El cristianismo tiene una misión clara. Está hecho para cambiar el mundo. Esto no significa que toda la humanidad va a ser católica. Pero la Iglesia debe ser sal, dar sabor. Ser luz, iluminar. Podemos pensar en:
La solidez de la vida de los cristianos. Nuestra vida tiene que ser atractiva, dando un ejemplo de seriedad y solidez. Dar sabor, dar gusto, iluminar. Qué se note por nuestro modo de ser y de vivir que somos como Cristo.
También el Evangelio nos exige estar presentes entre los demás, compartir continuamente esperanzas, gozos y preocupaciones del prójimo. La sal si no se mezcla con la comida, no cumple su función por muy buena que sea.
“El sol cuando sale quema a todos.” Si realmente nos parecemos a Cristo y estamos presentes, transformaremos nuestro mundo, lo liberaremos con Cristo.
No puede estar oculta una ciudad situada en la cima de un monte; no basta que cada creyente sea luz en forma aislada; la Iglesia en su conjunto tiene que ser luz para el mundo.
El versículo 16 nos ayuda a entender lo que rezamos en el Padre Nuestro. Con nuestras buenas obras, el Padre, es glorificado; su nombre es santificado por nosotros y también por los que ven nuestros actos.