Cuando Dios llamó al antepasado de Cristo, Abraham, hacía largo tiempo que existía el mundo.
Damos a continuación algunos datos sobre la manera como aparece este pasado del universo, a la luz de la ciencia moderna, la cual tiene todavía mucho que descubrir.
LA EDAD DE LA CREACION
La tierra no es más que un grano de arena en el universo: un pedacito de sol enfriado.
El rayo de luz, recorriendo el espacio a la velocidad de 300,000 kms. por segundo necesita poco más de un segundo para llegar de la tierra a la luna. Para llegar del sol a la tierra demora ocho minutos.
Otros planetas semejantes a la tierra giran como ella en torno al sol. Algunos, Marte por ejemplo, más pequeños, otros más grandes que ella. El rayo de luz salido del sol llega después de siete horas al planeta más alejado, Plutón, y con él termina el dominio del sol, a siete mil millones de kilómetros de éste, lo que significa nada más que un salto de pulga en el universo.
El sol es una estrella como las otras, infinitamente distante de sus vecinas. De manera que el rayo del sol llega a la estrella más cercana después de tres años.
Por todos lados hay estrellas. Algunas más pequeñas que el sol, otras mucho más grandes. Son otros tantos hornos atómicos cuyo calor en su centro es increíble. Algunas se han enfriado, como la tierra, y han cesado de brillar.
Como la tierra y los planetas se mueven alrededor del sol, así también las estrellas se mueven las unas con respecto a las otras, agrupadas en familias, o poblaciones, algunas veces en grupos de diez mil o más. Cuando decimos “agrupadas”, esto no quita que todavía estén separadas por distancias enormes.
Visto de muy lejos, el sol y algunos millares de millones de estrellas que lo acompañan no serían más que puntos imperceptibles; su conjunto, sin embargo, aparecería como una nube luminosa achatada, algo como un disco o una rueda. Esté universo que el rayo de luz recorre de un extremo a otro en 300,000 años se llama La Galaxia.
¿Hemos llegado al extremo del mundo? Todavía no: solamente recorrimos un pequeño sector. Muy lejos de este universo, o sea, esta Galaxia, otras existen. Los especialistas afirman que su número total alcanza por lo menos a quinientos millones de galaxias, algunas más grandes, otras más pequeñas que la nuestra.
Este universo cambia a cada momento. Las galaxias se alejan unas de otras con velocidades de millares de kilómetros por segundo. Estrellas, polvo espacial, agregados de materia, el mundo entero parece ser los pedazos lanzados por una gigantesca explosión. Los sabios se atreven a fijar aproximadamente la fecha en que pudo haber estallado esté superbomba atómica: como cinco a diez mil millones de años atras.
Esta sería la edad de la creación.
UNA CREACION QUE NO HA TERMINADO
Durante siglos la mayoría de los hombres pensaron que Dios había creado todo al comienzo y después el mundo se había guardado más o menos igual. Había puesto el sol, la tierra, las estrellas cada uno en su lugar y seguían dando vueltas siempre iguales. Acabamos de ver que esta idea ya no vale.
También pensaban que Dios había hecho al comienzo “el” hombre, “el” caballo, “la” oveja, “el” león y cada uno había tenido descendientes semejantes a él. Ahora sabemos que no es así sino que la creación de Dios se hace de a poco y se van formando especies nuevas.
Podemos tomar comparación del niño que crece. Es creatura de Dios al nacer. Pero crece, se instruye, se hace hombre. Estando hombre será muy diferente de lo que cuando niño. Pero todavía es la creatura de Dios y es El que le dio de crecer.
Pasa igual con la gran familia de los vivientes. Dios no creó al comienzo los seres que ahora conocemos. Hace mil millones de años, el mundo de los seres vivientes era un mundo “niño” con plantas y animales primitivos que hoy no existen. No existían animales con cuatro patas, ni aves y por supuesto no había hombres. Pero de ellos nacieron por una serie de transformaciones y crecimientos otros seres vivientes, los que hoy conocemos y que componen un mundo de los seres vivos mejor organizado, más desarrollado que el del comienzo.
Así, pues, no hubo “una” creación sino que la creación empezada iba a proseguir su camino con las fuerzas que Dios había puesto en ella. Es esta historia que vamos a resumir en algunas líneas.
LA SUBIDA DE LOS SERES VIVIENTES
Hace mil o dos mil millones de años, cuando la tierra estaba todavía caliente, envuelta en espesas nubes de donde caían sin cesar aguaceros hirvientes, los primeros seres vivientes aparecieron en los mares. Eran seres minúsculos, como microbios, y que apenas hubieron aparecido, se multiplicaron y se transformaron.
Dios no había creado una colección de seres vivientes destinados a reproducirse siempre idénticos. Dios estaba creando la Vida, y la Vida se desarrollaba. No era solamente la lucha para sobrevivir la que hacía desaparecer a los más débiles y permanecer a los mejor armados. No era solamente la casualidad la que hacía brotar en cada especie seres con caracteres distintos de sus antepasados. En la materia viviente actuaban fuerzas espirituales, creando en cada especie órganos nuevos, tratando de solucionar de mil maneras distintas cada problema: órganos para ver, oír, sentir, correr, nadar, volar.
