para redefinir el papel de la Secretaría y los objetivos del movimiento dentro de la arquidiócesis. Además de aclarar y confirmar la relación de trabajo entre los Padres Agustinos Recoletos y la arquidiócesis a través de la oficina hispana, el P. Stern dedicó una tremenda cantidad de tiempo a una renovación organizacional del movimiento de los Cursillos. La secretaría del movimiento se reorganizó y sus responsabilidades se redefinieron con el resultado positivo de que los laicos asumieron una responsabilidad real y mayor por el movimiento de una manera que no había tenido lugar durante los primeros años de su vida.

El ministerio del área de Newburgh-Beacon.  Para agosto de 1969 había una considerable insatisfacción entre los Oblatos del Santísimo Redentor acerca de su trabajo en las áreas del condado y la posibilidad de su retirada total. Después de una serie de visitas y reuniones con ellos, se estableció una reorganización de sus responsabilidades laborales y un financiamiento apropiado con los párrocos del área. Sin embargo, debido a la decisión personal de su recién nombrado provincial, las hermanas se retiraron completamente de la misión el verano siguiente.
En agosto de 1970 se creó un nuevo puesto de Coordinador del Apostolado Hispano para los vicariatos Dutchess-Putnam y Rockland-Orange y el P. Neil Graham le fue asignado. Una de sus responsabilidades principales era coordinar y dirigir el trabajo de las hermanas en el área y dedicó gran parte del año a reclutar a otras hermanas para el trabajo. Él arregló para otra congregación de religiosas españoles, las Hijas de Jesús, para asumir la responsabilidad del Centro Hispano en Cornwall y trabajar en el área. Comenzaron su ministerio en el verano de 1971 y continuaron en el área hasta el verano de 1982.

Ministerio de Migrantes. Después de una evaluación del programa de 1969, se decidió la reorganización completa del mismo. En septiembre de 1979 un sacerdote de habla hispana fue asignado a la parroquia de San José en Middletown teniendo como su responsabilidad pastoral el servicio a los hispanos del área al igual que el programa de migrantes. Se estableció un consejo consultivo para ayudarlo constituido por antiguo personal parroquial quienes trabajaban en el programa, junto con los párrocos del área, y el director del apostolado hispano.

Seminaristas Dominicanos.  En enero de 1970 el P. Stern fue a la República Dominicana para reunirse con algunos de los obispos y discutir formas de una mayor colaboración entre las diócesis dominicanas y la Arquidiócesis de Nueva York con respecto al cuidado pastoral del creciente número de dominicanos en Nueva York. Un resultado de la visita fue una invitación extendida a los seminaristas mayores para trabajar en las parroquias de la arquidiócesis durante los meses de verano a cambio de gastos de viaje, alojamiento, comida y un pequeño estipendio semanal. El propósito de este nuevo programa era doble: brindar asistencia especialmente a aquellas parroquias con un gran número de dominicanos recién llegados y familiarizar a los candidatos para el sacerdocio en la República Dominicana con los desafíos particulares que enfrentan los inmigrantes aquí. Ese verano llegó un grupo de dieciséis y después de dos sesiónes de orientación de un día recibió asignaciones parroquiales. Una vez a la semana se reunían con seminaristas de Nueva York para revisar su trabajo y conocer mejor la ciudad. El programa fue exitoso y se repitió nuevamente durante los próximos años.

Seminaristas Dominicanos con el Cardenal Cooke

Seminario de Teología Pastoral. Además de la decisión de establecer una rama del programa de capacitación en idiomas en el Seminario de San José, se comprometió a desarrollar algún tipo de preparación pastoral integrada en el plan de estudios general del seminario. Por fue un experimento, para sondear a los estudiantes y desarrollar los enfoques para un curso principal, el P. Stern acordó llevar a cabo un seminario especial durante el semestre de primavera de 1970. En lugar de tratar exclusivamente los problemas pastorales relacionados con los hispanos, se adoptó una presentación teológica y sociológica más amplia. Quince a treinta estudiantes asistieron a varias sesiones del seminario. Un fuerte sentimiento entre ellos fue que el curso debería ser no-académico, interdisciplinario, abierto a todos los estudiantes y continuar de manera regular. Lamentablemente, el curso no se repitió y no se logró la integración proyectada de algún tipo de preparación pastoral, especialmente en lo que respecta al ministerio en la comunidad hispana, en el plan de estudios general del seminario.

Desarrollo de planes y estructuras pastorales

Consecuente con el mandato del Cardenal Cooke para una reorganización y redireccionamiento del apostolado hispano, el P. Stern comenzó de inmediato a crear estructuras para promover la participación más amplia posible en la planificación y el desarrollo por parte de los líderes eclesiásticos, clericales, religiosos y laicos existentes en la comunidad católica hispana. En el otoño de 1979, pidió a once personas que aceptaran una responsabilidad especial en algunas áreas de interés pastoral y que desarrollaran un grupo de trabajo para ayudarlos con asesores y expertos según sea necesario. Se organizaron once grupos de trabajo para las áreas de investigación y planificación pastoral; formación lingüística y cultural; apostolado de los religiosos; apostolado de los sacerdotes; formación para el apostolado de los laicos; apostolados laicos; relaciones comunitarias; relaciones ecuménicas; prensa, radio y televisión; liturgia; y catequesis. (cf. Pastoral Planning Organization)

Comité Arquidiocesano de Coordinación. Reuniones periódicas de estos once coordinadores de apostolados particulares comenzaron en octubre. Algunos de ellos desarrollaron con éxito grupos de trabajo y programas durante el primer año; otros por una variedad de razones no pudieron lograr el trabajo proyectado. El grupo de coordinadores adquirió gradualmente las dimensiones de un comité de coordinación central para todas las obras del apostolado hispano. Inicialmente estaba compuesto por el director del apostolado y los once presidentes de los grupos de trabajo; más tarde también incluyó a aquellos sacerdotes, líderes religiosos o laicos que tienen una responsabilidad especial por los movimientos, programas o instituciones al servicio del apostolado hispano. El comité se reunió al menos una vez al mes, generalmente durante un día entero, y durante un período de tres años gradualmente se convirtió en un organismo eficaz de consulta, planificación, y coordinación. También tuvo el efecto de introducir a más hispanos, especialmente laicos, en el liderazgo a nivel diocesano.

Reuniones de Sacerdotes. En abril de l970, el P. Stern invitó a todos los sacerdotes involucrados en el apostolado hispano, diocesanos, religiosos y adjuntos, hispanos y no hispanos, a una reunión de tres días en el Seminario de San José. El propósito declarado era proporcionar una oportunidad muy necesaria para todos los sacerdotes comprometidos en un trabajo similar con preocupaciones comunes para reflexionar juntos sobre los desafíos pastorales planteados por una diócesis donde casi la mitad de los feligreses hablaban en español, para discutir las prioridades y objetivos pastorales totales y comenzar a considerar las posibilidades de la planificación pastoral arquidiocesana y una responsabilidad colegiada para el apostolado. La reunión resultó ser un gran éxito; A las sesiones asistieron sesenta y dos sacerdotes. Un consenso general fue planificar una reunión de dos días con el mismo espíritu cada dos meses.
En junio se celebró una reunión de dos días a la que asistieron cuarenta sacerdotes, incluido el Cardenal Cooke. El foco de la discusión fue el movimiento de los Cursillos en la arquidiócesis. Se realizó una evaluación crítica del movimiento existente y se sugirieron planes para su mayor desarrollo y empuje. Se decidió celebrar reuniones mensuales de un día de duración a partir de septiembre de 1970, cada una centrada en un tema particular de interés pastoral. Los temas tratados ese año incluyeron la parroquia, los movimientos apostólicos y un plan pastoral, el joven hispano y la formación de un movimiento juvenil hispano, la familia hispana y la iglesia, el Movimiento Familiar Cristiano, el diaconado laico, y programas para la formación de liderazgo. En vista de la sugerencia del Cardenal Cooke de que las reuniones de los sacerdotes se celebren con menos frecuencia, el patrón de las reuniones mensuales no continuó el año próximo.

Investigación y planificación pastoral. En diciembre de 1969 el P. Peter Gavigan convocó a la primera reunión de un grupo especial de trabajo sobre investigación y planificación pastoral para el apostolado hispano. Un primer paso inmediato fue la recopilación y visualización de estadísticas básicas de población recopiladas de las diversas fuentes disponibles. Se preparó una encuesta de actitud del clero sobre el movimiento de los Cursillos en la arquidiócesis así como un cuestionario sobre la condición del movimiento en cada parroquia, y se envió a todos los sacerdotes de habla hispana en preparación para su reunión de junio de 1970.
Más tarde, se preparó un cuestionario personal detallado y se envió a todo el clero de cualquier manera identificada como hispanohablante que intentara evaluar la capacitación en español, el grado de fluidez, y el interés en el apostolado de cada uno de los sacerdotes. Se envió otro cuestionario a cada parroquia que se considera “hispanohablante” con el fin de determinar con precisión qué servicios y programas se llevaron a cabo en español o dirigidos a personas de habla hispana. También incluyó preguntas sobre la población parroquial y el número de bautizos y bodas hispanos durante la década anterior. Esta última información ayudó a identificar la dirección del movimiento de los católicos de habla hispana en las zonas urbanas de la arquidiócesis.
Al cierre de 1971, la Arquidiócesis de Nueva York tenía aproximadamente 136 sacerdotes diocesanos de habla hispana, 6 de los cuales hablaban español como lengua materna. Del total, tres estaban en servicio fuera de la diócesis, doce enseñaban, ocho estaban en oficinas arquidiocesanas y dos servían como capellanes de instituciones. De los 111 sacerdotes asignados a parroquias, 89 estaban en parroquias con servicios bilingües completos. De estos, 21 eran pastores y 68 pastores asociados.
Con el desarrollo de la Oficina de Investigación Pastoral y la Junta de Personal Arquidiocesano, cesó la necesidad de esta función dentro de la Oficina del Apostolado Hispano.

Taller para Religiosas. Un taller sobre la mujer puertorriqueña en Nueva York fue patrocinado por el grupo de trabajo sobre el apostolado de los religiosos coordinado por St. Pauline Chirchirillo, P.B.V.M. el 23 de mayo de 1971. Más de sesenta hermanas religiosas asistieron al programa. Comenzó con una discusión sobre teología, cultura, y la experiencia de Nueva York. Durante la tarde hubo una para-liturgia y una presentación cultural, además de paneles y discusiones sobre carreras y actitudes actuales que concluyeron con la cena.

Luz y Vida. El grupo de trabajo para la formación del apostolado laico bajo la coordinación del P. David Arias, O.A.R. se le pidió explorar nuevas formas y programas de formación para el apostolado. Comenzó a enfocar su preocupación en programas dirigidos a despertar a las personas a las implicaciones de la edad adulta cristiana y a equiparlas para asumir una mayor responsabilidad por la obra del Evangelio. El resultado principal de este esfuerzo fue la publicación de una serie de diálogos y paraliturgias centrados en el hogar sobre los conceptos básicos de la fe cristiana llamada “Luz y Vida”. Con la colaboración de líderes laicos del movimiento de los Cursillos, este programa comenzó a implementarse en toda la arquidiócesis en las parroquias locales.

