Aquí empiezan los discursos que pronuncia Jesús contra los “judíos”. Estas discusiones, que no siempre corresponden a la imagen del “manso Jesús” no nos deben extrañar. En el Antiguo Testamento, Dios se dio a conocer como un luchador poderoso para salvar. Aquí también Jesús se presentará como Dios y Salvador, al actuar y luchar.
¿Por qué Jesús hace tantas afirmaciones y trata de convencer? Porque el hombre, al reconocer o no reconocer al Hijo de Dios, se está jugando su destino. Dos palabras dominan el discurso y nos permiten seguir su desarrollo:
La Luz.
Yo Soy.
“La Luz” es la primera palabra del discurso. Jesús no es un predicador o un profeta más: es la Luz, para todos los hombres de todos los tiempos. Dios es la Luz que guiaba a los hebreos en el desierto como una columna luminosa. El que sigue a Jesús “no caminará en las tinieblas”; igual que los hebreos en su peregrinación, tendrá hoy la luz que hoy necesita.
¿Quién no ve todo lo que significa la luz para el hombre? La Luz que brilla al amanecer después de una noche de espera (así los judíos esperaban el tiempo del Mesías), luz que se divisa al final de un túnel, luz que permite vivir y trabajar en casa mientras afuera reina la noche, luz encendida en las calles, en las vitrinas, en los teatros; que es alegría para los ojos y que llega a todos, a pobres y a ricos. Luz, símbolo de victoria sobre las fuerzas oscuras del mal y de la ignorancia.
Tendrá la luz de la vida, es decir, alegría y seguridad que permite actuar y ordenar la vida. Por eso el creyente durante su existencia sabrá encontrarles a las cosas y las preocupaciones, el lugar y la importancia que les corresponde, y al mismo tiempo, sabrá triunfar sobre todo lo oscuro que el hombre lleva en sí mismo.
Yo Soy. Esta expresión que aparece siete veces, nos está indicando, según la costumbre de Juan, cuáles son las palabras clavés del discurso. Jesús dice dos veces: “Yo Soy’, sin añadir nada. Así usa como suya propia la manera cómo se presenta Dios en el Antiguo Testamento. Es propio de Yavé empezar una declaración por las palabras: Yo Soy; más aún, en Ex 3,14 se nombra: “Yo Soy quien Soy.” Así, pues, Jesús se presenta como Dios mismo, que viene a los hombres para convidarlos a creer.
La humanidad del carpintero de Nazaret, Jesús, hijo de la virgen María, es la luz que revela el misterio de Dios. Se conoce a Dios en el hombre Jesús.
Cristo hombre da a entender que en su persona hay como un secreto, algo misterioso en cuanto a su origen. Allí de donde viene él, hay sólo luz y verdad, así que su declaración no puede ser mentira.
Ahora podemos fijarnos en las dos veces que Jesús dice Yo Soy, sin más. Si no creen que Yo Soy morirán en sus pecados. Al no reconocer al Hijo de Dios hecho hombre, permanecerán en su vida limitada, que no ofrece esperanza para después de la muerte, ni fuerza para amar.
Conocerán que Yo Soy y que nada tengo por cuenta mía. Esa es la verdadera personalidad del Hijo: Igual al Padre, y que no posee nada por sí mismo. Los hombres se esfuerzan por tener siempre más. En cambio, Jesús “es” y no posee nada. Cuando a uno se le quitan sus pertenencias, a menudo ya no vale nada. En cambio a Jesús “cuando lo hayan levantado” en la Cruz, aparecerá en toda su grandeza.