Anotación a Is 40, 1

      Muy discretamente el profeta relata su llamado. Como Isaías, es introducido en el Consejo Celestial, donde Yavé toma sus decisiones rodeado de sus ángeles. Ahí se le revela un hecho misterioso.
      Hablen a Jerusalén y díganle que ha sido pagada su culpa. Yavé ha perdonado a su pueblo. Y porque los perdonó los va a restablecer en la Tierra Prometida. Que no se impresionen por el prestigio de la invencible Babilonia. Toda carne es como hierba, esto significa que la ciudad famosa es solamente construcción humana y pasará como las ambiciones del hombre (v. Santiago 1,10); en cambio, siempre se cumplirán las promesas de Yavé.
      A los ángeles se les ordena preparar la vuelta de los desterrados. El camino árido y peligroso del desierto será allanado para ellos. Su vuelta será triunfal. Para toda carne, es decir: para todos los hombres de la tierra, los prodigios serán tan evidentes que descubrirán la gloria del Dios único y reconocerán a Yavé.
      Luego, el profeta se dirige a través del tiempo y del espacio a la Jerusalén nueva que va a nacer, para anunciarle la Buena Noticia. Estas palabras aparecen aquí por primera vez en la Biblia.
      Otra palabra nueva es consuelo. Esta no significa en la Biblia que Dios nos lleva a la resignación, o a que acatemos como seres pasivos, sino que nos levanta el ánimo para que sigamos nuestra misión. Por eso, en los capítulos que siguen el profeta animará a los judíos para que vuelvan a pesar de las dificultades. Dios asegura que la obra se realizará; pero la continuación de la Historia Sagrada nos enseña con cuántos sacrificios se cumplió. En las cartas de Pablo, especialmente, se encontrará la palabra consuelo y consolar un sinnúmero de veces. Pero él, como los demás autores de la Biblia, al recordar las promesas de Dios nos invita a luchar perseverantemente contra las fuerzas del mal.
      Abran en el desierto un camino para el Señor. El profeta veía a Yavé caminando al frente de su pueblo para conducirlo a la patria definitiva. Pero cuando los desterrados volvieron a Palestina, se dieron cuenta que no por eso habían encontrado a Dios ni la patria definitiva: hacía falta algo que se cumpliría siglos más tarde. En efecto, al tiempo fijado apareció Juan Bautista, predicando en el desierto, y tras él vino Dios “para que lo vieran todos los hombres”, como lo nota el Evangelio (Lucas 3,4).