Anotación a Jer 2, 1

      Los capítulos 2-6, fuera del párrafo 3,6-18, contienen la predicación de Jeremías en los primeros años que siguieron a su vocación. Después de los reyes impíos Manasés y Amón, era bien poca la inquietud religiosa; Jeremías se levanta en forma atrevida contra la indiferencia común. Su lenguaje se parece al de Oseas, que un siglo antes en el reino del norte, había hablado en circunstancias semejantes. Para los israelitas, Yavé es Dios o un Dios, pero no alguien que vive. Para Jeremías es el Padre y el Esposo.

      Aun me acuerdo del cariño de tu juventud. Se notará la añoranza del tiempo del desierto, el tiempo de Moisés, en que el pueblo iba errante y pobre pero confiado en Yavé y socorrido por él. Se han acostumbrado a sentirse dueños de lo que era un don de Dios. Al construir su casa, al plantar su viña y tener familia, el israelita se hace rico y olvida a su bienhechor. “Uno no puede servir a dos patrones”. Yavé se presenta como el Esposo celoso: esos hombres tan pronto satisfechos no han descubierto su amor apasionado.
      Cambiaron al Dios de la Gloria por cosas que no sirven. Jeremías piensa en sus contemporáneos que no saben descubrir al Dios invisible y se sienten seguros con estatuas de dioses formadas a su antojo por el hombre. En realidad, sus palabras alcanzan a los hombres de todos los tiempos que solamente confían en sus propios planes.

      “Me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas”. El abandono de Yavé reviste tres formas:
– Dejaron de buscar su voluntad, tanto ellos como sus jefes. Se nombran las tres clases de autoridades de Judá: sacerdotes, pastores (o sea gobernantes) y profetas.
– Restablecieron los cultos de los falsos dioses, a los que se paga sacrificios y votos para tener buenas cosechas.
– Se aliaron con pueblos poderosos, como Asiria o Egipto, pensando asegurar así su existencia y sin ver que tales alianzas los llevaban a ser un pueblo como todos los demás. Su vocación era permanecer confiados en Yavé, sabiendo que si realizaban la justicia en el pueblo él nunca los abandonaría.

      Reconoce y comprueba cuán malo y amargo resulta abandonar a Yavé tu Dios. Puede ser que Jeremías y los profetas hayan tenido una visión demasiado simple de la justicia de Dios en este mundo. Sabemos que prosperidad o desgracia no son pruebas seguras de que vivamos bien o mal. Sin embargo, el que sabe reflexionar sobre su vida y sobre la historia compruebe la palabra de Jeremías.
      La sangre de los inocentes. En muchos lugares de la Biblia se habla de los niños sacrificados a   los ídolos (v. comentario 1 Reyes 16,29).