En el año 740, un joven de noble familia, Isaías, es llamado por Dios mediante un encuentro fulgurante en el Templo de Jerusalén; Isaías “ha visto a Yavé” y es hecho profeta. En adelante, durante medio siglo, va a ser el testigo de Yavé en el país de Judá; en tantas ocasiones y de todas maneras les repetirá que hay en medio de ellos un Dios que vive y al que desconocen.
Sus enérgicas advertencias a los círculos dirigentes de Jerusalén son recogidas por sus discípulos y así se constituye el primer libro de los profetas. El libro de Isaías y de sus discípulos (v. el párrafo siguiente) es el más importante de los libros proféticos, el que recordarán y citarán constantemente Jesús y sus apóstoles.
¿Qué encontramos en los poemas que siguen?
– Los ecos de un período de angustia. El pueblo reducido de Judá está apretado entre dos grandes naciones, Asur y Egipto, y los políticos se preguntan por cuál de los dos hay que dejarse devorar. Isaías contesta: Busquen primeramente el Reino de Dios y procuren establecer su justicia entre ustedes y El los hará más fuertes que los poderosos.
– Una lucha perseverante para despertar la fe de hombres sin horizontes. Ofrecen sacrificios, observan las costumbres religiosas de sus antepasados; mucha religión exterior pero muy poca responsabilidad, poco cariño a Dios, poca inquietud por hacer su voluntad. Isaías repetirá: crean en El, Él es el Santo, Él es la Roca, la fuerza más grande del mundo oculta en Jerusalén, y si no se hacen firmes apoyándose en él, los aplastará.
– Las promesas de Dios a los reyes descendientes de David. En realidad, sean buenos como Ezequías o malos como Ajaz; son hombres bien mediocres para ser depositarios de promesas tan trascendentales. Isaías sin embargo afirmará en las horas más sombrías que Yavé ha escogido a Jerusalén y a David su rey. De él nacerá Cristo, rey de la Paz.