El hombre lamenta sus errores, pero su sinceridad no es tan real que deje sus pecados. Piensa contentar a Dios ofreciéndole algunos sacrificios; no sabe alcanzar el amot verdadero que se prueba con la obediencia; prefiere ofrecer sacrificios costosos que él mismo decide, en vez de obedecer lo que Dios le pedía.
Quiero amor, no sacrificios. En una oportunidad Cristo rebatió a los fariseos con esa frase (ver Mateo 9,13).