En toda la Biblia no hay nada tan sencillo, tan actual, tan importante como el Evangelio.
Por el Evangelio es por donde se debe empezar a leer la Biblia pues en él oímos el eco de la predicación de Jesús y, si bien es cierto que toda la Biblia es Palabra de Dios, él es La Palabra hecho hombre.
Presentar un retrato de Jesús que revele lo más fielmente posible las infinitas riquezas de su corazón, los secretos de su mensaje de vida. ¡Que desafío!
Cuatro discípulos iluminados por el Espíritu Santo se dedicaron a esa gran tarea, de contarnos lo sucedido con Este tal Jesús de Nazareth, que “solo tiene las palabras de vida eterna”, que dio otro tumbo a sus vidas con un “sígueme” y obligó a todos los hombres a definirse: “quién no está conmigo está contra mí.”
Son cuatro. Sin embargo no nos relataron todos los detalles y acontecimientos de una existencia única. Estuvieron conscientes que “si se escribiesen uno por uno, este mundo no podría contener los libros.” Pero sí, con la Iglesia, debemos afirmar que su conjunto constituye el testimonio fiel y perfecto, el retrato vivo del Señor. “Vengan y vean” dice Jesús (Juan 1,39).
¿Cuándo y cómo fueron escritos los evangelios? Es importante saber que no son relatos fabulosos compuestos siglos más tarde. Se puede probar que los tres primeros (se llaman los Evangelios sinópticos) existían tales como los conocemos en el año 65 después del nacimiento de Cristo. El último fue redactado alrededor del año 90 por Juan, el apóstol que vivió más tiempo.
Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se llaman sinópticos, es decir que a menudo se podrían comparar línea por línea. La razón de ello es la siguiente: Durante los treinta primeros años de la Iglesia no se tenían evangelios escritos pero si había un “Evangelio”, una predicación de las palabras y hechos de Jesús. Era fácil recoger las enseñanzas de Cristo de boca de sus discípulos y oyentes, pues Él había enseñado como verdadero educador. Más que multiplicar los planteamientos nuevos, había repetido de mil maneras las mismas verdades esenciales. Había usado varias veces los mismos ejemplos (o parábolas) sacadas de la vida corriente, cada vez en forma nueva, pero con un mismo contenido. Ya los apóstoles tenían grabadas en la memoria una serie de instrucciones del Maestro, además de los hechos que habían presenciado.
En esos años se redactaron varios folletos para ayudar a los predicadores: eran series de milagros, o de parábolas, o de hechos de Jesús. Uno de estos folletos ocupa la mayor parte de Marcos y su contenido está también en forma muy semejante en Mateo y Lucas. Otro folleto se empleó para los evangelios de Mateo y de Lucas, y por eso sus evangelios son notablemente más amplios que el de Marcos. Además, cada uno tiene partes propias.
Se comprobará, sin embargo, que al relatar las mismas cosas y con palabras muy semejantes varios detalles difieren; cada uno de los evangelistas entendió a su manera, cada uno escogió los sucesos que le parecían más importantes, en función de su genio, de sus lectores o del propósito que perseguía. Podemos decir que los cuatro evangelistas son como un prisma que descompone la luz del sol y nos da separados sus distintos y auténticos colores.
En la presente Biblia decidimos no comentar tres veces los hechos y palabras de Jesús que son relatadas por tres evangelistas. Por lo tanto, habitualmente:
Comentamos en Marcos todo lo que se encuentra también en Mateo y Lucas.
Comentamos en Mateo lo que es propio de él, y lo mismo para Lucas.
Lo que es común a Mateo y Lucas es comentado en uno de los dos.
Cada vez que empieza un trozo que relatan otros evangelistas, ponemos en el margen, al lado del texto, la referencia de dicho texto en los otros evangelios.