EL LIBRO DE EZEQUIÉL

      Muy posiblemente el joven sacerdote Ezequiel fue llevado a Caldea entre los diez mil desterrados del primer sitio de Jerusalén, en 598 (v. 2 Reyes 24,14). Allí fue llamado por Dios como nos lo cuenta (cap. 1 y 2).
      La primera parte de su libro (cap. 1 – 24) reúne sus discursos que anunciaron la destrucción total de su patria. Al que no leería con bastante atención, le parecería que Ezequiel está aplaudiendo por las desgracias, las derrotas y los sufrimientos de sus hermanos. Pero, el profeta no se pertenece a sí mismo; le toca sentir y expresar la violencia del amor de Dios que destruye el pecado y echa abajo las falsas esperanzas. Cuando a los judíos no les quede nada, ni patria, ni Templo, ni libertad, entonces comprenderán que debían buscar otro reino de Dios.

      Después de las profecías contra las naciones extranjeras (cap. 25 – 32) viene la tercera parte del libro, las promesas a los desterrados. Porque Dios no quiere que muera su pueblo. Se sabe de razas que desaparecen y de emigrantes que olvidan su patria porque encontraron trabajo en otro país. Así debió morir el pueblo judío después de la crisis en que Jerusalén fue desolada. Cuando estuvieron en Babilonia, desterrados en una nación más próspera, los ancianos vivieron echando de menos a su tierra mientras los jóvenes pensaron aprovechar su nueva situación. Ezequiel, entonces, con sus enseñanzas exigentes formó la conciencia de los que algún día volverían a Judea para construir el nuevo reino de Dios (cap. 33 – 39).

      Ahí viene la última parte del libro (cap. 40 – 48). Para dar a entender lo que será la vida del nuevo pueblo, Ezequiel presenta el Templo como centro de toda la vida nacional y describe en todos sus detalles este Lugar Santo ideal. Ahí no faltan las páginas para nosotros aburridas.