Ministerio Juvenil. En enero de 1970 se realizaron una serie de reuniones de planificación sobre la promoción de un apostolado juvenil bajo los auspicios del grupo de trabajo sobre apostolados laicos coordinado por el Sr. Luis Fontánez. Una primera preocupación del grupo fue evaluar el movimiento Juventud Obrera Cristiana (JOC) existente en la arquidiócesis. Aunque se había establecido durante algunos años con un centro en West 106th Street y Broadway, nunca había florecido ni tenido un reconocimiento formal por parte de la arquidiócesis. Se celebraron reuniones con sus líderes para planificar una revitalización y extensión del movimiento.
Otra preocupación era introducir algún tipo de programa de formación en la arquidiócesis similar a los exitosos movimientos Jornada y Cursillo de Vida en Puerto Rico, la República Dominicana, y México. Se había intentado introducir el programa de Jornada al estilo mexicano algunos años antes y se habían dado varios fines de semana de Jornada en el Centro de San José, pero con poco seguimiento.
Después de una larga consideración, se tomó la decisión de desarrollar un programa total para la formación de adultos jóvenes hispanos de dieciocho a veinticinco años en lugar de solo programas para la formación de líderes apostólicos y militantes. Con el nombramiento de un joven sacerdote de ascendencia puertorriqueña, el P. José McCarthy, O.F.M. Cap., a una responsabilidad de tiempo completo de coordinación del apostolado juvenil, la planificación de este programa total avanzó rápidamente. Gradualmente se diseñó un programa de etapas múltiples: una experiencia de fin de semana diseñada para unir una colección de individuos en un grupo; una serie de reuniones semanales relativamente no dirigidas para reflexionar sobre experiencias y valores de la vida; una experiencia de fin de semana diseñada para despertar a los jóvenes a la naturaleza y los desafíos de la vida cristiana; una serie de reuniones semanales para reflexionar sobre Cristo y las posturas cristianas en situaciones de la vida; y un programa de retiros, formación, y apostolados especializados como el JOC.
A principios de 1972 se recibió financiación especial para el movimiento juvenil de la Campaña para el Desarrollo Humano y el 23 de agosto de ese mismo año, el movimiento se incorporó como “Equipos Unidos”. Se impartió una serie de talleres especiales de capacitación a través de Capacitación para Vivir a grupos juveniles de la parroquia para ayudarlos a desarrollar habilidades de liderazgo y habilidades en procesos y dinámicas grupales. Otro joven sacerdote de ascendencia puertorriqueña, el P. Anthony M. Stevens, C.P., se unió al personal del movimiento juvenil y para fines de ese año, casi trescientos adultos jóvenes habían participado en una u otra fase del movimiento. Los sacerdotes asesores del movimiento fueron sucesivamente el P. McCarthy, P. Stevens y el P. César Ramírez, sacerdote de la Arquidiócesis de San Juan. El movimiento juvenil continuó hasta principios de 1973, cuando las autoridades arquidiocesanas decidieron terminarlo.

Movimiento Familiar Cristiano. Debido a la preocupación por fortalecer la vida familiar de los hispanos en la arquidiócesis, el grupo de trabajo sobre apostolados laicos recomendó el desarrollo de un apostolado especializado para las parejas casadas. Se decidió utilizar el Movimiento Familiar Cristiano. Esto no fue simplemente una traducción al español del Christian Family Movement; el movimiento familiar latinoamericano tuvo una génesis diferente y un estilo diferente. Junto con el movimiento inglés, se ocupó de un estudio serio del matrimonio y la familia y utilizó los métodos familiares de acción apostólica desarrollados por primera vez en los primeros movimientos jocistas.
El movimiento deliberadamente creció lentamente; aun así, en pocos años incluyó a varios cientos de parejas casadas en unas áreas clave de la arquidiócesis. El Director de Desarrollo Cristiano y Familiar y el moderador del Movimiento Cristiano Familiar (en inglés) dentro de la arquidiócesis alentó el desarrollo separado del grupo de habla hispana por parte de la oficina de apostolado hispano.
En el verano de 1968, un grupo de líderes del Movimiento Familiar Cristiano en España vino a los Estados Unidos para presentar el Encuentro Conyugal, un tipo especial de retiro de fin de semana para parejas casadas diseñado para ayudarlas a profundizar su comunicación mutua y confrontar mejor los desafíos de su matrimonio. Desde esa fecha, los Encuentros Conyugales se han ofrecido regularmente en el Centro de San José y, más tarde, a través del Movimiento  Familiar Cristiano arquidiocesano.

Instituto Hispano de Formación Pastoral. El Comité Coordinador para el apostolado hispano sintió la necesidad de algún programa adicional de formación más extensa para líderes laicos y comenzó a considerar posibilidades diferentes para ello. Después de consultar con sacerdotes, líderes religiosos y laicos  involucrados en el apostolado hispano en una reunión en enero de 1972, se desarrollaron planes para un instituto pastoral arquidiocesano, una especie de escuela para la formación de líderes laicos. Se acordó que este instituto pastoral debería ser un programa para la formación de líderes en general y no limitarse a un programa de diaconado. Sin embargo, se recomendó que fuera tan estructurado que después de dos años un estudiante estaría preparado para la ordenación como diácono si así lo desearan todos los interesados. Otras recomendaciones incluyen que haya un sacerdote-director a tiempo completo asistido por un equipo mixto de hispanos y estadounidenses y que los estudiantes participen en el apostolado.
Después de una revisión preliminar de la idea por el Cardenal Cooke y el vicario general, un subcomité presidido por el P. Thomas Leonard se estableció para desarrollar planes detallados. Una recomendación al cardenal de que se realizara un programa piloto en el Seminario Preparatorio Catedral a partir de febrero de 1973 fue aprobado bajo la supervisión del P. Leonard. Las clases se llevaron a cabo una noche a la semana con cursos de teología, escritura, historia de la iglesia, sociología, y otras disciplinas relacionadas y, en particular, habilidades pastorales. Hasta la fecha, varios cientos de líderes laicos parroquiales han recibido hasta tres años de capacitación en este programa.

Programas de Radio y Televisión. La oficina hispana continuó desarrollando programas de radio y televisión en español bajo el liderazgo del coordinador a tiempo completo, el Sr. Ángel Pérez. Un programa similar al existente “Cara a Cara en el Mundo de Religión” comenzó en el canal 47 de televisión en octubre de 1969 como parte de la serie de programas “Tribuna Hispana” y continuó de forma experimental mensualmente, durante cuatro meses. Para la Navidad de ese año, el canal 47 transmitió un programa ecuménico especial de una hora antes de la Misa del Gallo.
En octubre de 1969, una Misa celebrada en español comenzó a transmitirse en vivo en la radio WBNX todos los domingos desde la Capilla de San Cristóbal en Manhattan. Cada semana, una parroquia diferente venía a celebrar la Misa allí con sus propios celebrante, servidores, lectores y coro. En 1970, la misa comenzó a grabarse en una iglesia parroquial y luego se transmitió unas horas más tarde.
En noviembre de 1969, el Canal 41 comenzó a televisar semanalmente una celebración de la liturgia dominical pregrabada en sus estudios la semana anterior. De nuevo, grupos de parroquias diferentes participaron regularmente en el programa. Al igual que la Misa de radio, aunque se presentó principalmente para encierros y para aquellos que de otra manera no podían asistir a Misa en una iglesia, esta Misa televisada tenía una función importante de difundir el conocimiento de la nueva liturgia y catequizar a las personas para ella. El Domingo de Ramos de 1970, la presentación de la Misa cambió del mediodía a una hora de la tarde. Durante los meses de invierno y primavera, los servicios independientes de calificación de audiencia calcularon que se vio en 20,000 a 30,000 hogares en el área metropolitana.
En febrero de 1970, una transmisión semanal de noticias religiosas ecuménicas de ocho minutos, “Noticiero Religioso”, producida por la oficina hispana, comenzó a ser televisada en vivo por el Canal 47. Además, en la primavera de 1970 se recibió una subvención de la Cofradía de Doctrina Cristiana para programación televisiva litúrgica y catequética.

Liturgia. Cuando se recibió el permiso para introducir el nuevo Ordo de la Misa en uso en la arquidiócesis el primer domingo de Adviento de 1969, la oficina del Apostolado Hispano preparó un correo extenso para todo el clero de la arquidiócesis ofreciéndoles los nuevos textos del Ordo e información sobre la compra de los libros litúrgicos necesarios en español. El P. James Welby, quien coordinó el trabajo de un grupo preocupado por la liturgia en español bajo Mons. Fox y el P. Stern, se le pidió que sirviera en la Comisión Litúrgica Arquidiocesana en julio de 1970 como enlace con el comité litúrgico hispano.

Boletín. A partir de mayo de 1970, se comenzó a enviar a todo el clero, religiosos, y líderes laicos de la arquidiócesis de habla hispana un boletín mensual bilingüe. En diciembre de 1972 fue incorporado en el “Clergy Report” arquidiocesano.

Proyectos Especiales

Las Hermanas. Con la ayuda y el aliento del P. Stern, Sor Armantina Peláez, una joven religiosa cubanoamericana que trabaja en la arquidiócesis, organizó la primera reunión en el área de Nueva York de “Las Hermanas”, la organización nacional para religiosas hispanas, el 6 de noviembre de 1971. El propósito de la reunión fue para considerar la mejor manera de servir al pueblo hispano, profundizar la identidad hispana de las hermanas, y encontrar una forma de organización para profundizar la solidaridad entre las hermanas. Resultó haber un apoyo sólido y suficiente para la organización permanente de Las Hermanas en el área. Se continuaron celebrando reuniones periódicas a través de la oficina hispana, que sirvió como una especie de oficina regional para Las Hermanas, y Sor Rosamaría Elías, M.S.B.T. continuó la promoción de la organización.

Comité Coordinador Inter-diocesano para los Hispanos. En noviembre de 1970, la División para Hispanos de la Conferencia Católica de los Estados Unidos patrocinó una reunión en Manhattan de los coordinadores diocesanos del apostolado hispano en el área metropolitana de Nueva York. Asistieron representantes de las diócesis de Bridgeport, Brooklyn, Camden, Newark, Nueva York, Paterson, Rockville Center y Trenton. Se discutió la necesidad de un patrón de área de comunicación y colaboración interdiocesana, así como la conveniencia de una oficina regional del noreste de la División para Hispanos.
La sugerencia de Stern de que se acordó continuar con el grupo como el “Comité Coordinador Interdiocesano para los Hispanos” con representación de cada una de las ocho diócesis en la región metropolitana triestada de Nueva York. Estaba claro que con el patrón de movilidad dentro de la región de la población hispana y total, el uso compartido de los mismos medios, y los desafíos pastorales comunes que la colaboración era necesaria. El comité acordó reunirse mensualmente para desarrollar la cooperación y colaboración en el apostolado hispano en la región para responder mejor a las necesidades de sus más de dos millones de residentes hispanos.

Taller Pastoral para Sacerdotes. En junio, julio y agosto de 1971, el Comité Coordinador del Apostolado Hispano celebró una serie de reuniones de dos días dedicadas exclusivamente a la discusión de los elementos de un plan pastoral para el próximo año del programa. Estaba claro que el plan tendría que surgir del interés, la necesidad, y la experiencia de los líderes laicos locales, religiosos, y sacerdotes. Se decidió tener dos talleres para reflexionar sobre teología pastoral, planificación, y objetivos, uno para sacerdotes y otro para líderes laicos seleccionados de parroquias y movimientos apostólicos.
Otra decisión importante tomada fue invitar al P. Edgard Beltrán, del departamento pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano y director del Instituto Pastoral Latinoamericano, a Nueva York para ser uno de los principales participantes en ambos talleres y ayudar en planificarlos. Sus tres temas principales fueron la eclesiología, la antropología, y las direcciones pastorales. El primer taller, para sacerdotes, se celebró del 21 al 23 de septiembre en el seminario. Se pidió a todas las parroquias con servicios pastorales para hispanos que enviaran al menos un sacerdote representante; También se invitó al clero de las diócesis cercanas en el noreste. Asistieron al taller 94 sacerdotes y religiosos. No solo tuvo éxito como empresa para la planificación pastoral en la Arquidiócesis de Nueva York, sino que también estimuló la planificación pastoral y la colaboración a escala noreste e incluso nacional.

Primer Encuentro Hispano de Pastoral. Al concluir el taller pastoral, “durante una de las discusiones relacionadas con las necesidades y preocupaciones del ministerio hispano, el Padre Edgard Beltrán propuso la idea de un Encuentro Nacional para líderes hispanos de los Estados Unidos. El grupo exploró aún más la importancia y oportunidad de tal Encuentro Nacional y apoyó unánimemente la idea. Las recomendaciones de esta reunión se presentaron luego en noviembre al Comité Coordinador Interdiocesano para los Hispanos . . . (que) delegó al Padre Robert L. Stern de la Arquidiócesis de Nueva York y el Padre John O’Brien, director diocesano de Brooklyn, para discutir la posibilidad con Paul Sedillo, Director Nacional de la División para Hispanos de la Conferencia Católica de los Estados Unidos . . . (Él) apoyó con entusiasmo las recomendaciones del Noreste y del Congreso de Miami (de Educadores Religiosos) y las presentó al Secretario General de la Conferencia Católica de los Estados Unidos en enero de 1972. El Obispo Bernardin apoyó fácilmente la propuesta. Del 9 al 10 de febrero de 1972, un Comité de Planificación ampliado se reunió en el Centro de Educación Continua de la Universidad de Chicago para desarrollar el plan y los detalles de esta primera Conferencia Nacional Hispana que se celebrará en la primavera de 1972 . . .”
Una delegación de dieciocho personas de la arquidiócesis asistió al Encuentro en junio, incluido el vicario general, el director del apostolado hispano, sacerdotes y religiosos de oficinas e instituciones diocesanas relacionadas con los hispanos, y los sacerdotes-asesores y líderes laicos de los movimientos apostólicos hispanos.