Siendo la Vida obra de un Dios libre e inteligente, buscaba las herramientas que permitirían al animal ser más libre y más inteligente. La herramienta más eficaz fue el cerebro. Los seres más primitivos solamente tenían algunos núcleos de nervios, pero en una de sus familias se formó un verdadero centro de mando: el cerebro. A lo largo de quinientos millones de años el cerebro ya creado se fue perfeccionando. Aparecieron nuevas especies que tenían el cerebro más grande y mejor organizado. Después de los reptiles aparecieron, los mamíferos, y dentro de éstos los “antropomorfos”, o sea, animales de forma humana (grupo más destacado entre los monos).
Hace como un millón de años, algunos animales antropomorfos, habían progresado tanto que su cerebro y su cuerpo podían ser los de un ser libre e inteligente. Dios entonces dio “su soplo”, es decir, empezó a comunicar a cada individuo un espíritu (o alma) personal, indestructible, a la imagen de Dios que es Espíritu. El hombre es obra directa de Dios pues su alma inmortal que le da inteligencia, libertad y poder viene de Dios.
Con eso empezaba la humanidad, que Dios destinaba a ser la familia de sus hijos.
LOS PRIMEROS PASOS DEL HOMBRE
Durante millares de siglos, el hombre no cambió mucho la faz del mundo. Su espíritu llevaba la imagen de Dios pero su cuerpo y su manera de vivir apenas lo diferenciaban de esos antropomorfos de los que había salido (no digamos “había nacido”, pues realmente su personalidad nace de Dios). Familias, grupos humanos, vivían en estado primitivo, se alojaban en cavernas, cazaban en la selva, semejantes a algunas tribus que permanecen hasta hoy.
Lentamente el hombre inventaba su lenguaje, hacía armas y herramientas. Había aprendido a usar el fuego. No se interesaba solamente por lo útil y lo visible. Era un artista. En las cavernas y grutas, debajo de la tierra donde celebraba sus ritos mágicos, pintaba en la pared, lejos de la luz del día, los animales que deseaba cazar; hoy todavía nos admiramos de su genio artístico.
El hombre era un animal religioso. Enterraba sus difuntos con ritos destinados a asegurarles una vida feliz en otro mundo. Siendo creado a la imagen de Dios, su inteligencia pensaba instintivamente que continuaría viviendo después de la muerte. Por primitivo que fuera, este hombre tenía una conciencia, era capaz de amar. No sabía de Cristo, pero Cristo, Luz y Vida, estaba presente en su espíritu. Sin embargo, siendo libre, había empezado desde el principio a luchar contra la Luz de Dios. En él había egoísmo, violencia, odio.
LAS PRIMERAS CIVILIZACIONES
Hace unos 10,000 años, un cambio se preparó en la humanidad. Los hombres se agruparon en mayor número en las llanuras fértiles. En algunos siglos descubrieron la manera de cultivar la tierra, de criar el ganado, de modelar y cocer la greda. Se levantaron aldeas, las que se unieron para defenderse y aprovechar mejor los recursos de la tierra. La primera civilización había nacido.
Después todo se hizo muy rápido. Sobre la tierra aparecieron cinco centros de civilización.
Tres mil quinientos años antes de Cristo, en el sector geográfico llamado Medio Oriente, y donde nacería el pueblo de la Biblia se formaban dos imperios. Uno era Egipto, el otro Caldea, país de donde saldría Abraham siglos más tarde. Caldea hizo un sistema perfeccionado de riego, construyó con tabiques cocidos, inventó un sistema de escritura, tuvo leyes y administración centralizada. Egipto también tenía esos adelantos: construia templos grandiosos para sus dioses y levantaba las Pirámides para tumba de sus faraones.
También en China y en India, como veinte siglos antes de Cristo, y en Centro-América, diez siglos antes de él nacieron otras civilizaciones. Las de Centro América, China e India se desarrollaron por separado ya que en este tiempo era muy difícil recorrer los continentes.
En cambio, en el Medio Oriente Caldea y Egipto tenían relaciones entre ellos y él camino que llevaba del uno al otro pasaba por un país pequeño, que se llamaría más tarde Palestina. El progreso material no bastaba para conducir al hombre a la verdad y a la justicia. Basta recordar que los ambientes más cultos de esos dos países eran los sacerdotes de ídolos, que la esclavitud era considerada cosa normal y que la mujer era la servidora del hombre.
LA PARTIDA DE ABRAHAM
Dieciocho siglos antes de Cristo varias tribus nómades partieron con sus rebaños de Caldea para ir a vivir en Egipto. Eran tan numerosas que algunas de ellas se adueñaron del poder en ese país donde se mantuvieron algunos siglos, y los historiadores llamaron “reyes-pastores” a sus jefes. Dentro de las que así fueron a Egipto estaban las tribus hebreas, una de las cuales tenía por jefe a Abraham, al que nada hacía sobresalir. Para él, sin embargo, la marcha tenía mayor significación: Dios lo había llamado y le había prometido una extraordinaria recompensa: “Abraham, todas las naciones de la tierra te pertenecerán.”