Anotación a Mt 13, 1

      Aquí empiezan las parábolas (o sea, comparaciones y figuras) sobre el reino de Dios.
      El Reino de Dios, o de los Cielos, significaba para los judíos toda la esperanza de los hombres: de un mundo mejor y más justo que sólo Dios podía realizar. Jesús viene para empezar el Reino de los Cielos, pero éste no es una cosa visible, como si Dios viniera de afuera para destruir toda maldad e injusticia.
      Jesús viene a iniciar algo más humilde pero que con el tiempo sacudirá y cambiará toda la marcha de la humanidad.
      Solamente después empezará el Reino definitivo del Padre.
      Jesús nos habla del Reino en las siete parábolas que siguen. Cada una de ellas presenta un aspecto diferente de este Reino de modo que hay que reunirlas para tener una idea aproximada de este Reino misterioso y multiforme.
      Un sembrador sale a sembrar. Cristo siembra y lo que siembra es la semilla del Reino. Palabra de Dios por supuesto pero aquí es llamada palabra del Reino (v. 19). Semilla de felicidad de vida eterna, de verdad. No son cosas que vienen de afuera, sino que necesariamente deben crecer y madurar en el corazón del hombre. Pero esa semilla está creciendo hoy mismo, en muchísimos hombres a la vez. Así llega a la tierra el Reino de Dios. Ese Reino de Dios no llama la atención por el número (en muchos hombres, o no nace, o no crece). Pero donde crece, tiene fecundidad asombrosa.
      Los acontecimientos de la vida pondrán a prueba al hombre que oyó la palabra y se verá si da fruto. Unos recordarán siempre que “han oído algo de esto”, pero nada habrá cambiado en sus vidas. Otros darán fruto.
      A ustedes les está concedido conocer los misterios del Reino de los cielos. Mateo insiste en que las parábolas permiten a Jesús adaptarse a un público muy diverso. Unos, bien dispuestos, vendrán a pedir a Jesús las aclaraciones que les permitan ahondar los misterios del Reino, a partir de algunas imágenes ricas e inagotables de sentido. Otros, quedarán sin comprender, pero entenderán cuando estén mejor dispuestos. (v. también comentario de Marcos 4,1.)
      La primera misión de la Iglesia es sembrar la Palabra, pero no basta para esto hablar o predicar: la palabra, como una semilla, tiene que tomar vida propia en el hombre que la recibe (Is 55,10). Para eso es necesario preparar el terreno, es decir, el corazón del hombre y su manera de vivir, e incluso las costumbres del ambiente en que vive. Se equivoca el que piensa haber “evangelizado”, cuando solamente ha predicado.