Anotación a Hech 8, 26

      Queda en claro que Lucas, al escribir, no relata todo sino solamente algunos hechos que pudo averiguar. Había conocido personalmente a Felipe (v. Hechos 21,8) y nos cuenta otra actuación suya.
      Notamos la intervención del Espíritu Santo, y es para conducir a Felipe hacia un hombre que no era judío ni samaritano, el primer hombre de otra raza que recibió el Evangelio.
      El etíope que se bautiza es solamente un hombre que teme a Dios. Así se llamaba a los de otra raza que habían sido atraídos a la religión de los judíos y a la fe en un Dios único. Si adherirse a todas las costumbres de los judíos, leían la Biblia y les gustaba participar en las ceremonias judías.
      La conversación con Felipe se inicia a partir del texto de Isaías (v. 53, 7-8). Este poema sobre el “Siervo de Yavé describe al Salvador como a un justo, injustamente condenado y que con sus sufrimientos logra el perdón de los pecados de toda la humanidad. Los apóstoles vieron que este texto de la Biblia era el que mejor anunciaba a Cristo. El poema de Isaías finaliza con un anuncio velado de la resurrección del “siervo de Yavé”. Y lo maravilloso es que Felipe puede dar testimonio de la Resurrección de Jesús, con tal convicción, que el etíope cree en Jesús. Dios actúa como acostumbra; primero pide al etíope este acto de fe y después se manifiesta a él. La desaparición de Felipe y la alegría supraterrenal que invade a su compañero convence a éste de la realidad del mensaje.
      Después de Felipe, muchos apóstoles y militantes han conocido este gozo de comprobar que Dios los había conducido al lugar y en el instante precisos en que debían encontrar a un desconocido, para decirle la palabra decisiva que lo iba a orientar. Mientras más íntimamente unidos vivimos con Cristo y más dóciles al Espíritu, Dios nos concede la gracia de hacer mucho en poco tiempo por su Reino.