Después de establecer que Jesús reemplaza a los sacerdotes judíos, se hace una larga comparación entre el culto que ejercían ellos y el que celebra Jesús.
En la primera Alianza, o Antiguo Testamento, los judíos tenían un templo, con ritos y sacrificios, que procuraban lograr a diario el perdón de los pecados. Con Jesús empieza una Nueva Alianza, o Nuevo Testamento, en el que el Templo es Cristo, que ha entrado en el cielo. Hay un solo sacrificio: el de la muerte de Cristo en la Cruz.
Ya Malaquías 1,11 anunciaba para el tiempo de Cristo un sacrificio que reemplazaría a todos los anteriores. Este “sacrificio puro, ofrecido en toda la tierra”, es la muerte de Cristo en la cruz que cada misa hace presente en todos los puntos del universo.
Se pueden notar algunos puntos:
El texto sobre la Nueva Alianza es de Jeremías 31,31. También se aprovecha el texto de Ex 25,40, para decir que el Antiguo Templo y su culto no era más que una imagen del auténtico que Cristo realiza.
Llevaba su propia sangre. La superioridad de Cristo sobre los sacerdotes está en que sacrificó su propia vida. Entonces, ahora no hay culto ni ceremonias de origen humano que puedan darnos acceso a Dios, si no es la muerte voluntaria de Cristo. Ahora, el centro del culto cristiano es la Eucaristía, que recuerda y nos hace presente el sacrificio de Cristo. Por otra parte, si entendemos lo que hacemos, habrá que imitar a Cristo. El que participa en la Eucaristía debe comprometer su vida, y, de alguna manera, ofrecer su propia sangre.
Sin sangre derramada no se quita el pecado.
De una sola vez los asistentes estarían puros y no se sentirían ya culpables de ningún pecado (10,2) y cuando los pecados son perdonados, ya no se presentan ofrendas por el pecado. Así el autor afirma que si se multiplican los sacrificios para el perdón, esto demuestra que no son eficaces para liberar del pecado. Entonces, cabe preguntar: ya que nosotros necesitamos tantas veces obtener el perdón de nuestros pecados, por ejemplo en la confesión ¿no será la prueba de que el sacrificio de Cristo no nos libera totalmente?
Se puede contestar de varias maneras:
Por una parte, aunque recibamos muy a menudo el sacramento de penitencie, nos beneficiamos siempre del mismo sacrificio de Cristo.
Pero, por encima de todo, hay que recalcar que el cristiano es liberado del pecado, o sea deja de ser esclavo del pecado. Juan dice (1 Juan 3,6) que quien permanece en Cristo no peca ni puede pecar, refiriéndose al pecado que conduce a la muerte (1 Juan 5,17), porque también hay pecados que cometemos y que no llevan a la muerte.
Solamente las faltas que producen una ruptura total con Cristo, al negar uno de los grandes compromisos de nuestra vida, nos pueden volver a la antigua situación. Los que acuden a menudo al sacramento de la penitencie se equivocarían si pensaran que pierden la amistad de Dios de una confesión a la otra: estamos y permanecemos en gracia. A pesar de sus pecados, un Cristiano “está puro y no se siente ya culpable de ningún pecado”, si permanece unido a Cristo por una fe verdadera. Es lo que significa la palabra de Jesús: “El que se ha bañado, solamente necesita lavarse los pies, porque está puro”. (Juan 13,10).