Taller Pastoral para Líderes Laicos. El segundo de los dos talleres pastorales, este para líderes laicos, se llevó a cabo del 24 al 26 de septiembre en el Convento de María Reparatrix. Miembros de la secretaría del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, la secretaría del Movimiento Familiar Cristiano, el Equipo Central Provisional del Movimiento Juvenil y otros líderes seleccionados de los movimientos fueron invitados. Cuarenta y siete de ellos participaron.
Al concluir el taller, hubo un entusiasmo considerable sobre la posibilidad de continuar esta nueva experiencia de colaboración entre los diversos líderes laicos. Decidieron apartar un fin de semana cada seis meses para llevar a cabo seminarios para líderes laicos y sacerdotes juntos, solicitar al Comité Coordinador que agregue los principales líderes laicos de cada movimiento arquidiocesano a sus miembros, y solicitar una reunión personal de líderes laicos con el cardenal para discutir el apostolado hispano. Para implementar esta última decisión, se eligió un comité especial de dieciocho personas.
El comité especial de los líderes laicos se reunió en octubre. Prepararon un borrador de una carta para el Cardenal Cooke que quisieron haber considerado en una sesión plenaria de los líderes laicos el 8 de enero de 1972. Posteriormente, se decidió invitar a sacerdotes y religiosos de habla hispana también. En esa reunión, las discusiones e ideas fueron más allá de las propuestas originales. Las más de 100 personas que participaron decidieron una serie de recomendaciones prioritarias para el futuro del apostolado hispano. Otra decisión fue reestructurar el comité para incluir también a los miembros del Comité de Coordinación, de modo que fuera representativo de todos los grupos del apostolado hispano en la arquidiócesis. Se acordó que el P. Stern no debía ser considerado parte del comité, ya que él era parte del personal del cardenal, sino que se solicitara su presencia en la reunión.
El P. Romeo F. Saldigloria, SJ, uno de los sacerdotes de la Gran Misión que había venido a trabajar a Nueva York, había preparado un extenso documento para la reunión del 8 de enero titulado, “Problemas religiosos de los hispanos, Ciudad de Nueva York. 1972.” Se acordó incluir algunos de los datos de este informe en la parte preliminar de la carta, aunque se advirtió que no todos sus datos podrían ser precisos.

Reunión de los Líderes del Apostolado Hispano con el Cardenal Cooke

Después de una serie de reuniones preparatorias, el 13 de marzo de 1972 se envió una carta formal al Cardenal Cooke firmada por 159 líderes laicos, religiosos y sacerdotes de habla hispana. La carta cuidadosamente planificada era en sí misma una revisión del estado de la población hispana de la arquidiócesis. Después de presentar algunos datos demográficos y socioeconómicos detallados, la carta pasó a discutir la condición religiosa de los hispanos de Nueva York y a presentar solicitudes específicas de participación en el liderazgo y la toma de decisiones:

La abrumadora mayoría de los migrantes hispanos llegan aquí a Nueva York como católicos . . . No solo hay relativamente pocos sacerdotes para cuidar a los católicos hispanos de la Arquidiócesis, sino que están representados de manera menos proporcional en la toma de decisiones y puestos de liderazgo . . . El cuidado de nuestra gente está abrumadoramente en manos de pastores asociados y sacerdotes visitantes y extra diocesanos . . .
Nuestra migración a Nueva York es la primera gran migración no europea y la primera que no viene acompañada por un clero nativo. Históricamente en las migraciones anteriores, ese clero asumió un papel de liderazgo natural para la comunidad migrante, no solo con respecto al ministerio religioso, sino en todo el proceso de desarrollo del migrante. Las estructuras actuales de la iglesia de Nueva York se desarrollaron en respuesta a las necesidades de un pueblo en particular y en el pasado sirvieron bien a esa gente. Nuestra presencia en Nueva York sin nuestro clero ha presentado un nuevo desafío para esta iglesia, uno al que no se ha respondido adecuadamente.
Somos hispanoamericanos y católicos. Creemos que, aunque lo que se ha hecho hasta ahora es insuficiente, es posible movilizar los recursos de la Iglesia en la Ciudad para promover el desarrollo de nuestra gente como seres humanos y como hijos de Dios. Como primer paso para lograr este objetivo y como un signo de esperanza y liderazgo en la Iglesia Hispana, pedimos lo siguiente:
1. Que se designe un Vicario Episcopal para los hispanohablantes con la consulta del Comité Coordinador del Apostolado Hispano y que la persona elegida sea hispanohablante, totalmente identificada con el pueblo hispano y su cultura, y que tenga todas esas facultades expresadas y implicadas por tal posición de acuerdo con la Ley Canónica.
2. Que en la próxima ocasión del nombramiento de un Vicario General se nombre a un sacerdote de habla hispana.
3. Que el Vicario General y el Vicario Episcopal para Hispanos consulten y trabajen estrechamente con el Comité Coordinador del Apostolado Hispano en todos los asuntos que afecten a la comunidad hispana de la Arquidiócesis.
4. Que en la próxima ocasión del nombramiento de nuevos Obispos Auxiliares en reconocimiento de la comunidad hispana, al menos uno de ellos sea de origen hispano con experiencia en trabajo pastoral en Nueva York y que este nombramiento se haga con la consulta de la comunidad hispana a través del Comité Coordinador del Apostolado Hispano.

La carta concluyó con una solicitud de una cita con el cardenal para una delegación de once personas facultadas para discutir estos asuntos en nombre de los signatarios.
El 29 de marzo de 1972, el cardenal se reunió con la delegación durante dos horas y media. También invitó a participar al vicario general, al director de Caridades Católicas, al secretario de educación, al presidente de la Junta de Personal Arquidiocesano, y al director del apostolado hispano.
Las principales áreas discutidas en la reunión fueron la supuesta discriminación de los pastores y otros sacerdotes hacia los laicos y clérigos hispanos, la necesidad de vocaciones religiosas hispanas y las razones por la falta de ellas, la necesidad de adaptar el programa del diaconado a la situación de los hispanos, las necesidades educativas de los hispanos en las escuelas católicas, la preparación de seminaristas para el apostolado hispano, el desarrollo de líderes hispanos, programas para ayudar a los jóvenes a lidiar con problemas de drogas y delincuencia, la participación de los hispanos en la toma de decisiones y políticas, las cuatro solicitudes en la carta, el papel de la oficina del apostolado hispano, y la disponibilidad del cardenal para la comunicación y consulta. No hubo decisiones ni resoluciones definitivas con respecto a los cuatro puntos específicos presentados. Solo se acordó que el vicario general, Mons. James P. Mahoney y el Sr. Luis Fontánez en nombre de la delegación prepararían un informe conjunto de la reunión.
En el transcurso de la reunión se hizo evidente que había diferentes expectativas sobre sus propósitos y aprensiones mutuas sobre las motivaciones entre sus participantes, pero fueron revelados y discutidos con éxito. Por parte de la delegación, debido al estudio largo y hasta entonces inconcluso de la reorganización del apostolado hispano por parte del vicario general, hubo algunas dudas sobre la sinceridad y la buena voluntad de las autoridades arquidiocesanas. Por parte del cardenal, aunque los preparativos de fondo para la reunión se informaron en el acta de la reunión mensual del Comité Coordinador, en los memorandos semanales dando un informe sobre el apostolado hispano a los jefes administrativos de los departamentos de la arquidiócesis, y en el boletín mensual de la oficina hispana, así como discutidos personalmente de antemano con el vicario general, parecía sospechoso de los motivos de la carta y la delegación y, en ocasiones, enojado con los puntos de vista planteados.
A pesar de las dificultades, la reunión fue muy positiva. Por primera vez, las autoridades de la Arquidiócesis de Nueva York escucharon directamente a los líderes de los católicos hispanos de Nueva York y escucharon tanto su gratitud por los servicios pastorales, educativos y caritativos de la arquidiócesis por ellos como su deseo de compartir una mayor responsabilidad por la iglesia en Nueva York y participar en la toma de decisiones al respecto. Las reuniones simbolizaron una mayoría de edad y, en ese sentido, el cumplimiento del mandato del cardenal Cooke de desarrollar líderes laicos. Los católicos hispanos de la iglesia de Nueva York deseaban ejercer el liderazgo no solo ser una población de clientes; en las palabras del Evangelio, no deseaban ser servidos sino servir.


VII. DESINTEGRACIÓN

El éxito mismo y la rapidez de la reorganización pastoral y el desarrollo de nuevas estructuras para la coordinación y promoción del apostolado hispano por el P. Stern y sus asociados provocaron, irónicamente, un serio cuestionamiento del papel de la oficina del apostolado hispano.

 El futuro de la Oficina Hispana.

En julio de 1971, el nuevo vicario general del cardenal Cooke, Mons. James Mahoney, y Mons. Joseph P. Murphy, canciller de la arquidiócesis, se había reunido con el director del apostolado hispano aparentemente para revisar el programa y el presupuesto del apostolado para el próximo año del programa. Sin embargo, en ese momento, en lugar de examinar el presupuesto propuesto, se planteó la cuestión de los límites del crecimiento y se inició un estudio de los propósitos y el futuro del apostolado hispano y su relación con otras instituciones diocesanas. Las principales preguntas planteadas en esa reunión fueron:
¿Debería el director del apostolado hispano continuar teniendo la responsabilidad administrativa directa de todos los programas operativos de la arquidiócesis relacionados con los hispanos?
¿No debería cada departamento arquidiocesano, oficina, y agencia estar al servicio de todas las personas? es decir, ¿no deberían cada uno tener un enfoque y personal bilingüe, bicultural (o multilingüe, multicultural), en lugar de dejar de prestar atención a la mayoría de los asuntos que afectan a la mitad de la población católica de la arquidiócesis a un departamento necesariamente limitado?
¿No debería la función principal del director del apostolado hispano, las preocupaciones pastorales hispanas, estar estrechamente vinculada a la oficina del vicario general como la que tiene la responsabilidad general de los asuntos pastorales y el título y la autoridad del director revisados ​​en consecuencia?
¿No debería cada programa existente para el apostolado de habla hispana ser asumido por algún otro departamento de la arquidiócesis y la oficina especial para el apostolado hispano como tal, en última instancia, dejar de existir?
Se le pidió a P. Stern que preparara un documento de posición y un borrador de propuesta para el futuro desarrollo y reorganización de la oficina hispana a la luz de la discusión y que lo presentara como base para un estudio posterior.

Asimilación versus Integración. Diecisiete años antes, Mons. Connolly había anticipado las dificultades que surgieron en la reunión. De hecho, por eso había instado firmemente a que el papel del coordinador se disocia de la asunción de responsabilidades apropiadas para los departamentos, agencias, e instituciones arquidiocesanos. En efecto, su diseño, que no fue aceptado, requería que el coordinador fuera una combinación de lo que ahora llamaríamos un vicario episcopal para los hispanos o las preocupaciones hispanas y un defensor del pueblo.
Se puede encontrar una justificación para el desarrollo histórico que tuvo lugar en la evolución de la oficina hispana en uno de los principios básicos articulados por el primer Encuentro Nacional Hispano de Pastoral: “El desarrollo correcto del liderazgo cristiano hispano requiere formas institucionales apropiadas. Este criterio no es separatista sino unificador. La verdadera integración se logra cuando diversos grupos están en posiciones de fuerza y ​​prestigio relativamente iguales y tienen respeto mutuo. El intento de integración de las minorías en las mayorías resulta prematuramente en una asimilación indeseable, no en la integración. Tal asimilación significa absorción cultural o, desde el otro punto de vista, dominación cultural y reemplaza el enriquecimiento mutuo que es el fruto de la verdadera integración”.
En ese sentido, era apropiado que se hubiera creado un departamento para las preocupaciones hispanas, que esa oficina y varios otros programas semiautónomos para el apostolado hispano se hubieran desarrollado y florecido, y también que el tipo de consolidación y centralización ordenado por el Cardenal Cooke han tomado lugar. Lo que ahora estaba en juego era si había llegado el momento de avanzar hacia la integración. El riesgo era que tal movimiento podría ser prematuro y podría producirse una cierta desintegración.

