Las almas de los justos están en la mano de Dios. Esta es la gran revelación del presente libro. En los libros anteriores de la Biblia, el alma no significa más que el aliento del hombre, es decir la vida que está en él y se apaga a la muerte. Ahora el alma significa la persona misma del hombre que no muere cuando se deshace el cuerpo.
Su salida de este mundo pareció una desgracia. Sea que el justo perezca en manos de los violentos o sea que le toca morir como a todos el fin de su vida parece contradecir la bondad de Dios: es un escándalo que la muerte pueda algo contra los justos. Sabemos que los justos son los que realizan las esperanzas que Dios puso en ellos. Son los que se jugaron por la justicia, por el bien y la verdad. Pero lo que muere es solamente el cuerpo. Ellos viven ante Dios, como Jesús lo afirmará a su vez (Lucas 20,38).
Pero ellos están gozando en la paz. Gozarán para siempre lo que han esperado en la tierra. Es decir que vemos solamente una cara de la muerte: el hombre que nos deja. La otra cara es su entrada en el mundo de Dios.
En el momento del juicio se comprobará que los justos son los únicos que han vivido, aunque no todos se dieron cuenta de que esto era vivir. A menudo la muerte de los amigos de Dios trae la paz a los que estuvieron a su lado. A menudo los mártires hacen triunfar por su muerte la causa por la que han vivido.