En el Evangelio, hay una misión de los Doce (Lucas 9,1-6), y otra con los Setenta y dos de quienes aquí se habla. Se parecen mucho.
Este Evangelio nos dice que Jesús comenzó personalmente la predicación del Reino de Dios. Después de sensibilizar la opinión de la muchedumbre por medio de sus discursos, Jesús manda a sus discípulos con un mensaje sencillo. Son cosas que ellos pueden decir sin haber hecho estudios especiales. Las descubrieron al lado del Maestro y las pueden exponer con palabras y ejemplos de la vida diaria. El anuncio es: Reconozcan que Dios ha venido a visitar a su pueblo, crean en la misericordia del Padre, empiecen una vida digna de quienes son hijos de Dios.
Los apóstoles predican y también demuestran que el Reino de Dios ha llegado. Ellos, primero, han de creer lo que dicen: Dios está presente. Por esto se obligan a vivir al día, confiados en la providencia del Padre.
Los discípulos hacen curaciones y hablan en nombre de Jesús: Después de haber aprendido, han de ejercer personalmente la obra misionera. No deben ser tímidos, sino conscientes de su misión y de su poder. Por su sola presencia, traen “la Paz” al que los recibe. Quien no acepta su mensaje, rechaza la gracia de Dios y destruye su propio destino.
Dos en dos. Este es un signo del Reino: cuando dos o más hombres saben orar y trabajar de común acuerdo. No entregarán la palabra de un hombre solo, sino la de una comunidad animada por Jesús.
Sin detenerse a saludar a sus conocidos. No solamente porque urge la obra de salvación, sino porque los misioneros son humanos y por lo tanto, débiles, y perderán rápidamente su entusiasmo misionero si se dejan envolver en los lazos de la amistad y de la convivencia, tal como la practican “los muertos” (ver 9, 60) que no despertaron a una esperanza mejor.
Las maldiciones con que termina este relato enseñan que no hay peor desgracia que rechazar el Evangelio.
La vuelta de los discípulos da a entender que tuvieron éxito y que en un primer tiempo el pueblo aceptó el mensaje del reino. ¿Qué habría sido del pueblo de Israel si en su mayoría hubieran creído y se hubieran mantenido fieles? Las maldiciones que aquí se leen nos dan a entender que su historia posterior habría sido totalmente diferente Tiro y Sidón son las ciudades de la Costa de Galilea. Ciudades antiguas, que habían sido malditas por los profetas y poco después arruinadas (v. Ez 27). En cuanto a Sodoma, v. Gén 19.