Aquí empieza el segundo discurso de despedida. En el primero, Jesús enseñaba a sus discípulos a llevar una vida de comunión con él y con el Padre. En éste, los prepara a vivir firmes en la fe y la esperanza, en medio de un mundo hostil.
Este discurso se divide en cuatro partes:
– 15,1-17: La parábola de la Vid: están llamados a producir frutos.
– 15,18-25: Tendrán que sufrir el odio del mundo.
– 15,26 – 16,15: El Espíritu Santo los defenderá en la lucha.
– 16,16-33: Dentro de poco me volverán a ver.
Según su costumbre, Juan mismo nos orienta hacia la idea central, al repetir siete veces las palabras “producir frutos”, “odiar”, “dentro de poco”.
Juan coloca este mensaje en la noche de la Ultima Cena. Pan y vino sirvieron para entregar a los suyos el cuerpo y la sangre de Cristo. Cristo habla también de trigo y de uva, como representaciones de su propia vida que pasa a los creyentes. Hace poco, había comparado su muerte con la del trigo sembrado: “Si muere, da frutos” (12,23). Ahora, prosigue con la imagen de la vid: empieza una humanidad nueva, la de los hijos de Dios, arraigados en Cristo y que producen los frutos del Espíritu.
Yo soy la vid. Jesús está por terminar su existencia terrenal. Al resucitar, se transforma en el árbol lleno de vida, del que somos las ramas. Nuestra vida de cristiano es parte de la vida de Jesús. Estamos en él y él en nosotros. Todo lo bueno que hacemos, sale de su corazón. Hasta nuestras dificultades sirven para que su vida pase a nosotros en forma más abundante.
El Padre cuida su viña, o sea su Iglesia. Anteriormente la viña era Israel, pueblo de Dios (v. Jer 2,21 e Is 5). Dios se quejaba que no le diera las uvas esperadas. Ahora, el nuevo pueblo que empieza, la nueva vid, no lo defraudará, pues en sus muchos miembros corre la sangre y el Espíritu del Hijo Amado: es la raza nueva dedicada a promover la gloria del Padre.
Veamos las características de esta vida nueva:
– Guarden mis palabras: esto se debe entender de palabras sembradas en el corazón, donde crecen y maduran, moviéndonos a actuar como Cristo. Así pasa con quien acostumbra a leer su Evangelio.
— Pidan todo lo que deseen: siendo todo común entre ellos y Cristo, emprenderán lo que él quiera, cuándo y cómo lo desee. Los resultados manifestarán claramente la acción divina.
– Con esto permanecerán en Cristo y tendrán no cualquier gozo, sino “su” alegría, la felicidad profunda, propia de Jesús.
– Mi Padre lo limpiará. La prueba es necesaria para que produzcan más frutos.
En efecto, los sufrimientos y las penas de la vida tienen su razón de ser. Cristo nos presenta tres comparaciones que nos explican el porqué de todas las amarguras:
– el grano de trigo que muere para producir la espiga;
– la mujer que tiene los dolores para dar a luz;
– la planta de uva que se poda para dar más fruto.
Sufrimiento y dolor no son inútiles, pues Cristo los hace servir a la vida y a la fecundidad.
Ustedes son mis amigos. Ese es el privilegio de los creyentes. Otros también que no creen hacen el bien y sirven a los demás. Pero los cristianos son para Jesús, sus amigos, ya que comparten con él los secretos de Dios. Cristo los admite en su intimidad; su amor es personal, su cariño llena toda soledad.