La gente de Nazaret vivió años al lado de Jesús sin descubrirlo. Eso es misterioso para nosotros: ¿Cómo puede el hombre fijarse tan poco en su prójimo y ser tan ciego para no ver sus valores, mientras no actúa en una forma extraordinaria? Aun entre los casados se comprueba muchas veces esa ceguera de uno con respecto a la vida profunda del otro.
Más tarde, cuando Jesús empezó a hacerse famoso, seguramente que la gente de Nazaret quedó más resentida aún por haberse equivocado acerca de él, y le fue más difícil reconocerlo.
No pudo hacer allí ningún milagro. Jesús no puede obrar el milagro si el hombre no está dispuesto a creer. Porque el milagro es un llamado o una respuesta de Jesús al que se va acercando a Dios. Jesús, ni siquiera puede salvar a sus parientes, si ellos no vienen al Hijo de Dios.
Se habla de los hermanos y de las hermanas de Jesús. Como en el pueblo judío no existe la palabra “primos”, la palabra hermano designa también a los primos hermanos (así en Gén 14, 12 y 14, 15). Aquí se nombra a cuatro de esos primos de Jesús: José, Santiago, Judas y Simón. Marcos hablará en 15,47 de una “María, madre de José” y poco después la llama “María, madre de Santiago”. Mateo la llama “María, madre de Santiago y de José” (Mateo 27,56). Tal vez sean ellos los que aquí son llamados ”hermanos de Jesús”, porque la madre de ellos, María, era pariente de María, madre de Jesús (v. Hechos 1, 12).
Ningún lugar del Evangelio habla de hermanos de Jesús en el sentido estricto, y en el momento de morir, Jesús confió su madre a Juan, precisamente porque quedaba sola y sin familia.