Anotación a Sal 22

      Desde los comienzos, la tradición cristiana ha aplicado este salmo a Jesús mismo. De hecho, encontramos en su lectura muchas alusiones a los detalles de la Pasión de Jesús. Los toros, el león, los perros, designan a sus enemigos; la comparación con el gusano conviene a la humillación de los azotes y a la infamia de la cruz; el reparto de los vestidos también se realizó exactamente como se había anunciado.
      Pero hay mucho más que eso. Jesús se aplicó a sí mismo este salmo, al lanzar en la cruz el gran grito: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; el mismo Jesús, el propio Hijo de Dios, tuvo el sentimiento de llamar en vano a su Padre, que calla y priva a su Hijo de toda consolación celestial. Tal fue la prueba suprema, a la cual Jesús quiso someterse para cargar con nuestros pecados.
      Pero en medio de estas tinieblas tremendas, hay en lo más profundo del alma de Jesús, una luz que no vacila. Sabe que, a pesar de su silencio, el Padre esté siempre con él, y toda la segunda parte del salmo es un canto de confianza que se levanta y amplifica hasta transformarse en clamor de triunfo; el crucificado del Viernes Santo, rechazado por su pueblo, se cambia en el Señor de la Gloria, y su imperio será universal. Jesús había dicho: “Cuando esté levantado sobre la Tierra, atraeré a mi todas las cosas”.
      La vida cristiana es un paso de la muerte a la vida. Lo maravilloso es que por medio de Jesús siempre podemos sacar el bien del mal, la felicidad del sufrimiento y de la muerte misma.