En el presente discurso hay cómo tres partes:
1) Jesús se refiere a la destrucción de Jerusalén (5 a 23).
2) Habla de su venida gloriosa (24 a 27).
3) Muestra la semejanza que hay entre los dos acontecimientos, e invita a la vigilancia (28 a 37).
Para los judíos, la venida del Reino de Dios estaba asociada a una renovación del mundo. De las palabras de los profetas, bastante oscuras al respecto, resaltaban los elementos siguientes (v. Zac 14 y Ezequiel 38 y 39):
– Los pueblos paganos se unen contra Israel y destruyen Jerusalén.
– Dios interviene y su pueblo triunfa. Entonces, empieza el reino duradero de David.
Los discípulos, ansiosos de esta victoria definitiva, interrogan a Jesús. Este destruye esos sueños. Israel no tendrá una salvación milagrosa. Pero, más tarde, habrá una vuelta de Cristo y los que crean en él resucitarán. Para Jerusalén y el pueblo judío que no creyó en Jesús, quedan sólo perspectivas de muerte y destrucción.
La destrucción de Jerusalén se producirá antes de que hayan muerto los oyentes de Jesús, “la presente generación”. Entonces, habrá un montón de errores e ilusiones. El pueblo buscará por todas partes al Mesías o Salvador, pues no reconoció a Jesús. Será un tiempo de persecuciones para los creyentes, en que el Evangelio será anunciado fuera de Palestina, lo que constituirá el primer paso en la conquista espiritual de “todas las naciones”.
He aquí las señales de la catástrofe: el ídolo del invasor se levantará donde no corresponde. “Que el lector entienda”. Mateo 24,25, precisa que se trata de lo anunciado por Daniel (Dan 9,27), en que se habla del “ídolo del invasor”. Esto significa las banderas del ejercito pagano (los romanos) con sus imágenes paganas, que serán izadas en el Templo.
Los primeros cristianos de Jerusalén aprovecharon las advertencias de Jesús. En el año 66, al ver entrar las tropas enemigas, huyeron de Palestina al otro lado del Jordán, evitando así estar en el sitio en que iban a morir de hambre o iban a ser crucificados cientos de miles de judíos.
En aquellos días, después de esa angustia. Más tarde vendrá el Hijo del Hombre. Esta expresión conviene a Jesús, hombre humilde y sufrido. Pero también es el nombre con que el profeta Daniel había designado al Rey que viene de Dios, “sobre las nubes”, para juzgar al mundo. “Hijo del Hombre” es una expresión que significa a la vez, la humildad y el triunfo de Cristo (Daniel 7,13). Esta venida se producirá en medio de una transformación del mundo. Jesús lo dice con las expresiones e imágenes de su tiempo, “las estrellas caerán del cielo”; no es necesario que para que se realice se produzca un acontecimiento cósmico.
Así también ustedes cuando vean que todo esto sucede. Con el verso 28, Jesús vuelve a la destrucción de Jerusalén. Aunque este acontecimiento no es el fin de la historia, sin embargo, es un primer paso en la venida gloriosa de Jesús. Pues, una vez dispersado el pueblo judío, la Iglesia con su dinamismo comenzó a destacarse como el nuevo pueblo de Dios, al mismo tiempo que el Evangelio se predicaba fuera de Palestina, a los pueblos paganos.
Pero de aquel día nadie sabe. Esto se refiere al fin del mundo y nos enseña que no debemos creer a los iluminados que anuncian diez veces por siglo que está por llegar el fin del mundo.
Estén preparados y vigilando. Siguen las advertencias de Jesús para que estemos vigilantes. Esta debe ser la actitud de cada creyente, en todo tiempo, hasta la venida gloriosa de Jesús.
Estas palabras tienen una significación especial en períodos de crisis y de revolución cuando hay:
– errores, ilusiones y creencias ridículas de los que no tienen una fe bien firme;
– sufrimiento y destrucciones, que ayudan a ver todo lo falso de la civilización en la que muchos vivían a sus anchas, y que desaparece, porque “no reconoció el tiempo en que Dios la visitaba” (Lucas 19,44).
– persecuciones contra los creyentes. La gente descarga su maldad sobre ellos. Persecuciones que dan la oportunidad para ser verdaderos testigos de Cristo.
En este último discurso suyo, antes de la Pasión, Jesús no se queja, ni se lamenta de su fracaso, al contrario: lo orienta al futuro, a su venida gloriosa. Así también los creyentes, no mirarán para atrás, como conservando los recuerdos de un Jesús del pasado, sino que según dice Pablo (Fil 3,13), se lanzarán hacia adelante, esperando y preparando su segunda venida. Tratarán de ser justos frente a los cambios sociales, desprendidos en lo económico, y libres de la tristeza de los que van a la muerte con sus problemas y sus ilusiones.
Todo esto se encontrará más desarrollado en el Apocalipsis de Juan.