Planificación para la integración. El P. Stern aportó el mismo entusiasmo, creatividad, y habilidades administrativas para trazar la eliminación progresiva de la oficina del apostolado hispano que antes había llevado a su reorganización y desarrollo. Estaba convencido de que esto era apropiado y oportuno y luego informó al cardenal Cooke: “Desde muchos puntos de vista, la oficina hispana desde sus inicios ha sido una anomalía, aunque fue una creación audaz del Cardenal Spellman hace diecinueve años; en cierto sentido, en una diócesis donde la mitad de la población bautizada es de origen hispano, casi puede convertirse en una especie de tokenismo. Me sorprendió y me encantó encontrar este espíritu expresado por Mons. Mahoney cuando comenzó su trabajo como Vicario General de la Arquidiócesis.”
Según lo solicitado, Mons. Stern ofreció un primer borrador de una propuesta para su integración al vicario general. Una semana después, se celebró una segunda reunión con el vicario general y el canciller para considerar la propuesta y un presupuesto revisado que se presentó con ella. Después de la reunión, el P. Stern fue dirigido por el vicario general a reunirse con Mons. Eugene Clark, Director de Comunicaciones, para discutir la asunción de responsabilidad por el contacto y la atención a los medios de comunicación hispanos por ese departamento. A principios de agosto, el Comité Coordinador también revisó el borrador del plan e hizo una serie de sugerencias y recomendaciones que fueron compartidas con el vicario general.
Desde Mons. Mahoney expresó su intención de reorganizar el apostolado hispano para septiembre, se realizó otra reunión con él en agosto para hacer las revisiones finales del plan de reorganización. Fue preparado para su distribución a los jefes de departamento a finales de ese mes. Incluyó siete propuestas específicas:

1. La oficina hispana debe continuar en este momento; sin embargo, no debe considerarse una oficina y departamento permanentes de la Arquidiócesis—idealmente, no debería haber departamentos étnicos; sin embargo, las necesidades inmediatas y particulares de los grupos de inmigrantes requieren una comprensión, atención y programas especiales . . .
2. La responsabilidad administrativa debe estar separada de la responsabilidad pastoral, en la medida de lo posible, y esta última debe ser la principal preocupación de la Oficina hispana . . . la administración de los programas operativos debe ser entregada . . . la supervisión administrativa de las instituciones y los programas autónomas deben ser asumidos por el departamento correspondiente.
3. Si la principal preocupación del vicario general son los asuntos pastorales, entonces el sacerdote con responsabilidad en los asuntos pastorales hispanos debe ser considerado como parte del personal inmediato del vicario general—planificación pastoral para una parte tan grande de la diócesis sin relación al resto es indeseable y necesariamente debilitado en consecuencia—Es necesario aclarar la responsabilidad del sacerdote a cargo de esta área. Debe enfatizarse su relación con él personalmente como una especie de vicario para los hispanos en lugar de un jefe de departamento—Esto colocará claramente todos los asuntos pastorales inmediatamente bajo el vicario general y facilitará la transferencia de programas y funciones de la oficina hispana a otros departamentos . . .
4. La transferencia de programas y funciones a otros departamentos debe ser un proceso gradual durante un período de tiempo—El Departamento de Comunicaciones se está reorganizando y renovando y está en condiciones de funcionar de manera bilingüe; por el momento los demás departamentos no están preparados para una reorganización—Los jefes de departamento necesitan tiempo para planificar y desarrollar programas para que puedan atender eficazmente las necesidades de la comunidad hispana.
5. El vicario para los hispanos debe continuar supervisando los programas pastorales actualmente en desarrollo en el apostolado hispano—En el presente . . . se ha desarrollado una visión unificada y un plan pastoral que no debe fragmentarse—Es necesario tener un plan unificado de formación en todos los programas del apostolado que se apoya en una sólida teología y espiritualidad—El coordinador de los asuntos pastorales hispanos debe continuar sirviendo de enlace y coordinador de los movimientos apostólicos hispano (p. ej. Movimiento de los Cursillos de Cristiandad, Movimiento Familiar Cristiano, Movimiento Juvenil) y otros programas de una naturaleza pastoral.
6. De las funciones existentes de la Oficina Hispana, las siguientes deben ser asumidas y desarrolladas por las agencias y departamentos apropiados de la Arquidiócesis:
Ministerios especiales. La dirección de los ministerios especiales que involucran a los hispanos (por ejemplo, el área de Newburgh-Beacon, el área de Middletown-Pine Island) debe estar bajo el vicario general y la cancillería, al igual que todas las demás asignaciones pastorales.
Liturgia. La responsabilidad de la celebración correcta de la Liturgia en español y de asesorar a los sacerdotes sobre materiales textuales y cambios debe ser asumida por la Comisión Litúrgica Arquidiocesana.
Formación pastoral de seminaristas. Los programas para la formación pastoral de seminaristas y sacerdotes recién ordenados son lógicamente la responsabilidad del seminario. El personal del seminario debe asumir la preocupación por la capacitación de seminaristas en español y por la preparación para trabajar en una situación pastoral bilingüe y bicultural.
Investigación y planificación pastoral. Estas funciones deben ser asumidas por la oficina a ser establecida.
Comunicaciones. En la actualidad, el Canal 47 televisa regularmente una Misa dominical en español y ocasionalmente se presentan programas especiales de radio y televisión. Además, los comunicados de prensa y la información se suministran regularmente a la prensa en español. Todas estas funciones y otras pueden ser asumidas mejor por el Departamento de Comunicaciones.
Centro de San José. Aunque el acuerdo contractual con la Provincia Agustina Recoleta con respecto a la dotación de personal del centro prevé que el trabajo pastoral de los sacerdotes allí se realice bajo la supervisión de la Oficina Hispana, el administrador del centro debe tratar directamente con el departamento financiero de la diócesis en asuntos puramente administrativos.
7. Algunos asuntos, aunque no específicamente pastorales, se dejarían para el presente bajo la responsabilidad de la Oficina Hispana; es decir:
Fiesta de San Juan. El futuro de la Fiesta necesita un estudio considerable. Sin embargo, seguirá representando una función religiosa especial a nivel diocesano para la comunidad española.
Enseñanza de idiomas . . . . Cuando su futuro se estabilice, el Departamento de Educación puede asumir la responsabilidad.

Aplazamientos, revisiones, y retornos. En septiembre, el plan no se sometió a la consideración de los jefes del departamento administrativo, aunque habían seguido siendo informados regularmente sobre el hecho del estudio de reorganización. El vicario general decidió que se necesitaban más estudios y modificaciones del plan y, mientras tanto, no se aprobó ningún presupuesto operativo para la operación continua de la oficina de apostolado hispano.
Después de otra reunión de septiembre con el vicario general y el canciller, se le pidió a P. Stern que presentara “una serie de propuestas particulares . . . para implementar la política discutida y acordada”. Se redactaron 35 propuestas específicas para implementar los deseos del vicario general y el canciller. En resumen, pidieron que se establezca un puesto de vicario para hispanos para reemplazar al director del Apostolado Hispano y que el vicario rinda cuentas directamente al vicario general y sea considerado parte de su personal y oficina; que todos los programas y actividades de la oficina actual del apostolado hispano se transfieran inmediatamente a otras oficinas, departamentos o agencias apropiados o directamente a la supervisión del vicario general; y que la oficina física del nuevo vicario se limite a dos habitaciones con dos miembros del personal.
Este nuevo plan de reorganización, el más radical de todos hasta la fecha. fue revisado y modificado nuevamente por el vicario general en octubre. Aunque estaba satisfecho con las líneas generales de la propuesta, llegó a la conclusión de que no era necesario establecer un vicario para los hispanos y, en cambio, propuso recomendar al cardenal para que el director del apostolado hispano sea nombrado vicecanciller para asuntos pastorales hispanos. El vicecanciller debía rendir cuentas directamente al vicario general y ser considerado parte de su personal y oficina.
Cuando esta revisión final fue presentada al Cardenal Cooke, “apoyó la noción del desarrollo de la atención a los hispanos por parte de todos los departamentos con una transferencia gradual de funciones de la oficina del Director del Apostolado Hispano; no aceptó la recomendación para una redefinición del la responsabilidad y el título de P. Stern según lo propuesto “.

Primera separación de funciones y programas. En diciembre, la responsabilidad de la atención a los medios de comunicación en español se transfirió a la Oficina de Comunicaciones. El P. José Álvarez, que había estado trabajando en esta área a tiempo parcial durante el año pasado, se unió al personal de la oficina de comunicaciones. Además, la Señorita Anita Díaz, del personal de la oficina de apostolado hispano, se fue para unirse al personal del departamento de comunicaciones como traductora a tiempo completo.
Pocos días después, se revisó nuevamente el borrador del presupuesto del Apostolado Hispano. Mons. Murphy solicitó que se presenten presupuestos separados para seis programas (Instituto de Comunicaciones Interculturales, Instituto de Idiomas, Ministerio de Migrantes, Movimiento Juvenil, Ministerio del Área de Newburgh-Beacon, y Fiesta de San Juan), presumiblemente para facilitar su transferencia futura, y un presupuesto muy reducido se estableció para el apostolado hispano como departamento de la oficina pastoral. Solo el último presupuesto fue aprobado provisionalmente en ese momento; los otros continuaron siendo estudiados.

Una crisis de confianza

Después de la reunión de la delegación de líderes hispanos con el Cardenal Cooke en marzo de 1972, el P. Stern tuvo la oportunidad al mes siguiente de discutir personalmente con él el estudio no concluyente y la reorganización del apostolado hispano. Compartió con el cardenal su preocupación de que la inseguridad sobre el futuro y la incapacidad de hacer planes a largo plazo habían tenido un efecto muy grave sobre las actitudes y la moral y que la falta de una definición clara del alcance y la autoridad de su responsabilidad lo estaba haciendo cada vez más difícil de operar.
Posteriormente, el cardenal Cooke le preguntó a Mons. Mahoney y el P. Stern presentará una nueva recomendación conjunta sobre la definición del cargo de director del apostolado hispano.
El vicario general informó al P. Stern en junio que sus planes del año anterior para la oficina hispana se modificaron nuevamente. El vicario general ahora preveía dos posiciones distintas: una, un vicecanciller responsable de asuntos relacionados con parroquias, clero, y asuntos canónicos; la otra, un coordinador de programas de formación apostólica. Primero sugirió que el P. Stern ahora toma la última posición y luego, en agosto, lo instó a considerar aceptar responsabilidad por una parroquia. Al día siguiente, el vicario general se reunió con la delegación al cardenal y les anunció que el nuevo programa de formación de líderes laicos, que había sido planeado y recomendado por el Comité Coordinador y que sería una de las principales responsabilidades del nuevo rol del P. Stern, debía ser iniciado y dirigido por el seminario.
Mientras tanto, el Cardenal Cooke le escribió al P. Stern para expresar su satisfacción con sus primeros tres años de trabajo como director del apostolado hispano y para renovar su nombramiento por otro período de tres años.

El despido de la Señorita Díaz. Después del nuevo nombramiento del cardenal Cooke, el vicario general no discutió ningún plan nuevo para la oficina hispana ni discutió nada más con el P. Stern. Sin embargo, en noviembre surgió una nueva situación que sirvió para erosionar aún más la confianza en las intenciones de las autoridades arquidiocesanas. Mons. Eugene Clark, el director de comunicaciones de la arquidiócesis, terminó el puesto de traductor a tiempo completo debido a un trabajo insuficiente para justificar el puesto. Esto fue motivo de gran preocupación, ya que la Señorita Díaz había sido la coordinadora administrativa y secretaria ejecutiva del apostolado hispano y su reasignación a la oficina de comunicaciones simbolizó el comienzo de la “integración” del apostolado hispano, la primera transferencia de un importante responsabilidad a otro departamento. Los esfuerzos para restaurar esa posición no tuvieron éxito; sin embargo, el P. Álvarez continuó en su responsabilidad con los medios hispanos.
El Comité Coordinador no había sido informado sobre el asunto y se opuso a la decisión tomada. Cuestionaron enérgicamente la sinceridad en el interés por los hispanos por parte de algunas autoridades diocesanas y vieron el despido de Señorita Díaz como un nuevo recorte en la atención y el despliegue de recursos en favor de los hispanos.

