Anotación a Is 6, 1

      En ese día del año 740 Isaías está en el Templo. De repente Yavé se manifiesta en el Santuario vacío. Los “querubines”, o sea ángeles de madera cubierta de oro que estaban a ambos lados del Arca, han tomado vida. El Templo se bambolea mientras lo llena la nube como en el día de su inauguración.
      En esos breves momentos Isaías se encuentra con Dios dé una manera íntima, auténtica y que lo marca para la vida entera. Eso no lo puede expresar; ni siquiera trata de describir a Yavé que se comunicó espiritualmente con él. La visión que tuvo, las imágenes y las palabras que oyó son como destellos surgidos del encuentro misterioso e indecible.
      Isaías habla del Dios Santo, es decir, totalmente otro, infinitamente distinto de la creatura. Al momento de hacerse presente queda fuera de nuestro alcance. Dios Santo es la manera de decir que Dios es misterioso. Isaías queda suspendido de la presencia de Yavé al mismo tiempo que lo invade un temor que no es susto. Frente al Santo, el hombre se siente pecador; no por tal o cual pecado sino por su misma naturaleza; se siente incapaz de ponerse en manos del Dios que lo envuelve con su presencia.
      ¡Ay de mí! estoy perdido, pues Dios había dicho: “El hombre no puede verme y permanecer vivo” (Ex 33,20). Pero Dios se adelanta: el gesto del Serafín que se acerca con las brasas, ilustra exteriormente la purificación interior por el fuego divino. Isaías es perdonado en el mismo momento en que responde por un acto de fe y acepta totalmente su misión. En adelante, Isaías sabrá y dirá que se debe escoger: o creer en Yavé o bien ser destruido por el contacto con el Santo.
      Serafines, (o sea “ardientes”). Así nombra Isaías a los querubines o ángeles del Templo. Son seres superiores al hombre que tienen el privilegio de vivir en presencia de Yavé y de alabarlo, aunque ellos tampoco lo pueden ver de frente y deben cubrirse el rostro como para protegerse del esplendor de su gloria.
      La Gloria de Dios es la irradiación que sale de él, presente en el Templo de Jerusalén como en un centro del mundo, y que transmite su poder hasta los extremos de la tierra. Así Dios permanece en el secreto de su misterio, pero su energía actúa por todas partes, y a cada momento.
      Isaías recibe su misión:
– Será el portavoz de Yavé.
– Procurará que entiendan como él mismo entiende.
– El pueblo en vez de creer se endurecerá.
– De ahí resultará la ruina de Judá: Solamente subsistirá la raíz de la cual brotará algo nuevo.
      Miren y escuchen. Estos versos no valen para la sola misión de Isaías. Jesús mismo (Marcos 4,12) y los apóstoles después (Hechos 28,26) los recordarán para expresar el resultado de su propia misión: frente a la palabra de Dios, numerosos hombres y grupos sociales se cierran y rechazan el mensaje que los podía salvar. La palabra de Dios es para el levantamiento o caída según la recibamos (Lucas 2,34).

      Todo está expresado en el idioma hebreo, en el cual es difícil dar ciertos matices:
– “entorpece la mente del pueblo” o “serás la ocasión de que entorpezca su mente”; se dicen con una misma expresión en idioma hebreo;
– “para que no entienda ni se convierta” o “de tal manera que no entenderá ni se convertirá”; se dicen igual en hebreo.
      Por eso, algunos traducen estos versos con palabras que dan a entender que Yavé manda a Isaías ‘para’ entorpecer la mente del pueblo y ‘para’ que no se convierta, lo que es ajeno al texto.
      Juan también recuerda estos versos cuando trata de explicar el fracaso de la predicación de Jesús. (Juan 12,40). Allí el apóstol proclama su propia fe en Jesús al escribir: “Isaías vio su gloria y habló de él”. Con esto afirma que la Gloria de Dios, de que aquí se habla, es la misma de Jesús.