En los primeros meses después de Pentecostés, muchos sacerdotes judíos creyeron y entraron en la comunidad cristiana de Jerusalén (Hechos 6,7). Cuando la muerte de Esteban dio la señal de partida a la primera persecución contra los cristianos, ellos fueron los primeros molestados y tuvieron que huir fuera de la provincia. Así empezaron una vida de refugiados, fervorosos al comienzo, pero con el tiempo muchos llegaron a cansarse.
Si bien habían sido despojados de sus bienes con ocasión de la persecución, esa no era su mayor prueba. Hasta ese momento, por ser sacerdotes, el Templo había sido su razón de ser; ofrecían los sacrificios y recibían como pago una parte de los animales sacrificados. Pero ahora, no solamente habían sido excluidos y alejados del templo por los judíos, sino que Cristo los había sustituido. Al venir Él como Nuevo Templo y víctima perfecta, agradable a Dios, como el único Sacerdote que puede poner a los hombres en contacto con Dios, Cristo les había quitado su trabajo y su razón de ser. En ciertos momentos, ellos que habían conocido a Jesús como hombre dudaban: ¿Así, pues, realmente había cambiado todo a causa de él? ¿No había lugar en adelante para ellos y los sacrificios que ofrecían en el Templo?
Esos hombres, muy conocedores de la Biblia y del culto judío, son posiblemente los destinatarios de la Carta a los Hebreos. Esta fue escrita con el fin de hacerlos más firmes en la fe, destacando el papel de Cristo “nuestro Sumo Sacerdote”.
Por otra parte, a esos hombres que ya no tienen mucho que esperar de la vida, la carta les propone que vivan de la fe como sus antepasados, “los hebreos”. Estos habían vivido como viajantes y refugiados en tierra extranjera; no tenían una patria definitiva, sino que buscaban la patria del cielo. Y la carta destaca el ejemplo de todos esos creyentes de la Biblia, que aparentemente no tuvieron éxito en este mundó y no consiguieron las promesas de Dios en la presente vida sino que por su fe merecieron entrar en el mundo nuevo de Dios.
Esta carta fue escrita desde Roma, tal vez en el año 66, cuando se acercaba la guerra en que fue destruida Jerusalén. Eran los últimos meses de la vida de Pablo encarcelado en Roma por segunda vez. En muchos lugares refleja su pensamiento, pero él no la escribió. Muy posiblemente, su autor es Apolo mencionado en los Hechos 18,24-28, “hombre muy conocedor de las Escrituras” y que “demostraba por las Escrituras (la Biblia del Antiguo Testamento) que Jesús es el Mesías.”