Renuncia del Padre Stern. El largo, doloroso e inconcluso proceso de reorganización del apostolado hispano, las directivas frecuentemente cambiantes de sus superiores, los intentos de reducir el presupuesto y el personal. y ahora el cambio en el asunto del departamento de comunicaciones persuadió al P. Stern que lo que estaba ocurriendo no era el proceso de integración que había aceptado tan fácilmente. En diciembre habló con el Cardenal Cooke y solicitó ser relevado de sus responsabilidades como director del apostolado hispano y que se le permitiera un período sabático para descansar, rezar y estudiar. La solicitud fue motivada por la convicción del P. Stern “de que había superado su utilidad en el puesto y carecía de la confianza de sus superiores que sentía necesaria para su continuación”.
El cardenal se reunió nuevamente con el P. Stern en enero para discutir una transición ordenada de responsabilidades a un nuevo director y la orientación futura de la oficina.

El Senado de Sacerdotes. Después del despido del traductor a tiempo completo del Departamento de Comunicaciones, el Comité de Renovación Pastoral del Senado de Sacerdotes de la arquidiócesis comenzó a cuestionar los servicios de traducción de ese departamento. Con la renuncia del P. Stern, el comité comenzó a cuestionar los planes para el apostolado hispano. En enero de 1973, el Senado estableció un Comité Ad Hoc de dieciséis miembros sobre el apostolado hispano que tuvo tres reuniones con el P. Stern para recopilar información y documentación.
El comité se reunió en febrero con el vicario general, quien les presentó una propuesta para crear dos oficinas separadas, un vicecanciller para asuntos hispanos y un director del apostolado de hispano. Dos días después se anunció el nombramiento de un nuevo vicecanciller para los asuntos pastorales hispanos, para sorpresa de los miembros del comité. El comité continuó trabajando para describir las responsabilidades de la oficina de apostolado hispano y para desarrollar un perfil de las características de un nuevo director permanente. El comité presentó su informe final en mayo.

P. Francis Gorman

El Vicecanciller para Asuntos Pastorales Hispanos. Aunque el vicario general se había reunido no solo con el comité del Senado sino también el día anterior con el Comité Coordinador para el apostolado hispano, en ambos casos para compartir con ellos sus planes para el futuro del apostolado, ninguno de los grupos estaba preparado para el repentino anuncio de que el P. Francis P. Gorman fue nombrado Vicecanciller para Asuntos Pastorales Hispanos y Director Interino del Apostolado Hispano. Este anuncio parecía haberse hecho en respuesta a una consulta telefónica realizada ese mismo día por el New York Daily News pidiendo comentarios oficiales sobre un artículo que estaban preparando sobre la arquidiócesis y los hispanos, incluida la condición de la oficina hispana y la renuncia del P. Stern.
Unos días después el P. Stern recibió un permiso de ausencia de su puesto de director del apostolado hispano y se fue a Roma con una beca del cardenal para asistir a un programa de renovación teológica de tres meses allí.


VIII. LA OFICINA HISPANA REDUCIDA

El P. Gorman había regresado a la arquidiócesis en mayo de 1972 después de servir durante tres años en la parroquia de San Francisco de Asís en la arquidiócesis de Caracas, Venezuela, una parroquia patrocinada y atendida por la Arquidiócesis de Nueva York desde su inicio en 1969 hasta la diócesis de Nueva York lo entregó a la diócesis de Caracas en diciembre de 1974. Hablaba español con fluidez y estaba familiarizado con los problemas pastorales latinoamericanos. Sin embargo, no tenía un trabajo envidiable. Elegido bruscamente y relativamente poco familiarizado con la coordinación diocesana del apostolado hispano, tuvo que enfrentar de inmediato no solo un conjunto complejo y ahora ambiguamente definido de responsabilidades administrativas, sino una reacción fuerte y en algunos casos pública ante los acontecimientos del pasado inmediato. Inicialmente hubo manifestaciones, la organización de un grupo de protesta, cristianos hispanoamericanos por la justicia, y más publicidad crítica en The New York Times y Daily News. El Comité Coordinador y el Comité Ad Hoc del Senado de Sacerdotes continuaron presionando para obtener una explicación satisfactoria de la reorganización de la oficina hispana y para ofrecer sugerencias para un director permanente.
Una responsabilidad inmediata y exigente que enfrenta el P. Gorman fue la organización de la tradicional Fiesta de San Juan y el programa de estudio de idiomas de verano de la arquidiócesis, además de todas las tareas rutinarias de la oficina hispana. Con el nombramiento de un director permanente del apostolado hispano seis meses después, pudo concentrarse en sus responsabilidades de cancillería. Gradualmente, su participación principal en el apostolado hispano como tal se convirtió en la dirección del Instituto Hispano de Formación Pastoral, la supervisión del ministerio del área de Newburgh-Beacon y la supervisión y participación en el programa del ministerio de migrantes en el área de Middletown-Pine Island.
En agosto de 1977 dejó su puesto en la cancillería para asumir un pastorado en el área donde había estado trabajando en el ministerio de migrantes. Ningún sucesor fue nombrado.

El Primer Director Hispano de la Oficina Hispana.

P. Joaquín Beaumont

En agosto de 1973 se hizo una cita innovadora cuando el primer hispano fue nombrado por un período de tres años como director del apostolado de habla hispana para reemplazar al p. Gorman en su calidad de director interino. Se seleccionó a Joaquín B. Beaumont, un sacerdote de España con experiencia en parroquias de Nueva York y luego en proceso de incardinación en la arquidiócesis.
Una dificultad implícita para el P. Beaumont fue definir su propia responsabilidad laboral. A pesar de todos los estudios sobre el futuro del apostolado hispano, no se le había comunicado nada específicamente para redefinir el puesto. La relación entre las dos posiciones arquidiocesanas también fue ambigua. Aunque el cargo de vicecanciller implicaba una buena medida de autoridad canónica por su parte y se lo consideraba parte del personal inmediato del vicario general, el director del apostolado hispano también era un jefe de departamento que informaba al vicario general. Afortunadamente, la relación entre los dos hombres fue amistosa y se evitaron con éxito conflictos de autoridad y jurisdicción.
En mayo de 1974 el p. Beaumont pudo informarle al Cardenal Cooke que “después de casi un año en el nuevo puesto y después de una comunicación continua con los canales adecuados, llegué a la siguiente comprensión de mi puesto: … creo que es el trabajo del Director del Apostolado Hispano para dirigir y/o coordinar y asesorar tres áreas diferentes de actividades … ÁREA I: Preparar al personal para trabajar mejor con la parte hispana de la Arquidiócesis y ayudar a los sacerdotes y hermanas hispanos a integrarse mejor en la Iglesia de Nueva York. Esta área incluye dos tipos diferentes de programas: … Instituto de Idiomas … Instituto Intercultural … ÁREA II: Esta área incluye la organización, coordinación, y dirección de celebraciones religiosas hispanas anuales en Nueva York … ÁREA III: Esta oficina coordina los movimientos apostólicos donde participan los hispanos. . .”

Instituto Intercultural. El verano que el P. Beaumont comenzó a trabajar como director de apostolado hispano el programa de idiomas fue organizado por el P. Gorman. Siguiendo la política de formación de clérigos y religiosos en otras áreas además de Puerto Rico, envió un gran grupo para estudiar idiomas durante el verano a Bogotá, Colombia. Tan pronto como el P. Beaumont asumió la responsabilidad del programa de verano, prestó considerable atención a su mejora y reorganización. Cuando la Universidad Católica de Puerto Rico se negó a ofrecer el programa habitual de verano, la capacitación se concentró en Bogotá y en la República Dominicana.

La Fiesta de San Juan. Inicialmente el P. Beaumont continuó el modelo de la fiesta de San Juan que había heredado, con una celebración religioso-cívico-cultural en el Downing Stadium en la isla de Randall. En 1974 para aclarar cualquier duda sobre la naturaleza de la fiesta, el comité ejecutivo de la fiesta enfatizó que “es una manifestación religiosa … del pueblo puertorriqueño … en unión y comunidad con los otros hispanos bajo la supervisión de la jerarquía de la Arquidiócesis de Nueva York.” A pesar del los mejores esfuerzos del P. Beaumont, así como los de sus predecesores, resultó imposible de presentar un espectáculo religioso digno y popular en la isla de Randall y se acordó trasladar la celebración a un lugar en el corazón de la ciudad, Central Park. Un estilo reducido de celebración de la fiesta en Central Park demostró ser mucho más manejable que los anteriores y este formato todavía se sigue en la actualidad.

La Misa de la Fiesta de S. Juan en Central Park

Celebración de Nuestra Señora de la Altagracia. El 12 de enero de 1973 se celebró la primera celebración pública de la fiesta de Nuestra Señora de la Altagracia, Patrona de la República Dominicana, en la Catedral de San Patricio. La celebración fue organizada por el P. Milton Ruiz bajo la supervisión del P. Stern. Unas cuatro mil personas se congregaron en la catedral para una liturgia especial celebrada por el Arzobispo Coadjutor Hugo Polanco de Santo Domingo, y el cardenal Cooke se dirigió a la congregación después de la comunión.
El P. Beaumont continuó alentando la celebración de la fiesta y comenzó a involucrar más directamente a la oficina hispana en la organización de la celebración de 1975. Esto comenzó a establecer un patrón para otras celebraciones religiosas en la catedral de carácter nacional y en los próxima años se iniciaron una variedad de nuevas celebraciones anuales que reflejan la creciente diversidad del país de origen de los católicos hispanos de Nueva York.

Celebración del Día de la Raza. Durante varios años, un desfile bien organizado y de gran acogida marcó una celebración anual de la celebración del descubrimiento de América, el Día de la Raza. En 1974 el P. José Álvarez del departamento de comunicaciones de la arquidiócesis ayudó al comité del desfile a organizar una celebración religiosa en la Catedral de San Patricio junto con el desfile. El P. Beaumont decidió asumir toda la responsabilidad de la celebración religiosa del próximo año y convertirla en un evento realmente hispano, no solo español. Esto continuó siendo una participación anual de la oficina hispana.

El Encuentro Arquidiocesano. El exitoso primer Encuentro Hispano de Pastoral nacional celebrado en junio de 1972 provocó una serie de encuentros regionales y diocesanos. En los años siguientes, hubo un genuino “movimiento de encuentro” en todo el país. En Nueva York, el Comité Coordinador para el apostolado hispano sugirió al nuevo director, el Padre. Beaumont, que se celebrara un encuentro diocesano. Las pocas reuniones de líderes laicos convocadas por el P. Stern había sido bien recibido y productivo, pero fueron suspendidos después de su partida de la oficina hispana. El tiempo parecía oportuno para una consulta aún más amplia y reunir a los líderes de la comunidad católica hispana en la arquidiócesis. El Comité Coordinador desarrolló aún más la idea y estableció un subcomité especial de trabajo presidido por el Padre Beaumont para preparar para el encuentro. En su informe al Cardenal Cooke, el P. Beaumont caracterizó el plan sugerido para un encuentro como “algo que puede ser arriesgado y desafiante, pero hoy en día inevitable. Me parece que puede ser muy útil para el apostolado hispano … Hemos sido cuidadosos en la planificación y la gente parece estar en el espíritu correcto … “
El encuentro se celebró el 15 de junio de 1974 con gran éxito. Fue una experiencia positiva, proporcionando una oportunidad muy necesaria para el clero, los religiosos, y los líderes laicos de las parroquias locales, así como para aquellos en puestos de responsabilidad a nivel diocesano para compartir y expresar sus preocupaciones. Una serie de recomendaciones prioritarias surgieron del encuentro para el desarrollo futuro del apostolado hispano, algunas de las cuales luego fueron respondidas efectivamente por la arquidiócesis:

la Iglesia debería establecer un centro de inmigración para orientar a los inmigrantes sobre asuntos relacionados con la residencia legal, los documentos adecuados, el trabajo y otros servicios sociales.
la arquidiócesis debe iniciar programas para la ordenación de diáconos hispanos permanentes.
la Iglesia debe reorganizar y revivir el Movimiento Juvenil Hispano y ofrecerle todo su apoyo e intentar obtener un centro para sus actividades.

