No resistan a los malvados. Muy fácilmente nos dejamos llevar por el espíritu de violencia y de odio en el mismo momento que pretendemos defender nuestros derechos o los del prójimo. Jesús no nos permite que seamos ciegos respecto a esta maldad que viene a establecerse en nuestro corazón disfrazada de buenos pretextos.
También quiere que superemos la división establecida comúnmente entre buenos y malos. El “adversario”, el “malvado” es también hermano nuestro, lo que olvidan muchos partidarios de guerras y violencias inútiles. Jesús, por su parte, juzga más importante conquistar al adversario devolviéndole bien por mal que tomar desquite de él.
Amar al enemigo no es amar el mal que el realiza. No se puede soportar la explotación, los privilegios, el trato desigual para unos y para otros. Pero sí debemos respetar la persona del que actúa mal.
Presenta la mejilla izquierda. Puedo aceptar que me peguen en la mejilla a mí, si mi paciencia es necesaria para inquietar la conciencia de mi injusto opresor. Muchas veces tendremos que renunciar a derechos legítimos para poder vencer el mal, para ganar al adversario, que también es hermano nuestro.
Amar al enemigo es ciertamente una de las exigencias más fuertes del Evangelio, exigencia que nos acerca a la verdadera imitación de Jesús y a la perfección del Padre del Cielo.