En Lucas 10, 1-16, se comentan las instrucciones de Jesús a los que envía en misión: v. también Marcos 6, 7.
A estas instrucciones, Mateo añade aquí varias enseñanzas de Jesús que tienen valor actual.
Se anuncia el tiempo de las persecuciones. Esta es una de las paradojas del Evangelio. Se presenta como un mensaje de felicidad, y sin embargo, los mensajeros serán discutidos y perseguidos. Jesús no acepta que nos quedemos como simples oyentes de su Evangelio o que nos callemos frente al mal, cuando precisamente tenemos la enseñanza y la fuerza que ha de vencer el mal. El que fue instruido en secreto tiene la responsabilidad de predicar “sobre los techos”. Entonces, su vida estará sujeta a malas interpretaciones y tendrá que sufrir por el reino.
La persecución será para los apóstoles la oportunidad de presentar su mensaje a los gobernadores y a los mismos reyes. Esto se comprueba por el ejemplo de Pablo, que por la causa de Cristo fue arrastrado de un tribunal a otro, hasta que compareció en Roma ante el tribunal del emperador (v. Hechos cap. 23 a 26).
No se preocupen por lo que van a decir. Porque si uno se preocupa, demuestra que confía más en su propia capacidad que en la asistencia del Espíritu Santo. Además, la inquietud no deja experimentar la paz que el Espíritu da a los testigos de Jesús en los peores momentos, y hace perder el gozo propio del perseguido.
“No habrán recorrido…antes de la venida del Hijo del Hombre”. Palabra enigmática, y que aparentemente se encuentra fuera de lugar. A lo mejor, Jesús da a entender que el fin del pueblo de Israel vendrá pronto, antes de la muerte de los apóstoles, sin que hayan podido llegar a todos los sectores de la población. Este fin trágico de Israel será como una primera “venida” o sea manifestación de Jesús en la historia (v. Marcos 13). La invitación a huir de la ciudad, donde uno es perseguido, subraya la libertad del cristiano que no tiene en esta vida una residencia permanente (Hebreos 11, 10).
El discípulo no está por encima del maestro. Algunos militantes cristianos van a la cárcel. Se los tilda de comunistas, de revoltosos, de traidores…Pero tal vez son testigos auténticos de Jesús, puestos como él, en el rango de los malhechores.
No teman a los que matan el cuerpo. Aquí el Evangelio renueva el sentido antiguo de la palabra “alma”. Para los judíos, el alma no era más que la vida, el soplo de vida del hombre (v. Ecl 3,19). Solamente en los últimos libros del Antiguo Testamento el alma había pasado a designar lo que no muere en el hombre, su espíritu inmortal. Es el sentido que tiene en este lugar.
Teman más bien al que puede echar al infierno. Dios tiene en sus manos nuestro destino eterno, a El hemos de temer. El que por temor a los hombres, no se atrevió a cumplir la obra que Dios lo invitaba a realizar, se perderá definitivamente. No veamos en esto una venganza de Dios pues este hombre al traicionar, escogió envilecerse a sí mismo y se encerró en su propia bajeza hasta que fuera incapaz de compartir la vida de Dios en el cielo.
Quien haya sido mi testigo. Pero después de recalcar el poder soberano de su Padre, Jesús se alza al mismo nivel: él también decidirá nuestra suerte eterna: Jesús es el Señor al que hemos de hacer el sacrificio de todo. Se nos puede pedir que sacrifiquemos incluso los lazos de familia. Pensemos en tantos mártires que tuvieron que resistir en la cárcel las súplicas de sus parientes que los invitaban a dejar la intransigencia de su fe con el fin de conservar a un padre o una madre a sus hijos.
Jesús es causa de división. Y no solamente para los que hablan de Él, sino también para cualquiera que vive según su espíritu. Pensemos ahora en los militantes que sirven a los demás, arriesgando el porvenir material de su familia. Pensemos en la niña embarazada que se resiste cuando sus padres exigen un aborto “para salvar el honor de la familia” (v. Marcos 8,34)