El Encuentro Regional del Nordeste. En noviembre de 1974 se realizó el primer Encuentro Regional del Noreste en Holyoke, Massachusetts. Originalmente fue convocado a través de la División para Hispanos de la Conferencia Católica de los Estados Unidos. En los meses anteriores al evento, se llevaron a cabo reuniones periódicas de planificación en las que participaron los directores diocesanos del apostolado hispano de las diócesis de la región y sacerdotes, religiosos, y líderes laicos en el apostolado. Asistió una gran delegación de la arquidiócesis encabezada por el cardenal Cooke.
En el encuentro, se eligió un Comité Pastoral Regional del Nordeste para Hispanos que comenzó a reunirse regularmente en enero de 1975. El comité se concentró en la preparación de un centro pastoral regional del noreste para hispanos. El centro fue inaugurado en febrero de 1976. Aunque no fue un proyecto de la arquidiócesis como tal, fue fuertemente apoyado por las autoridades arquidiocesanas desde su inicio. La diócesis de Nueva York es su principal fuente de apoyo financiero diocesano y en agosto de 1977 el centro trasladó su sede al Centro Católico de Nueva York.

Servicios de Consejería. Aunque la oficina hispana como tal era un departamento pastoral-administrativo de la arquidiócesis, cada vez que alguien de habla hispana venía al Centro Católico de Nueva York con una necesidad personal que no era identificable como perteneciente al servicio de cualquier otro departamento, esa persona era enviada a la oficina hispana. El P. Beaumont alentó esto y trató de hacer de la oficina un centro donde las personas recibieran una cálida acogida y recibieran atención y asesoramiento comprensivos, buscando una solución a sus problemas y no solo una derivación a una agencia apropiada.
Un problema frecuente presentado en la oficina se refería al estado civil de los inmigrantes, la difícil situación de los recién llegados indocumentados a Nueva York. El P. Beaumont se preocupó cada vez más por esto, al igual que muchos otros, ya que estaba involucrado un porcentaje tan alto de la población católica hispana de Nueva York. Jugó un papel decisivo al convocar a un grupo de sacerdotes para estudiar y discutir el asunto, y se ofreció a los sacerdotes y líderes laicos hispanos un taller general sobre la realidad de los indocumentados y las leyes y políticas sobre inmigración. Un resultado específico de ese taller fue el reconocimiento de la necesidad de algún tipo de oficina o programa arquidiocesano especializado para asuntos de inmigración.

Reuniones de Sacerdotes. No había habido reuniones regulares para los sacerdotes en el apostolado hispano desde que las reuniones regulares habían sido desalentadas en 1971. Muchos habían expresado su deseo de tal reunión, por lo que el P. Beaumont decidió planificar un día que proporcionaría una oportunidad fácil e informal para el diálogo, así como una oportunidad para la oración y la convivencia. En junio de 1976 se celebró un programa de todo el día en Dunwoodie, el seminario mayor de la arquidiócesis. Cincuenta y un sacerdotes visitaron o participaron en una parte u otra de la reunión, veintiún hispanos y treinta no-hispanos.
El programa ofreció una oportunidad muy necesaria para la fraternización entre los participantes hispanos y no-hispanos. Desde el desarrollo de la Asociación de Sacerdotes Hispanos tres años antes, los sacerdotes hispanos habían disfrutado de frecuentes ocasiones de diálogo entre ellos, pero, paradójicamente, este mismo éxito los estaba distanciando un poco del clero no-hispano o “estadounidense”. Hubo satisfacción general y un deseo expreso de más reuniones de este tipo en el futuro inmediato.

Pasos hacia delante y hacia atrás

Cuando el P. Beaumont aceptó su mandato de tres años en 1973, era muy optimista sobre las posibilidades de desarrollo del apostolado hispano y la oficina hispana y estaba convencido de que con suficiente tacto y deferencia por su parte se podría lograr un progreso considerable. Sin embargo, al final de ese período, se dio cuenta de que su optimismo era algo ingenuo. Aunque aportó a su posición una considerable experiencia pastoral y una visión psicológica, ya que tenía una especialización profesional en ese campo, estaba en desventaja por su relativa falta de familiaridad con la estructura y el funcionamiento de la burocracia administrativa de la arquidiócesis. Poco a poco experimentó la misma frustración con respecto a la falta de definición de sus responsabilidades y de una clara delimitación de su autoridad como lo había experimentado su predecesor y decidió solicitar el regreso a una tarea pastoral al final de su mandato.

P. Ignacio Lazcano, CRL

En octubre de 1976 fue reemplazado por otro sacerdote distinguido por su experiencia pastoral y efectividad en la comunidad hispana, el P. Ignacio Lazcano, C.R.L.. P. Lazcano, un vasco de España y miembro de la congregación religiosa de los Canónigos Regulares de Letrán, había sido uno de los miembros del equipo misionero de esa orden activo en el trabajo parroquial en la arquidiócesis durante muchos años. Directo, sincero y profundamente comprometido con el desarrollo del liderazgo laico, inmediatamente abrazó el curioso paquete mixto de responsabilidades que era la oficina del director de apostolado hispano. Para el observador atento, su nombramiento tenía un simbolismo ambivalente. Por un lado, un hispano nativo, activista, pastoral y creativo, fue nombrado para un puesto de liderazgo diocesano, que también tenía la dimensión positiva adicional de reconocer el importante papel desempeñado por el clero religioso en la vida de la arquidiócesis. Por otro lado, la diócesis había cerrado el círculo: antes de 1953, la responsabilidad principal del apostolado hispano estaba en manos del clero religioso, predominantemente el hispano nativo, y ahora, simbólicamente, de nuevo estaba en sus manos.

El Pueblo Habla. Casi inmediatamente después de asumir su nueva responsabilidad, el Padre Lazcano comenzó una extensa preparación arquidiocesana para el segundo Encuentro Nacional Hispano, “El Pueblo Habla”, que se celebrará al año siguiente. El plan nacional requería una amplia consulta de los hispanos a nivel de base en los Estados Unidos. En Nueva York, un grupo de trabajo que P. Lazcano convocó preparó un cuestionario detallado que se envió a más de 12,000 personas en toda la arquidiócesis, incluidas todas las parroquias, movimientos apostólicos, grupos y programas especiales, y consulados.
Las respuestas fueron cuidadosamente estudiadas, tabuladas, puestas en orden de prioridad y presentadas a una amplia convocatoria diocesana de 355 líderes laicos y 75 sacerdotes que representaban a todas las parroquias y movimientos hispanos de la arquidiócesis. Los participantes finalizaron las recomendaciones diocesanas para el Encuentro nacional y seleccionaron una delegación de 12 personas para representar la arquidiócesis en el mismo.

Inmigrantes Indocumentados. Otra preocupación recibiendo la atención inmediata del P. Lazcano fue la necesidad de una atención arquidiocesana oficial a las necesidades especiales de los inmigrantes indocumentados. El Encuentro Arquidiocesano de 1974 había solicitado el establecimiento de un centro de inmigración y el P. Beaumont había convocado reuniones y talleres para abordar el problema.
Reuniones de planificación continuaron siendo realizadas por el P. Lazcano y se desarrolló un diseño para una red de centros de asesoramiento de nivel vicariato. Las autoridades arquidiocesanas estuvieron muy de acuerdo con los planes y se aprobó un presupuesto para el desarrollo de los servicios de inmigración. Un punto que no se decidió por completo fue si el programa sería exclusivamente hispano asociado con la oficina de apostolado hispano o un programa general asociado con la Oficina de Desarrollo Social de la arquidiócesis.

Reclutamiento de Clero Hispanos adjunto.  Un problema creciente entre los preocupados por el personal del clero de la arquidiócesis fue la falta de sacerdotes de habla hispana. A pesar de las proyecciones hechas por Mons. Kelly y Mons. Connolly en 1953 y los planes y recomendaciones posteriores de Mons. Illich, los programas de capacitación en idiomas de la diócesis habían disminuido proporcionalmente en lugar de expandirse. Una causa importante fue el aumento del elemento de personalismo en la capacitación de los seminaristas y en las asignaciones del clero. Durante varios años, en lugar de que la mitad de la clase de sacerdotes recién ordenados fuera asignada a estudios de lengua española, solo un porcentaje mucho menor recibió capacitación como voluntarios para la experiencia como seminaristas. En el seminario en sí hubo renuencia a exigir competencia en el idioma español y fue solo en 1981 que algunos estudios de español se convirtieron en un requisito general.
En lugar de avanzar en la dirección de hacer de un bilingüismo mínimo una condición previa para la ordenación en la arquidiócesis, las autoridades diocesanas optaron por un reclutamiento deliberado del clero extranjero de habla hispana. A principios de 1977, una delegación de funcionarios diocesanos, incluido el P. Lazcano y el P. Gorman fue a España para establecer contactos oficiales con la jerarquía española para el préstamo contractual del clero diocesano español a la arquidiócesis para el ministerio aquí por períodos específicos de años. Esto complementaba contactos y acuerdos previos similares con los superiores religiosos mayores de varias congregaciones religiosas hispanas que tenían casas en Nueva York con respecto al préstamo del clero para otros servicios que no fueran sus propios ministerios en la arquidiócesis.
El esfuerzo simbolizó otro cerrado del círculo. El apostolado hispano en Nueva York había comenzado con el clero religioso predominantemente español. Un gran logro del Cardenal Spellman había sido la movilización del clero arquidiocesano para el apostolado hispano. Ahora ese empuje se tambaleaba y lo que algunos considerarían un paso pastoralmente regresivo se estaba tomando como una solución inmediata a la situación creada por una respuesta inadecuada a un desafío pastoral de larga duración. Sin embargo, para bien o para mal, la misión de reclutamiento tuvo poco éxito y no se continuó con ninguna seriedad.

Obispos Auxiliares de Habla Hispana.  En junio de 1977, el semanario católico de la arquidiócesis anunció que tres sacerdotes de habla hispana serían ordenados obispos, auxiliares del arzobispo de Nueva York. Esto se representó oficialmente como una respuesta excelente y sin precedentes al creciente número de católicos hispanos en la arquidiócesis y sus necesidades pastorales, y uno de ellos, el obispo Francisco Garmendia, fue nombrado también como “Vicario Episcopal para el Desarrollo Pastoral Hispano”.

El Obispo Francisco Garmendia

El obispo Garmendia era un sacerdote vasco que pocos años antes había dejado su congregación religiosa de los Cánones Regulares de Letrán para ser incardinado en la arquidiócesis. Durante muchos años había servido con distinción en las parroquias locales hispanas y disfrutaba de la reputación de un sacerdote parroquial dedicado, trabajador, de mentalidad tradicional. y totalmente al servicio de su pueblo. Su ordenación como obispo lo catapultó a un rol y un nivel de responsabilidad completamente nuevos. Anteriormente casi nunca había estado involucrado en ninguna actividad pastoral a nivel diocesano y ahora era prominente incluso a nivel nacional como el primer obispo auxiliar hispano de la arquidiócesis.
A los pocos meses de su nombramiento como vicario para el desarrollo pastoral hispano, la oficina del vicecanciller para asuntos pastorales hispanos fue desocupada y dejó de funcionar. El nuevo vicario heredó la misma ambigüedad de relación con el director del apostolado hispano que había existido anteriormente en el caso del vicecanciller. Canónicamente, el vicario episcopal disfrutó de la plena autoridad del ordinario de la diócesis en su área designada de responsabilidad, pero en la práctica fue el pastor de una parroquia relativamente pobre en el centro de la ciudad sin espacio de oficina o personal en la cancillería. Después de algunas tentativas bien intencionadas y frustradas de hacerse cargo de la dirección total del apostolado hispano de la arquidiócesis, el obispo Garmendia llegó a asumir un papel de liderazgo simbólico y representación oficial del cardenal, además de las responsabilidades consultivas asociadas a su cargo como vicario episcopal. El director del apostolado hispano continuó con sus responsabilidades tradicionales, ambos hombres colaboraron amigable y fraternalmente, y la oficina del vicario para el desarrollo pastoral hispano permaneció en gran parte ceremoniosa.
Los otros dos obispos de habla hispana eran ambos funcionarios arquidiocesanos no hispanos, Mons. Theodore E. McCarrick, el secretario del Cardenal Cooke, y Mons. Austin B. Vaughan, el rector del Seminario de San José. Mons. McCarrick había ayudado a Mons. Illich durante los meses de verano en la dirección del Instituto de Formación Misionera de la Universidad Católica de Puerto Rico en 1959 y 1960 y había dirigido el programa él mismo durante los próximos tres veranos. Se desempeñó con distinción como rector de la Universidad Católica de Puerto Rico durante cuatro años antes de su regreso a la arquidiócesis en 1969. Aunque ni él ni Mons. Vaughan había estado activo en el apostolado hispano dentro de la arquidiócesis antes de su ordenación episcopal, como obispos, ambos comenzaron a involucrarse en las funciones y actividades hispanas. El obispo McCarrick fue nombrado vicario episcopal para el lado este de Manhattan, incluido el Harlem Hispano, y se entregó de inmediato a las preocupaciones pastorales locales, además de sus considerables actividades administrativas y de desarrollo arquidiocesanas, y continuó en ese cargo hasta su nombramiento como obispo de la nueva diócesis. de Metuchen en 1981. El obispo Vaughan llegó a ser el pastor de la parroquia de San Patricio en Newburgh, Nueva York, y vicario episcopal del condado de Orange.

