Este es el acontecimiento decisivo de los comienzos de la Iglesia. ¡Qué cosa más misteriosa! Jesús se había dedicado con cariño y paciencia a formar a sus Doce Apóstoles. Sin embargo, no son ellos los que desempeñarán el papel determinante, sino otros: Saulo, que nunca se encontró con Jesús en Palestina, pero que Cristo viene personalmente a convertir en un instante.
Saulo, después de la muerte de Esteban, se puso al frente de los que en Palestina perseguían a los cristianos (v. 8,3). Quería además contrarrestar la influencia cristiana en las comunidades de los judíos que vivían en el extranjero, y por eso, pidió cartas de recomendación al jefe de los sacerdotes.
En ese momento es cuando Cristo viene a buscarlo para hacerlo su apóstol. El relato presenta a Cristo como vencedor de Pablo. Pablo personifica a muchos hombres que se destacan por sus cualidades y que sin embargo se rebelan contra Cristo, precisamente porque sospechan que si lo aceptan, tendrán que ponerse totalmente a su servicio. Cristo es el más fuerte y logra infundir en el corazón de Pablo el amor apasionado que va a transformar su vida.
Pablo era un joven fariseo de vida muy estricta y ejemplar, muy creyente y fanático (v. lo que él mismo dice en Gál 1). Le faltaba descubrir otra forma de ser creyente, entregándose al amor de Cristo que perdona.
Yo soy Jesús que tú persigues. Pablo nunca olvidará esta frase. Esteban muerto y los cristianos metidos en la cárcel, eran Jesús; Jesús vive en cada uno de los creyentes.
Señor, ¿qué quieres que yo haga? Jesús no actúa fuera de su Iglesia y, por eso, manda a Pablo a recibir de manos de Ananías el Bautismo dé la Iglesia. Luego, tendrá también que ponerse en contacto con los apóstoles (v. 9,27).
Desde entonces, Saulo (que tomará el nombre de Pablo) va a ser para Cristo el instrumento elegido para extender la Iglesia en los demás países. Hasta entonces, la Iglesia, dirigida y compuesta por judíos, no había salido de ese pueblo. Pablo también era judío, pero criado fuera de su país. Tenía tanto la cultura de los pueblos griegos, como la de su propia raza. Por eso, y porque tenía una personalidad excepcional, iba a ser capaz de presentar la fe cristiana a los pueblos griegos.
Vale la pena hacer notar cómo en los momentos importantes de la historia, Cristo llama a los hombres que su Iglesia necesita. Recordemos a Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, y, más cerca de nosotros, a Juan XXIII.
Ahora, la Iglesia necesita nuevos apóstoles capaces de presentar a Cristo a los hombres de nuestro continente, en el momento en que entran a una nueva civilización. Ya no es el tiempo en que uno permanecía por costumbre en sus creencias por ser las de su familia o de su pueblo. Estos nuevos apóstoles tendrán que ser jóvenes de la nueva generación y conocedores de sus inquietudes. A lo mejor saldrán de entre los que, después de haber seguido ideologías no cristianas, algún día descubren en Cristo la verdad y el amor auténticos.