Esta es una nueva intervención del Espíritu Santo para que la Iglesia salga del ambiente judío y el Evangelio llegue a los demás. Cornelio es (como el etíope de 8,27), un hombre “que teme a Dios”, manera como los judíos designaban a los paganos que, sin adherirse a las costumbres judías, habían llegado a la fe en un Dios único, y aceptaban en parte el mensaje de la Biblia. Cornelio no es judío, y lo que es peor, es un oficial romano, es decir, del pueblo enemigo.
La religión judía encerraba a los creyentes en una serie de prohibiciones. Distinguía entre animales puros, es decir, los que se podían comer, e impuros, los que no podían comerse. Lo mismo sucedía entre las personas; los judíos no podían mezclarse con los no judíos. De modo que la visión de Pedro, en que se le invita a comer animales impuros, significa que no debe vacilar en ir a alojar en casa del romano Cornelio.
Vale la pena destacar cómo Lucas resume el discurso de Pedro. No son consideraciones muy elevadas. Pedro dice que Jesús pasó haciendo el bien en nombre de Dios y que resucitó. Pide la fe. ¿Qué abarca esta fe? Que Jesús da el perdón de los pecados y vendrá a juzgar a los hombres. Tal fue la primera manera de entender lo que la Resurrección de Jesús había traído a la humanidad.
No sabemos si Pedro habría vacilado en administrar el bautismo a un hombre no judío (y no circuncidado) cual era Cornelio. La manifestación del Espíritu Santo le forzó la mano.
Hoy también algunos cristianos dudan en invitar a los que no frecuentan la Iglesia o que pertenecen a sindicatos o a grupos políticos diferentes del suyo. Tienen prejuicios contra ellos y esta actitud hace imposible el diálogo. Por eso, la Iglesia está amenazada de quedar reducida a un grupo social cerrado y tal vez anticuado. Los Papas y los obispos invitan a dar un paso, a entablar diálogo con todos los hombres. Sin embargo, muy a menudo, parece que sólo la intervención de un ángel podría convencernos.