Empieza uno de los discursos sobre Yavé, Dios único y creador. Los mismos argumentos se leerán en los capítulos siguientes, repetidos casi en igual forma. No nos extrañe esta insistencia. Había sido difícil mantener en Israel la fe en el Dios único que supera todas las imaginaciones e imágenes de los hombres. En Babilonia, donde los judíos no tenían Templo, ni culto organizado, ni sacrificios, veían el esplendor de los cultos paganos. La ciudad imperial afirmaba tranquilamente la superioridad de sus dioses seculares y de sus templos famosos. Por eso el profeta afirma hasta el cansancio a Yavé Creador.
En el presente poema, los versos 19-20 son una añadidura ardía. Se notará el trozo 27-31. ¿Por qué dices: “Yavé no me mira?” El profeta trata de alentar a los indiferentes y sin esperanza: Dios ve y sabe dar fuerzas nuevas.