Cuando se cumplieron los años de su reclusión en Cadés, los israelitas volvieron a emprender con Moisés su marcha hacia la tierra de Canaán que tenían que conquistar.
Rodearon el país por el sur y el este, y se establecieron provisoriamente en los territorios al este del Jordán. Aquí tuvieron lugar dos grandes victorias y los israelitas comprobaron otra vez que Dios salva a su pueblo. En el salmo 136, después de alabar a Dios “que hizo atravesar el mar Rojo, porque eterno es su amor”, se recuerda que “hirió de muerte a grandes reyes, Sijón, rey de los amorreos, y Og, rey de Basán, porque es eterno su amor”.