La Renuncia del Padre Lazcano. El nombramiento del P. Garmendia como obispo auxiliar tuvo una consecuencia totalmente imprevista e impredecible, la renuncia del P. Lazcano del cargo de director del apostolado hispano. El obispo Garmendia había sido durante muchos años miembro de la congregación religiosa del P. Lazcano. Los antiguos asociados del obispo y todavía buenos amigos y compatriotas en la congregación que trabajaban en la arquidiócesis consideraron la falta total de consulta con las autoridades religiosas de la congregación por parte del Delegado Apostólico sobre la aptitud del P. Garmendia para el cargo episcopal ser una grave irregularidad. Sintieron que alguna expresión de sus sentimientos era apropiada. Impulsado especialmente por estas circunstancias, el p. Lazcano pidió ser relevado de su oficina. En diciembre de 1977 fue reasignado a una parroquia, y en febrero de 1978 el P. David Arias, O.A.R. fue nombrado como su sucesor.

 La Oficina Hispana en el Presente

P. David Arias, OAR

El nombramiento del P. Arias tenía algunas similitudes con el de su predecesor. Era un sacerdote de una orden religiosa española, miembro de la Provincia de San Agustín de los Padres Agustinos Recoletos, y había trabajado en la Arquidiócesis de Nueva York durante los últimos ocho años. A diferencia de sus predecesores, su experiencia en la arquidiócesis no fue un ministerio parroquial, sino la del director del Centro de San José y sacerdote-asesor del Movimiento de los Cursillos de Cristiandad de la arquidiócesis. Como tal, trajo a su nueva responsabilidad un amplio conocimiento personal de los líderes laicos hispanos parroquiales y una experiencia de la formación de liderazgo laico, así como una familiaridad con la planificación pastoral a nivel diocesano y cierta participación en ella desde la época del P. Stern.

Fortaleciendo de los programas existentes. Además de proporcionar la supervisión administrativa y la orientación de los programas de capacitación de idiomas durante el año y el verano, el P. Arias comenzó a dedicar gran parte de su tiempo y preocupación a continuar y fortalecer los movimientos apostólicos y los programas relacionados de la diócesis. La secretaría del Movimiento Familiar Cristiano fue revisada y renovada y se realizaron dos seminarios anuales para los líderes del movimiento de las veinticinco parroquias con equipos activos. El P. Lazcano había ayudado al Movimiento Juvenil Camino a trasladarse a la nueva Grace House para el ministerio juvenil. El P. Arias los ayudó a establecerse allí y ayudó en la formación del consejo juvenil de Camino y en la organización de la escuela de líderes.
Luz y Vida, un programa creativo para la formación del liderazgo laico, había desarrollado por el grupo de trabajo sobre formación para el apostolado laico presidido por el P. Arias y se había propagado ampliamente por toda la arquidiócesis durante su mandato como director del Centro de San José. Continuó brindándole todo su apoyo y comenzó a convocar dos talleres cada año, uno para los coordinadores parroquiales del programa y otro para todos los líderes de grupos locales. La primera de estas convocatorias en la parroquia de Holy Cross tenía más de doscientas personas presentes que representaban a aproximadamente doscientos grupos locales en cuarenta parroquias diferentes. El segundo se celebró en la parroquia de Santo Nombre.
En mayo de 1980 organizó un exitoso y bien asistido “Simposio Arquidiocesano” como seguimiento y respuesta al simposio regional del noreste sobre las conclusiones del segundo Encuentro Nacional Hispano. Más de trescientas personas asistieron al simposio, incluidos delegados de cada una de las parroquias hispanas de la arquidiócesis. El simposio ofreció muchas recomendaciones pastorales para el futuro del apostolado de habla hispana.

Servicios de Inmigración. Una actividad importante del P. Arias durante su primer año en la oficina hispana fue la de continuar y finalizar la planificación para el desarrollo de asesoramiento y servicios legales para inmigrantes que fue iniciada por sus predecesores. El resultado fue que en septiembre de 1978 se estableció una Oficina Arquidiocesana de Servicios de Inmigración bajo la dirección del P. Francisco Domínguez, A.A. para asesorar y ayudar a los inmigrantes en todos los asuntos relacionados con su estado y el de sus familias. Aunque no es específicamente un programa diseñado para inmigrantes hispanos, son la mayoría de los clientes atendidos.
En la primavera de 1980, la arquidiócesis estableció un programa de reasentamiento cubano en respuesta a la llegada masiva de cubanos en ese momento. Esto fue en realidad un renacimiento de la Oficina de Reasentamiento Cubana anterior, que había sido terminada como un proyecto especial unos años antes después de instalar a unos 25,000 refugiados cubanos en un período de tres o cuatro años.

Celebraciones nacionales. Desde la inauguración de la celebración arquidiocesana de la fiesta de Nuestra Señora de la Altagracia en la catedral en 1973, se establecieron otras diez celebraciones nacionales, de las cuales la más reciente fue la celebración de Nuestra Señora de la Divina Providencia, patrona de Puerto Rico, en noviembre. de 1981. En casi todos los casos, la celebración consiste en una liturgia solemne en la Catedral de San Patricio que involucra música y estilos de celebración típicos, dignatarios eclesiásticos de oros países, funcionarios consulares y cívicos, y una congregación de capacidad. Bajo el P. Arias, el papel de enlace con cada uno de los comités de planificación y la participación activa en su trabajo ha llegado a ser una función importante de la oficina hispana.

Medios de Comunicación. En 1980 el P. Arias organizó un programa semanal de media hora, “Pueblo en Marcha”, que se presentará en español en el canal 47 de televisión. El programa se colocó bajo la dirección de la Oficina de Comunicaciones de la arquidiócesis y tenía un formato de revista que incluía especialmente entrevistas de personas activas en la comunidad hispana y en el trabajo de la iglesia. Continuó durante aproximadamente un año. También arregló la reanudación, después de un lapso de varios años, de una misa dominical televisada semanalmente en español en el Canal 41 que comienza el domingo de Pentecostés en 1982. El programa también está dirigido por la oficina de Comunicaciones. Además de estos programas, en septiembre de 1982 se inauguró un nuevo boletín mensual en español para líderes laicos.

Programas Diocesanos Independentes de la Oficina Hispana

Por razones particulares de cada caso, cuatro programas de formación desarrollados desde la centralización de las actividades del apostolado hispano a principios de la década de 1970 continuaron relativamente independientes de la oficina hispana. Además, la Oficina de Investigación Pastoral de la arquidiócesis realizó un estudio independiente de la situación religiosa y social de la comunidad hispana en la arquidiócesis.

El Instituto Hispano de Formación Pastoral. Como se describió anteriormente, el Cardenal Cooke aceptó las recomendaciones del Comité Coordinador para el apostolado hispano para la creación de un instituto pastoral para la formación del liderazgo laico a principios de 1973; sin embargo, la supervisión y la gobernanza del nuevo programa e instituto no estuvieron asociadas con el Comité Coordinador ni con la oficina de apostolado hispano, sino que fueron entregadas al P. Thomas Leonard, aparentemente por su posición en el personal del seminario mayor.
Cuando el P. Leonard fue transferido a la oficina de la cancillería, la responsabilidad del instituto lo acompañó allí. Después de su partida de esa oficina, fue asumido por el P. Gorman como vicecanciller para asuntos pastorales hispanos. Después de la transferencia de P. Gorman fue administrativamente en el limbo con una responsabilidad de dirigir el instituto dado personalmente a la Hna. Marian Pohlner, una religiosa hispana adscrita a la oficina de Desarrollo Cristiano y Familiar. A instancias de la facultad del programa, se estableció una junta directiva para el mismo, y el programa se colocó bajo la supervisión del vicario general a través de directores designados por él.

Movimiento Juvenil Camino. Un gran interés de la secretaría arquidiocesana para el movimiento de los Cursillos era tener algún tipo de programa para el desarrollo espiritual de la juventud, especialmente los hijos e las hijas de personas que habían sido fuertemente influenciadas por la experiencia del cursillo. Después de la terminación del Movimiento Juvenil en 1973, no había ningún programa para la formación de liderazgo juvenil e incluso ese no había sido considerado adecuado para satisfacer la necesidad sentida por algunos líderes del cursillo. El comité coordinador compartió el interés en revivir el movimiento juvenil hispano o desarrollar un nuevo programa para la formación de jóvenes hispanos y coincidió con las recomendaciones del Encuentro Arquidiocesano de junio de 1974.
En noviembre de 1974, la secretaría del Cursillo patrocinó un “Retiro para Jóvenes Hispanos” durante todo el día en el Centro de San José con gran éxito. El programa fue diseñado para la situación de los jóvenes hispanos y fue de estilo bilingüe y bicultural. Se repitió en enero de 1975 en la parroquia de San Pablo Apóstol en Manhattan y en mayo en la parroquia del Sagrado Corazón. Los desarrolladores del programa realmente querían que se convirtiera en una experiencia de tres días algo así como el cursillo mismo. Se presentó una oportunidad para utilizar un edificio de la parroquia de la catedral de la diócesis de Paterson, por lo que el programa ampliado de fin de semana comenzó a ofrecerse allí. El retiro se llamaba “Camino”. Después de ser administrado en el centro de Paterson durante dos años, se trasladó a la nueva Grace House para el ministerio juvenil que se abrió en Manhattan en la primavera de 1978.
Ha tenido un gran éxito y ha sido muy eficaz en la comunicación con y motivación de los jóvenes hispanos. Un equipo grande de personas ha cooperado en la presentación de los retiros, y todo el programa está guiado por un consejo de Camino que involucra a los jóvenes mismos. También se estableció una escuela de capacitación para líderes juveniles de Camino y se llevan a cabo sesiones semanales durante todo el año.

P. Raúl del Valle

Programa de Diaconado Permanente.  En el verano de 1975, el Cardenal Cooke decidió autorizar un programa por separado en español para la formación de candidatos hispanos para el diaconado permanente. El P. Raúl del Valle fue nombrado director asociado del programa de diaconado permanente arquidiocesano con el mandato especial de desarrollar el programa hispano. Una de sus primeras decisiones fue establecer un comité asesor compuesto por sacerdotes involucrados en el apostolado y la formación hispanos.
En septiembre se decidieron las pautas generales para la admisión de candidatos y para el programa de capacitación. Se acordó utilizar los cursos impartidos en el Instituto Hispano de Formación Pastoral como parte de la formación para el diaconado, pero además se realizaría una capacitación y formación específica para el diaconado semanalmente, y se tendrían retiros y reuniones especiales periódicas para los candidatos y sus esposas.
El Instituto Hispano de Formación Pastoral estaba entonces en su tercer año de operaciones. Durante los primeros dos años a medida que el programa estaba en desarrollo, los cursos se agregaron gradualmente según fuera necesario. A principios de 1975 se decidió tener un programa de tres años que consistía en tres trimestres cada año, y el segundo y el tercer años del programa se presentarían en años alternos. Se sugirió que el propósito del Instituto se redefiniera como “el desarrollo más extenso de los líderes laicos hispanos y la selección y formación de diáconos permanentes de la comunidad cristiana”.
Se adoptó un programa especial acelerado para un grupo selecto de candidatos con amplia formación personal previa a través del Instituto y en otros lugares, y en junio de 1976 los primeros diáconos hispanos permanentes para la archidiócesis fueron ordenados por el Cardenal Cooke en la Catedral de San Patricio. Se han llevado a cabo ordenaciones sucesivas anualmente desde entonces.
En marzo de 1980, la junta asesora recomendó que después de cuatro años de experimentación con el diaconado permanente para hispanos se realizara una evaluación seria del programa de capacitación y también del ministerio de los diáconos hispanos ordenados. Además, se sugirió que se modificara la estructura del programa para que fuera más flexible con respecto al plan de estudios y los lugares de enseñanza, y que se nombrara un director a tiempo completo para el programa con responsabilidad adicional para la educación continua y el desarrollo espiritual de los diáconos hispanos ordenados. El asunto está actualmente bajo asesoría.

