Anotación a Mt 4, 1

      El Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado. Antes de empezar su misión. Jesús venció al Tentador lejos de la muchedumbre, cuando aún era desconocido. El Espíritu Malo presenta tentaciones pequeñas a los débiles, y grandes tentaciones a los grandes. El “Amó de este mundo” ha adivinado que Jesús es su adversario y le sugiere que se desvíe de su misión. Hay muchas maneras de salvar a los hombres o proponerles una liberación. El demonio, pues, ayudará a Jesús siempre que no traiga la verdadera salvación.
      Ordena que esas piedras se conviertan en pan. Jesús podría usar de su poder con el fin de asegurarse comodidades y de no sufrir. Algún día le dirán: “si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”. También podría entusiasmar a la gente, darle un pan que no le cueste y solucionar sus problemas económicos sin exigir la superación personal.
      Tírate de aquí para abajo. Es decir: desciende de aquí ante los ojos de la muchedumbre maravillada. También Jesús podría cautivar admiradores por la abundancia de los milagros, ya que la gente se entusiasma por las maravillas. En realidad, vino para convertir los corazones. Jesús no hará más milagros que los que sean necesarios, para los que estén dispuestos a creer (v. Marcos 6, 5 y 8, 1).
      Te daré todo esto si te hincas delante de mí. Ya que los hombres no están dispuestos a cambiar de vida, Jesús podría decidir que el menor mal es aceptar la realidad y pactar con el Malo. Renunciar a hacer de los hombres hijos y adoradores del Dios de Verdad. Sacarse una reputación, tener un éxito inmediato, a la medida de las ambiciones puramente humanas.
      Entonces lo dejó el Diablo. El otro encuentro de Cristo con el Demonio será en su Pasión. Entonces el Malo descargará toda la maldad de los hombres sobre aquel al que no pudo seducir, pero al morir Cristo le quitará el poder que había usurpado (v. Juan 14, 30 y 16, 11).

      “Ayunó cuarenta días y cuarenta noches”. Desierto y soledad, así empiezan los grandes profetas. De ese modo son separados de su ambiente y liberados de su influencia; así se encuentran a solas con Dios y maduran las decisiones que pesarán sobre los acontecimientos. Los cuarenta días son el mismo plazo indicado para Moisés (Ex 24, 18) y Elías (1 Rey 19, 8). El pueblo hebreo en su totalidad había hecho de alguna manera una experiencia semejante en el Desierto del Sinaí; ahí Dios lo había probado durante cuarenta años antes de introducirlo en su tierra.
      “Diablo” quiere decir “Acusador”, el que hace caer a los demás y después los acusa.
      La lucha contra el demonio es a la vez una realidad y una figura. Es una realidad: Jesús está en total soledad. Ayuna para entrar con cuerpo y alma en esta búsqueda espiritual, quitándole al cuerpo los apoyos y satisfacciones que recibe cada día. Ahí entonces se hacen más fuertes las sugerencias y los engaños del Tentador. Se verifica primero en Jesús lo que también vale para sus militantes: en la obra del Reino de Dios, los éxitos notables son el resultado de una victoria anterior que fue ganada secretamente en lucha personal contra el espíritu del mal.
      Pero también el presente relato es una figura: el demonio no se presentó corporalmente para conversar con Jesús y transportarlo a Jerusalén. Jesús dramatizó con imágenes esta tentación interior que anunciaba las dificultades de su misión (V. especialmente Juan 6, 15 y Marcos 8, 33). Jesús será rechazado por haber escogido la obediencia al Padre.

      También se puede ver en estos tres relatos una figura de las grandes clases de tentaciones: gula y lujuria, afán de novedades, falta de confianza en Dios. El pueblo hebreo las había encontrado en el desierto y había sucumbido. Jesús sale vencedor. Pero también después de él las encontrará la Iglesia; además de las fallas individuales de sus miembros, podrá estar tentada de dar a los hombres lo que ellos desean y no la salvación propia de Jesús. La Iglesia, también tendrá que superar estas tentaciones para presentar a los hombres la imagen de la verdadera liberación.
      Los ángeles se acercan. Después de rechazar la tentación, Jesús encuentra una plenitud. Su corazón limpio le da acceso a un mundo espiritual, que existe realmente, tal como los seres y las cosas que nos rodean, pero que escapa a la mirada del hombre. Ahí siendo el Hijo de Dios, es rey, entre los espíritus servidores de su padre (v. Hebreos 1).