El evangelio de Juan es muy diferente de los tres primeros. Mateo, Lucas y Marcos parecen mirar lo que sucede en torno a Jesús. Juan se fija en su persona misma.
Juan escribió posiblemente en el año 95, es decir, 30 años después de los tres primeros evangelistas. Se fue a lo esencial del misterio de Jesús. Lo que contempló Juan en la persona de Jesús, lo expresa con las realidades más comunes de nuestra vida: Pan, Luz, Agua Viva, Unidad, Amor. ¿Podría extrañarnos que nos diga lo que es Jesús tomando como puntos de referencia las aspiraciones presentes en cada hombre?
Pero a pesar de que Cristo responde a nuestras aspiraciones, la paz que proporciona no es la del mundo. Desde la primera página de la Buena Nueva, Cristo enfrenta la contradicción: “la luz resplandece en medio de las tinieblas y las tinieblas no la han podido apagar” (1, 5).
En los tres primeros Evangelios abundan los milagros, palabras, y hechos de Jesús. En el de Juan, tenemos algunos milagros, solamente siete para ser exactos, número simbólico, y algunos discursos que progresan lentamente insistiendo en algunas palabras claves.
En los tres primeros Evangelios, hallamos los relatos que servían de base a la enseñanza y a la predicación de la Iglesia primitiva. Juan, en cambio, se ciñe a algunos de sus recuerdos personales “lo que ha visto y oído”; después de contarlos con precisión, desarrolla en largos párrafos versificados lo que esos recuerdos contenían y lo que descubrió en ellos durante su larga vida. De las palabras de Jesús saca enseñanzas que nos ayudan a entender mejor los sacramentos que son los medios por los cuales Cristo sigue actuando en su Iglesia.
Hay dos partes en el Evangelio de Juan:
– En los capítulos 1 al 12, recuerda siete milagros de Jesús que revelan quién es y qué es lo que trae a los hombres.
– En los capítulos 13 al 21, Jesús cumple su Obra: es levantado en la cruz, resucita y entra en su gloria, para llevarnos hasta “el seno del Padre”.