La “Transfiguración” de Jesús se halla en el centro del Evangelio de Marcos. En ella los apóstoles vieron algo de la gloria del Hijo de Dios, como un anticipo de su gloria después de la resurrección.
Algunos no morirán hasta que vean venir el Reino de Dios. En la persona de Jesús transfigurado, los apóstoles vieron algo del Reino de Dios. Los vestidos blancos y la cara radiante del Señor son expresiones inadecuadas para mostrar la realidad sobrenatural que presenciaron los tres testigos elegidos por Jesús: Pedro, el jefe del grupo apostólico, Juan, que profundizará el misterio de Jesús, y Santiago, el primero en dar su vida por él.
Este es mi Hijo, escúchenlo. Esta es la gran revelación del Evangelio. Los hombres esperaban el Reino de Dios y se les presenta a Cristo, Hijo de Dios:
Miren al Hijo, que el Padre envía para comunicárselo todo a los hombres. Tomen en cuenta que todo hombre debe ser como el Hijo de Dios.
Escúchenlo para ser “divinizados”, como lo ven a Él transfigurado.
Los llevó un cerro muy alto. No sin motivo, Jesús los llevó aparte y los invitó a subir al cerro. En la misma forma, Moisés había subido a encontrar la Gloria de Dios sobre el Sinaí (Ex 19). Ciertas condiciones de soledad, de recogimiento, disponen al hombre a recibir las comunicaciones de Dios.
Una nube los cubrió con su sombra. La nube aquí mencionada es la misma que en varios episodios de la historia bíblica indica y oculta, al mismo tiempo, la presencia misteriosa de Dios (Ex 19 y 1 Reyes 8,10).
Moisés y Elías aparecieron como servidores de Jesús. Estos dos hombres representaban para los judíos la Ley y los profetas, es decir, todo su pasado religioso. Su presencia al lado de Jesús demostraba que Jesús era el auténtico Salvador, anunciado por Dios. La transfiguración de Jesús tenía por objeto fortalecer a los apóstoles en el momento en que la gente se alejaba de Él, y en que sus opositores se enfurecían en su contra.
Se dice (v. Luces 9,31) que Moisés y Elías hablaban con Jesús de su “salida que había de producirse en Jerusalén”; pues bien, con esas palabras querían referirse a su muerte. En Jesús, la gloria de Dios se manifiesta en medio de oposiciones y sufrimientos. Lo mismo pasaré en la vida cristiana.
La voz del Padre señala el camino para alcanzar esta superación verdadera; hay que escuchar a Jesús, el Hijo amado. Jesús es el Hijo que depende del Padre, le entrega su vida y la recibe nuevamente del Padre. Con su ejemplo, quiso enseñarnos los deberes, la responsabilidad y el verdadero amor de los hijos con su Padre celestial. Todo lo contrario de aquellos que aspiran a construir su vida por cuenta propia. El modelo del cristiano no seré el hombre justo que no debe nada a nadie, ni siquiera a Dios, sino el Hijo que reconoce que todo le viene del Padre.
Hemos de pensar que esta glorificación no es solamente para Jesús. A través de él, se nos comunica también a nosotros. En la persona de los humildes, del compañero de trabajo o de la anciana que consumió su vida sirviendo a los demás, Dios está preparando una realidad maravillosa. “Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es” (1 Juan 3,2).