Los capítulos 40-55 del libro de Isaías contienen el muy célebre Mensaje de Consuelo a Israel.
Después de la destrucción de Jerusalén en el año 597 (v. 2 Reyes 25), la gran masa de los agricultores y pastores se quedó en su país bajo la dominación de Babilonia. De ellos no se habla en la Biblia; no tuvieron influencia en el porvenir. Al contrario, la minoría desterrada a Babilonia había sido designada como el “resto”, a partir del cual, Dios formaría un día a su nuevo pueblo. En medio de ellos se guardaban las palabras y las esperanzas de los profetas, especialmente de Jeremías y Ezequiel.
Como se comprueba en todas partes de la Biblia, Dios manda profetas cuando suceden cosas importantes; los envía para aclarar los acontecimientos e indicar un camino. Para Israel desterrado “el” acontecimiento fue Ciro, rey de los Persas. En el año 599, se rebela contra los medos a los que debía sumisión; cinco años después reúne medos y persas bajo su autoridad; después de cinco años, conquista Lidia. En la competición por el primer puesto le queda un último partido: el enfrentamiento con Babilonia.
Apareció entonces entre los judíos desterrados en Babilonia un gran profeta de quien no se conoce el nombre. A medida que se agitaba el escenario político, Dios le revelaba la hora de la liberación; además se le anticipaba un hecho misterioso: Yavé ahora había perdonado a su pueblo y, cancelando las cuentas pasadas, anunciaba su venida próxima. Estas son las bases del feliz mensaje que fue puesto a continuación de las profecías de Isaías y que [se encuentran en] los capítulos 40-55 del llamado “Libro de Isaías”.