En libros escritos después de tanto tiempo, no podemos encontrar la perfecta realidad histórica, pues las circunstancias milagrosas de la salida fueron ampliadas y enfatizadas, al ser repetidas de generación en generación. La forma exacta de los acontecimientos se nos escapa: el Éxodo no se debe leer como la información de un diario. Pero se conservó el sentido de los hechos.
Más aún, con el tiempo, los profetas y los sacerdotes de Israel descubrieron mejor el significado del pasado. Comprendieron las esperanzas y rebeldías del pueblo de Moisés al ver los anhelos o la inseguridad de sus contemporáneos. Lo mismo nosotros, al leer el Éxodo, reconocemos en sus páginas el mundo en que vivimos, mundo de esclavos que Dios quiere liberar — o que ya liberó por Cristo — para consagrarlos a su propio servicio.
En el tiempo de Salomón (tres siglos después de la Salida de Egipto), fueron reunidas las tradiciones y recuerdos referentes a Moisés y al Éxodo, y se compuso un primer relato. Poco más tarde, en el reino del norte, se contaron los hechos en forma algo diferente, a partir de otros documentos y recuerdos. De esos dos relatos se hizo uno solo, mezclando a veces las frases del uno y del otro. Y más tarde, durante el destierro de Babilonia, los sacerdotes judíos añadieron varios párrafos, para sacar nuevas enseñanzas de los mismos acontecimientos.
En los 25 primeros capítulos del presente Libro, imprimimos en letras cursivas los párrafos que fueron añadidos más tarde por los sacerdotes de Israel y dejamos en caracteres ordinarios lo que fue redactado en tiempo de los reyes de Israel.