Pentecostés, o sea Cincuenta Días (después de Pascua), era una de las principales fiestas judías. Por eso, muchos judíos, que vivían en países extranjeros, habían venido en peregrinación a su país y se encontraban en Jerusalén.
Una muchedumbre reunida en la peregrinación de Pascua, había presenciado la muerte de Jesús. Otra muchedumbre, en Pentecostés, va a presenciar el Bautismo de Fuego anunciado por Él (Lucas 3,16).
El milagro de las lenguas es lo contrario del episodio de la Torre de Babel (Gén 11,1); la Iglesia nace de hombres de varios pueblos y los reúne en una sola familia.
El viento violento figura al Espíritu (en idioma hebreo espíritu se dice con la misma palabra que soplo). Así nace la Iglesia, de Jesús muerto y resucitado que transmite su Espíritu a los hombres (v. Juan 19,30 y 19,34.).
En el acontecimiento de Pentecostés se muestran tres formas de actuar del Espíritu que seguirán en la Iglesia:
– Los creyentes son bautizados en el Espíritu; reciben el perdón de los pecados prometido por Jesús; empiezan a servir a Dios con el “corazón nuevo”, que el mismo Espíritu ha transformado.
– Los apóstoles reciben el “don espiritual”, propio de quienes dirigen la Iglesia y que después transmitirán a sus sucesores (v. 1 Tim 4,14 y 2 Tim 1,6): autoridad para dirigir, ayuda del Espíritu para permanecer en la verdad, poder de bautizar, de celebrar la Eucaristía, de imponer las manos.
– Se dan señales milagrosas que manifiestan exteriormente la nueva vida traída por el Espíritu (v. 1 Cor 2,4 y 1 Tes 1,4).
El acontecimiento de Pentecostés, si bien fue algo único lo mismo que la Resurrección de Cristo, quedó, sin embargo, como el modelo de otras intervenciones del Espíritu de Dios. El bautismo de fuego se renueva constantemente en la vida de la Iglesia; la fuerza del Espíritu hace surgir movimientos apostólicos y comunidades que pasan a seria sangre nueva de la Iglesia que envejece siempre y siempre rejuvenece.
Para que el Espíritu actúe, los hombres se pueden preparar por un esfuerzo de convivencia y de búsqueda común de Cristo, por la lectura atenta de su palabra y en la oración. Después, actuará libremente el Espíritu que “sopla donde quiere” (v. Juan 3,8) y que es el único que da la gracia de ser Testigo de la Resurrección.
V Para ser testigo de un hecho hay que haberlo presenciado de alguna manera. Nosotros no presenciamos directamente la resurrección de Jesús. Pero sí, podemos dar testimonio de esta otra resurrección que operó en Juan 19,30 y 19,34).
Cuando un creyente ayuda a un compañero, cuando acepta una responsabilidad para el servicio de otros, cuando una mujer trata de consolar a su vecina enferma, cuando los padres se sacrifican por sus hijos, aparentemente son las mismas cosas que hacen también los que no creen.
Sin embargo, a la larga, se ve que ellos hacen el bien sin cansarse, que no se desalientan frente a la maldad, que tienen una alegría profunda, que hay en su vida una orientación, un equilibrio que otros no tienen. Entonces todos empiezan a ver que en ellos hay una vida que otros no poseen: son los testigos de Jesús que vive en ellos y les da su vida.