Anotación a Is 52, 13

      Miren cómo mi Servidor se hará famoso. Es el cuarto y último poema sobre el Servidor de Yavé. Tal vez es la revelación cumbre de la Biblia antes de Cristo, el anuncio hecho a todos los hombres de un Salvador que muere por sus pecados y resucita para darles vida: Después de sus penas, verá la luz y será colmado y le daré las muchedumbres.
      ¿Quién podría creer esta noticia? Aquí se nos pide la fe. Debemos revisar nuestras ideas frente a la vida, a la felicidad, al pecado para aceptar esta obra de Dios que manda a un inocente para que cargue con los pecados de la humanidad.
      Creció ante Dios como raíz en tierra seca, no tenía belleza. Algunos sacaron la conclusión errónea de que Cristo no tenía buena presencia. En realidad comprendemos que Cristo se aniquiló, aceptó compartir nuestra vida obediente y humilde sin que nada de su gloria divina se manifestara mientras trabajaba y sufría entre los hombres.
      Eran nuestros dolores los que le pesaban. Los judíos estaban acostumbrados a ofrecer víctimas cuya vida y sangre pagaba por sus ofensas a Dios. Estos sacrificios primitivos expresaban una realidad profunda. Comprobamos que nuestros actos traen consecuencias que superan lo que podíamos imaginar. Uno descuidó su trabajo y muere un compañero, otro seduce a una joven y nace un niño que será abandonado. Esto vale también frente a Dios: no basta arrepentirnos para que todo vuelva a su lugar. Dios nos invita a construir algo que no se pierda, esto es, nuestra convivencia eterna con él y todos los hombres; esto es lo que el pecado destruye, de modo que, cada vez que ofendemos a Dios, jugamos con nuestra propia vida.
      El soportó el castigo que nos trae la paz. Cuando Dios perdona no es que olvida el pasado. Destruimos algo, pero a partir de nuestra falta y de las miserias que acarrea, Dios edifica algo nuevo y mejor si logramos su perdón. Donde uno pecó, alguien, él u otro, tiene que demostrar más fidelidad.
      El ofreció su vida como sacrificio por el pecado. Lo que no hizo ninguno antes de él y que sólo él podía hacer. Pero a causa de esto precisamente, “verá descendencia y prolongará sus días”. El profeta anuncia aquí veladamente la resurrección, acontecimiento demasiado improbable para que lo pudiera imaginar de antemano. Y sin embargo, dé esto se trata: justificará a muchos, triunfará en medio de los grandes, le daré las
muchedumbres.
      El presente poema presenta al Redentor. Redención significa pagar el precio para rescatar a un esclavo o a un preso. Esta iba a ser la obra de Cristo. Liberación de una humanidad esclava de su pecado, incapaz de salvarse por sí misma. Pago de una deuda de amor y de obediencia: nuestros pecados mezquinos, o feos, o criminales son siempre falta de amor y de obediencia, y es eso lo que paga la sangre de Cristo.
      Cuando leemos en el Evangelio la Pasión de Cristo, nos damos cuenta que los mismos evangelistas estaban impresionados por esta semejanza entre el proceso y la muerte de Cristo y lo anunciado por el profeta. Y cuando los apóstoles demuestran a los judíos que Jesús es el Salvador anunciado, se refieren con preferencia al presente texto, como lo vemos especialmente en Hechos 8,32; Juan 12,38.