Anotación a Jn 17, 1

      Este tercero y último discurso de despedida se dirige al Padre. Muchos lo llaman “oración sacerdotal”, oración de Cristo quien, antes de morir, ofrece en sacrificio su propia vida; sacerdote y víctima, a la vez.

      Jesús, sacerdote del tiempo nuevo, “se prepara al sacrificio que lo hace santo”. La palabra santificar, o sea, hacer santo se aplicaba en ese tiempo tanto para el sacerdote como para la víctima. El sacerdote “se santificaba”, o sea, se preparaba para ser digno de ofrecer el sacrificio, y también “santificaba” la víctima al sacrificarla.
      Jesús cierra el culto del Antiguo Testamento que los judíos rindieron a Dios durante siglos. Un pueblo, reunido en torno al Templo de Jerusalén, veneraba en un solo lugar del mundo al Dios Santo y verdadero. Ese pueblo era “santo”, es decir, tenía por misión en medio de todas las naciones, servir al Dios único, al que conocía por un privilegio único.
      Jesús ruega para que los suyos sean el nuevo pueblo “santo”, es decir consagrado a Dios, y esta vez según la verdad, pues el primer pueblo, Israel, no era el verdadero pueblo espiritual de Dios.
      Guarda en tu nombre, es decir, guarda en la irradiación de tu propia santidad, bajo la luz de tu mirada, en tu gracia, bajo tu protección. En ese momento, Cristo ora por su Iglesia, pues ella tiene una misión propia que cumplir en el mundo. Puede ocurrir que la Iglesia quede reducida en número o aparentemente sin influencia, también, que haya muchas fallas entre los suyos, o que, fuera de ella, el Espíritu haga florecer numerosas obras buenas. Sin embargo, ella permanecerá con su misión propia e irremplazable, cual es la de conservar y proclamar en el mundo el verdadero conocimiento del Padre y el mandato de su Hijo.
      El culto nuevo de la Iglesia será conocer a Dios. La palabra conocimiento está repetida siete veces, como prueba de que expresa lo esencial del discurso. Jesús quiere que los suyos “conozcan” a Dios. Esto exige interiorización de la palabra de Dios, oración perseverante, celebraciones comunitarias. En nuestros esfuerzos por conocer a Dios tendremos la ayuda del Espíritu Santo. Pablo habla del “conocimiento” y de la “sabiduría” como de los más valiosos dones del Espíritu (v. Col 1,9). Del conocimiento brotan las obras y el amor, en la medida en que el Espíritu lo conceda a cada uno. Es el comienzo de la vida eterna en que “veremos a Dios tal como es” (1 Juan 2,3).

QUE TODOS SEAN UNO

      Que todos sean uno. Cristo pide que su Iglesia sea una, es decir que sea señal de unidad en un mundo desunido. No basta que se predique a Cristo. Es necesario que los hombres vean en medio de ellos la Iglesia única y unida.
– Iglesia católica, es decir universal, donde ningún hombre se sienta extraño.
– Iglesia “una”, por un mismo espíritu y por la unión visible de sus miembros: “una fe, un bautismo” (Ef 4,5).
      La historia de la Iglesia parece desmentir la oración de Cristo Desde el momento en que escribía Juan hasta nuestro tiempo se han sucedido las divisiones. Jesús deseaba la unidad y los evangelistas, especialmente Mateo, dicen expresamente que puso a Pedro como cabeza visible del grupo apostólico y de toda la Iglesia. Sin embargo, mantener la unidad entre hombres de temperamentos diversos y entre pueblos de cultura diferente, requiere mucho amor de parte de todos.
      Desde los primeros años no faltaron los que rechazaban la fe tal como la enseñaban los apóstoles; de ahí nacieron varios grupos o sectas con doctrinas diferentes.
      La falta de comprensión entre los cristianos del Oeste de Europa y los que vivían en las márgenes del Mediterráneo oriental fue la razón que separó de la Iglesia Romana a las Iglesias orientales, o sea, a las ortodoxas.
      El relajamiento de la Iglesia y el descuido de la jerarquía por acabar con los abusos y desórdenes, fue la ocasión que llevó a los protestantes o evangélicos a fundar otras Iglesias “Reformadas”.
      Iglesias desunidas y rivales traicionan el propósito de Cristo. De ahí que todos hemos de poner el mayor empeño para que se realice la “unidad de los cristianos, como Cristo la quiere y por los medios que él quiere”. (Oración Ecuménica).
      La oración de Cristo da a entender que el desarrollo de la Iglesia no se hará sólo con milagros. La Iglesia sigue el camino de la fe, en medio de las dificultades del mundo y con la oración de Cristo.