Anotación a Heb 4, 14

      Para los judíos, el Sumo Sacerdote a pesar de sus defectos personales era el personaje sagrado que amparaba al pueblo del castigo merecido por sus pecados. El pueblo no necesitaba solamente jefes que los gobernaran, sino también de un abogado ante Dios. Tal había sido Aarón, hermano de Moisés, el primer sacerdote de los judíos. Así habían de ser los Sumos Sacerdotes, sus sucesores.
      Aquí se desarrolla esta idea: el sumo sacerdote es el Abogado de los hombres ante Dios, ha de ser débil como ellos, y aceptado por Dios. Tal es Cristo en forma eminente. Ignorar que Jesús es hombre entre los hombres es tan grave para la fe como olvidar que es el Hijo eterno de Dios.
      Es útil contemplar el papel de Cristo, Sumo Sacerdote, en el momento que la Iglesia nos recuerda que todos los fieles están asociados al papel sacerdotal de Cristo. Hemos de ser ante Dios los abogados de la humanidad; estamos consagrados a Dios para eso.
      Cuando celebramos la Eucaristía, presentamos a Dios junto con la ofrenda de nuestra propia vida, todo el trabajo y la vida del mundo. En la Eucaristía damos gracias a Dios en nombre de todos. Hemos de ser en la vida diaria los instrumentos de la gracia de Dios, siendo los que propagan la verdad, fomentan el amor y establecen relaciones pacíficas.