“Jesús les puso este ejemplo para enseñarles que hay que orar siempre sin desanimarse jamás…”
“Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cánticos espirituales. Canten y celebren interiormente al Señor…”
Nadie sabe lo que es la fe si no ha experimentado el poder de la oración. En la Biblia un pueblo de creyentes llama a su Dios. Y cuando abrimos las páginas del Evangelio, se nos ofrece el ejemplo de hombres y mujeres de toda clase que vienen a Cristo a pedir en salud y salvación: “Todo es posible para el que cree.”
Es oración nuestra celebración comunitaria; pero es también oración nuestro grito a Dios en el momento de la angustia. En vísperas de su muerte Jesús llama a su Padre: “Sálvame si se puede, pero más bien hágase tu voluntad.” Una hora antes había cantado con sus apóstoles los salmos de acción de gracias.
La oración es obra del Espíritu Santo. No sabemos qué pedir ni cómo hacerlo; por eso, el Espíritu ruega en nosotros, llamando a Dios por medio de los anhelos que suscita en nuestro corazón (Rom 6,26). En realidad, la oración no consiste solamente en pedir; también damos gracias, contemplamos las obras del Señor, le confiamos nuestros deseos de estar más cerca de Él. A cada uno, el Espíritu le inspira sentimientos y palabras con qué dirigirse a Dios. No es necesario usar fórmulas y rezos, sino que basta hablar con la sencillez del hijo que dice “Abba”, o sea “Papá” (Rom 8,15).
Sin embargo la oración necesita una orientación lo mismo como nuestro espíritu necesita de un cuerpo. Precisamos de oraciones hechas que nos sirvan de guía y nos enseñen los modales y sentimientos de los hijos de Dios.
Para eso está el libro de los Salmos, en que fueron reunidas la mayoría de las oraciones inspiradas por Dios. Los salmos fueron la oración del pueblo judío, la oración de Jesús, y han pasado a ser la oración de la Iglesia.
Hay una manera nueva, cristiana de entender y rezar los Salmos. A veces los programas radiales nos transmiten una mezcla musical a base de melodías conocidas. Se reconoce el ritmo de la melodía, pero ya no es la canción antigua sino una nueva música que se va desarrollando libremente. Así sucede con los salmos. Son oraciones antiguas que facilitan las palabras o los sentimientos que vamos a desarrollar libremente ajustándolos a nuestra situación. A veces, no me corresponde la indignación del creyente judío que en algún salmo pide a Dios la muerte para los que lo quieren matar; tampoco haré mía la declaración del que dice a Dios: “Yo estoy sin pecado”. Pero todo eso guiará e inspirará mi oración: diré al Señor mi indignación frente a la injusticia y a la violencia, le pediré que destruya el mal, y recordará que a mi lado está Cristo, “el justo”, el que no tiene pecado y que ora por mí.
Jesús supo orar con los salmos y nosotros también debemos aprender a orar con ellos. Después de familiarizarnos con esas fórmulas antiguas, nos vamos a dar cuenta que por todas partes los salmos hablan de Cristo y encierran su propia voz.
La numeración de los salmos en los libros de la Iglesia no corresponde siempre a la de la Biblia hebrea, Indicamos primero el número del Salmo en la Biblia hebrea y, entre paréntesis, el número del texto latino.