Entre las últimas profecías de Isaías (690) y la vocación de Jeremías (626) median 60 años, de los cuales casi 50 años corresponden al reinado de Manasés. Este hizo cuanto pudo por destruir la fe de los judíos (v. 2 Reyes 21). Después, en el año 640, un niño, Josías, sube al trono y muy lentamente se reaniman las brasas de la fe. Empiezan algunos años de paz. La poderosa Asiria, ante la cual temblaban los judíos, está en decadencia. Egipto está ocupado en resistir a invasores.
En el año 626 Yavé llama por última vez a su pueblo, empleando el lenguaje del esposo traicionado: Invitaciones insistentes, amenazas. En esta oportunidad el profeta que lleva en sí la indignación de Yavé y se la echa en cara a sus contemporáneos es Jeremías.