Centro Carismático Católico Hispano. El obispo Garmendia, el vicario para el desarrollo pastoral hipano, tenía un fuerte interés personal en el movimiento para renovación carismática. Pensó utilizar el antiguo edificio del convento de su nueva parroquia de Santo Tomás de Aquino en el Bronx como centro para el movimiento entre los católicos hispanos. Expuso sus planes al Cardenal Cooke y en enero de 1978 el cardenal lo nombró director de la renovación carismática hispana y aprobó el establecimiento de un Centro Carismático Católico Hispano que se inauguró en el otoño de ese año. Las responsabilidades del obispo incluían la formación de líderes del movimiento y la salvaguarda de su unidad y desarrollo correcto. Después de que el personal fue reclutado para la dirección del centro, cursos, talleres, reuniones, y retiros comenzaron a celebrarse allí regularmente para los líderes laicos parroquiales hispanos del movimiento.
Al año siguiente, el obispo Garmendia decidió llevar a cabo programas de formación principalmente a través de centros pastorales en los vicariatos en lugar de hacerlo en el propio Centro Carismático. En el otoño, se iniciaron programas en el arquidiocesano Instituto Hispano de Formación Pastoral y en el Instituto para el Ministerio de la Conferencia Católica del Área del Lower East Side; en el invierno, en el Centro Pastoral del Sur del Bronx. El Centro Carismático continuó como un lugar de reunión y centro de recursos disponible para los católicos hispanos y es utilizado por la mayoría de los ochenta y cuatro grupos locales de oración parroquial. Allí se presenta una amplia variedad de programas y actividades.

El Estudio Hispano.  A principios de 1979, tanto el comité hispano de la Comisión Litúrgica Arquidiocesana como el Comité Ad Hoc para la Evangelización Hispana recomendaron al cardenal Cooke que se hiciera un estudio de la situación religiosa y social de la comunidad hispana en la arquidiócesis. El cardenal aceptó su recomendación y encargó a la Oficina de Investigación Pastoral de la arquidiócesis que realizara el estudio y la investigación.
Como primer paso, en julio, la Sra. Ruth Doyle, directora de la Oficina de Investigación Pastoral, convocó a una reunión de personas involucradas en el ministerio hispano en la arquidiócesis en muchas áreas diferentes y con niveles diferentes de responsabilidad y propuso que sirvieran como un comité timón y de asesoría para el estudio. El comité comenzó a funcionar y a delinear los propósitos, desafíos, y expectativas del estudio. Para octubre se redactó una propuesta detallada y se presentó al cardenal con la recomendación del comité directivo. Durante el año siguiente se acercó a las fundaciones para obtener fondos importantes y se celebraron reuniones; un comité técnico de sociólogos desarrolló el diseño. En 1981 se contrató personal y se inició el estudio. La fecha objetivo de finalización es el otoño de 1982.

Programas al nivel de vicariato y región

Las necesidades locales en tres áreas diferentes de la arquidiócesis impulsaron el desarrollo de programas regionales y locales de formación de laicos, además de los que ya ofrecidos en el Centro St. Joseph y el Instituto Hispano de Formación Pastoral.

Instituto para Ministerio LESAC.  La Conferencia Católica del Área del Lower East Side, una asociación de veintiuna parroquias y otras instituciones católicas ubicadas en el Lower East Side de Manhattan, durante el otoño de 1974 y la primavera de 1975 preparó un plan maestro pastoral para toda el área que incluía un llamado para que se establecerá un centro pastoral como “una posible base para un enfoque específicamente a nivel de área para la vida de la iglesia y un centro de recursos para las parroquias para programas de liturgia, educación religiosa, capacitación de líderes laicos y otros asuntos”. Uno de los principales desarrollos del trabajo del centro pastoral fue el Instituto para Ministerio, que se describió a sí mismo como “una escuela patrocinada y dirigida por la Conferencia Católica del Área del Lower East Side diseñada para preparar a los laicos, el clero y los religiosos de la área para una participación activa, educada y experta en el ministerio de la Iglesia en los vecindarios del Lower East Side “.
En la primavera de 1976, las primeras clases del instituto se impartieron en inglés y en español. Los cursos son tanto teóricos como prácticos y periódicamente se complementan con talleres de capacitación en ciertos ministerios. El instituto funciona en un ciclo de tres años, con dos semestres de diez sesiones semanales cada uno en la primavera y el otoño. Se ofrecen programas de capacitación en las áreas de liturgia, iglesia y comunidad, oración, educación religiosa, familias y jóvenes. La primera clase de graduados del instituto fue de catorce personas y una medida de su éxito fue que durante sus primeros tres años más de cuatrocientas personas se inscribieron en uno o más de los programas del instituto.

 Centro Pastoral del Sur del Bronx. En septiembre de 1978 comienza un programa similar en el vicariato del sur del Bronx. La idea de este Centro Pastoral del Sur del Bronx surgió de la preocupación de la Asociación Católica del Sur del Bronx por la educación religiosa de adultos y el desarrollo del liderazgo laico, el llamado del vicario episcopal del Sur del Bronx por una escuela de ministerio, y la experiencia de Instituto para el Desarrollo Apostólico de la parroquia Nuestra Señora de la Victoria. El Centro se describió a sí mismo como “una escuela y centro de capacitación para personas que desean prepararse para participar más plenamente en la vida de sus iglesias y comunidades locales. Ofrece programas en inglés y en español que están diseñados para familiarizar a las personas que participan en ellos con las raíces de sus tradiciones religiosas y culturales y equiparlos para ejercer una responsabilidad mayor en la configuración de la calidad de vida en sus comunidades “.
El centro ofrece cursos tres veces al año, en otoño, invierno y primavera. Cada curso consta de diez sesiones semanales. Hay dos tipos principales de cursos o programas de capacitación. El programa de cuatro años de formación general de liderazgo cristiano consiste en cursos en las áreas de estudios religiosos y habilidades de comunicación; los programas más breves y especializados de capacitación tienen que ver con la formación de ministerios litúrgicos, sacramentales, educativos, catequéticos y de acción comunitaria a nivel parroquial.
En septiembre de 1979, el centro comenzó a funcionar con un personal a tiempo completo con un director sacerdote asignado por el Cardenal Cooke. Está organizada como una corporación sin fines de lucro del estado de Nueva York operada bajo la dirección de una junta directiva de veintiún miembros y la supervisión de la arquidiócesis. Hasta la fecha, más de mil hombres y mujeres laicos de cuarenta y nueve parroquias diferentes han recibido capacitación a través del Centro.

“South Bronx People for Change”. Otro programa patrocinado por la Asociación Católica de South Bronx para el vicariato de South Bronx fue South Bronx People for Change. Comenzó a funcionar con un director a tiempo completo en enero de 1979 después de varios meses de planificación y una serie de talleres de capacitación realizados el año anterior. La génesis del programa fue una preocupación generalizada por la revitalización del área del sur del Bronx y un deseo de ayudar a los laicos a convertirse en agentes de cambio social por ayudarles a analizar las estructuras vecinales, nacionales y mundiales, destacar sus interrelaciones y organizarse en torno a cuestiones vitales. Su objetivo a largo plazo es desarrollar a las personas de la Iglesia como líderes y aumentar en ellos la conciencia de los asuntos de la comunidad y las estructuras de poder para que puedan ser enviados de manera competente para representarse a sí mismos y a sus valores cristianos en posiciones responsables de liderazgo dentro de la comunidad.
Hasta la fecha, el movimiento y el programa se han establecido en siete vecindarios del sur del Bronx a través de las parroquias locales. El personal de South Bronx People for Change, en colaboración con el personal parroquial, ha reclutado, capacitado y ayudado a funcionar a grupos de acción comunitaria del vecindario. Actualmente hay más de doscientos miembros del movimiento, y varios cientos más están afiliados a través de varias organizaciones y proyectos locales. El movimiento funciona bajo la dirección de una junta directiva compuesta principalmente por los miembros de los grupos locales.

Escuela de Ministerios del Noroeste del Bronx. En el otoño de 1979, se llevó a cabo un programa de capacitación ministerial intensivo y bilingüe de cuatro semanas de duración en el noroeste del Bronx para 140 personas de habla inglesa y 40 de habla hispana. Fue patrocinado por el Comité de Evangelización del Noroeste del Bronx, un comité conjunto del Consejo del Área del Noroeste del Bronx y la Conferencia de Clero del Noroeste del Bronx. Se ofreció un programa similar y más extenso con gran éxito en el otoño de 1981.

CONCLUSIÓN

Hoy, ochenta años después del establecimiento de la primera parroquia hispana en la arquidiócesis y treinta años después de la inauguración de programas arquidiocesanos especiales para hispanohablantes, los hispanos están a punto de llegar a ser—o en la estimación de algunos son—la mayoría de los población católica bautizada. Ya no son abrumadoramente puertorriqueños y la inmigración de otros países del Caribe, América Central y América del Sur está aumentando rápidamente. Son los grupos étnicos o nacionales más jóvenes, de más rápido crecimiento, y más pobres de la arquidiócesis.
Más de una cuarta parte de las 412 parroquias de la arquidiócesis están ministrando a los hispanos en su propio idioma y en inglés, y en algo más de la mitad de estas parroquias hay un pastor de habla hispana. Siete de los dieciocho vicarios episcopales de la arquidiócesis hablan español, dos de los cuales son hispanos nativos. Además de las oficinas e instituciones especiales que existen exclusiva o predominantemente para hispanos, la mayoría de las oficinas y agencias diocesanas tienen secciones hispanas o miembros del personal de habla hispana.
Probablemente ninguna otra diócesis en los Estados Unidos haya hecho tanto como la Arquidiócesis de Nueva York para responder al desafío pastoral que le planteó la llegada masiva de tantos católicos de habla hispana en el lapso de una generación. Aunque otras diócesis pueden incluir más hispanos y pueden haber estado allí por más tiempo, es difícil encontrar un paralelo con la experiencia de Nueva York en términos de números, rapidez de inmigración, y alcance de respuesta. Una pregunta legítima es, ¿la Arquidiócesis de Nueva York ha hecho lo suficiente?
Está claro que hay etapas y direcciones discernibles en la respuesta pastoral a la migración hispana por parte de la arquidiócesis de Nueva York. La década de 1950 fue una época de grandes comienzos y entusiasmo. No se cumplieron todas sus proyecciones ni se cumplieron todas sus esperanzas, pero comenzó un gran movimiento de concientización y desarrollo pastoral que aún no ha perdido por completo su ímpetu. A medida que la parte hispana de la arquidiócesis creció, paradójicamente, las estructuras e instituciones establecidas para el desarrollo del ministerio hispano comenzaron a sobrepasar su utilidad. Cuando los hispanos eran una minoría, eran mejor atendidos por estructuras especializadas; a medida que se acercan a la mayoría, se necesita una dimensión bilingüe y bicultural para casi todos los aspectos de la vida de la arquidiócesis.
Mirando hacia atrás, hay momentos de gran audacia y dinamismo en la historia de la evolución del ministerio hispano en la arquidiócesis y también momentos de vacilación y pérdida de dinamismo. No todo ha sido perfecto, pero aún hay un orgulloso registro de logros.
El verdadero bien de todo lo que ha sucedido debería verse tal vez desde una perspectiva completamente diferente. Celebremos no tanto lo que ha logrado la Arquidiócesis de Nueva York para sus miembros hispanos como el enriquecimiento y la revitalización providenciales de la iglesia de Nueva York por parte de los puertorriqueños y otros pueblos hispanos que han llegado a ser parte de ella.

(Una traducción del inglés)