Esta “confesión” recuerda la del capítulo 15. El portador de la Verdad es rechazado y burlado. En el Evangelio de Juan se describirá la misma oposición frente a Jesús. Frente al profeté la gente se vuelve enemiga, porque denuncia el mal y se niega a participar en el pecado de todos. No comprende su manera de juzgar porque habla en nombre de esa luz que le viene de Dios y que ellos no recibieron. Así por ejemplo, Jeremías anhela el reino de Dios por la docilidad del corazón, mientras ellos solamente comprenden un reino material de Yavé en Jerusalén.
Pero había en mí algo así como un fuego ardiente. Lo que más impresiona es la fuerza irresistible de la Palabra de Dios. Cuesta más callarla que enfrentar la oposición de los hombres. Pablo dirá en forma algo semejante que no puede sustraerse a la obligación de predicar el Evangelio (1 Cor 9,16). Este texto nos obliga a revisar y a profundizar las ideas demasiado simples que tenemos respecto de nuestra libertad: Obedecer a la más exigente misión es ser libre.
Yo dije: no volveré a recordar a Yavé. En otro lugar Jeremías llega casi a blasfemar. Pero, finalmente, se abandona confiadamente a Yavé.
La maldición que sigue en los versículos 14-18, será recogida y desarrollada en el capítulo 3 de Job. El profeta conoce momentos de entusiasmo cuando la fuerza vencedora del Espíritu lo empuja; pero cuando lo deja totalmente solo, no hay consuelo humano que lo pueda sacar de la desesperación.