Al terminar la primera carta a los corintios, Pablo expresaba el deseo de volver pronto a visitarlos. No lo pudo hacer, lo que ellos interpretaron muy mal. Predicadores “judaizantes”, es decir, de esos judíos mal convertidos a Cristo y que Pablo enfrentaba a cada momento, trataban de arruinar su autoridad.
Pablo entonces, envió un mensajero que fue ofendido gravemente: algunos de la comunidad se rebelaban abiertamente contra el apóstol. Pablo respondió por una carta “escrita entre lágrimas” (2,4); ahí expresaba su amor defraudado; también, con mucha firmeza exigía la sumisión de la comunidad. Tito, el más capaz de los ayudantes de Pablo, llevó la carta y su misión concluyó exitosamente. Cuando volvió, a mediados del año 57, Pablo ya tranquilizado mandó la presente carta, “segunda” (en realidad tercera o cuarta) carta a los corintios.
¿Qué contiene esta carta? Lo que siente Pablo respecto a los corintios y lo que sufre con su incomprensión. Es poco y es mucho. Pablo no puede hablar de sí, sin hablar de Cristo. Este hombre inquieto, ávido de comprensión y de cariño, está tan compenetrado del amor de Cristo, que no puede expresar un recelo, un reproche sin llegar a los discursos más profundos de la fe. Al tratar de justificarse, escribe las páginas más hermosas sobre lo que es el apóstol de Cristo y sobre cuál es su misión.
Muy posiblemente la carta que Pablo mandó entonces no abarcaba más que los ocho primeros capítulos de nuestra “segunda carta a los corintios”. Pero la comunidad de Corinto tenía otras cartas o recados de Pablo que no quiso perder; años más tarde los añadió o insertó en la presente, como volveremos a precisar al comentar los capítulos 9-13. En especial los capítulos tan violentos y apasionados de los capítulos 10 – 13 contienen muy posiblemente esa carta “escrita entre lágrimas”, de que recién hablamos.