“Yavé llamó a Moisés”. Cada ley es introducida por esta expresión como si Moisés hubiera dictado todas las leyes que debían ponerse en práctica siglos después. Pero ya dijimos que es una forma literaria; eso significa que la Ley guarda el espíritu de lo que Dios enseñó a Moisés en el Sinaí, a pesar de que corresponde a tiempos muy posteriores.
El pueblo judío tenía un solo santuario, el Templo de Jerusalén. Ahí acudían de todos los lugares para ofrecer sus sacrificios. El Templo construido por el rey Salomón (v. 1 Reyes 6) era un edificio no muy grande (de unos 25 metros de largo y 15 de ancho); solo entraban a él los sacerdotes. El pueblo se reunía alrededor en los patios pavimentados. En el patio principal había un altar grande, hecho de piedras macizas, el altar de los Holocaustos o sea víctimas totalmente quemadas. En él se sacrificaban las víctimas. En ciertas ocasiones, parte de la sangre de la víctima se derramaba sobre otro altar mucho más pequeño dentro del Templo.
Había varias clases de sacrificios. En la mayoría de ellos, los sacerdotes recibían como sueldo una parte de la víctima; la otra parte se la comían los donantes, en un banquete de comunión. Por el contrario, en el holocausto (lo que significa: todo quemado) nada se comía, sino que todo se ofrecía a Dios en señal de perfecta sumisión.
Los israelitas, como otros pueblos antiguos, consideraban que la vida de cada ser está en su sangre (v. Gén 9,5). Por eso, la sangre pertenecía a Dios y nadie la podía comer o beber. Al ofrecer la sangre del animal sacrificado, el israelita expresaba claramente que con ella ofrecía a Dios su propia vida. No sin motivo, Jesús quiso morir derramando su sangre, para mostrar la entrega total de su vida por obediencia al Padre y por amor a sus hermanos. La carta a los Hebreos saca de los sacrificios judío la enseñanza siguiente, que se cumplió en la Pasión de Jesús: “Sin sangre derramada, no se borran los pecados” (Hebreos 9,22).
Hay que resaltar la repetida expresión “sin defecto”. Los profetas reprocharán al pueblo por no cumplir con este mandato (Mal 18,13). Se da a Dios cualquier cosa, lo que sobra, y no lo mejor de lo que tenemos.