El que lea atentamente esta historia verá que es una comparación; los dos protagonistas, Caín y Abel, viven en un mundo poblado de agricultores y pastores. Por eso, no tomemos al pie de la letra lo dicho por el autor de esas páginas cuando llama a Caín y Abel hijos de Adán y Eva. Con eso solamente quiso enseñar que el pecado de Caín, pecado contra los hombres, sigue de muy cerca al pecado de Adán en contra de Dios… Así, pues, no cabe lugar para las preguntas tontas sobre con quiénes se casaron Caín y Abel. La Biblia no pretende relatar los primeros pasos de la especie humana recién salida de sus antepasados animales.
La historia de Caín y Abel nos enseña de forma visual los estragos del pecado entre los hombres:
– Empieza con la envidia, oculta en el corazón del hombre, el pecado está agazapado a las puertas de tu casa, pero tú debes dominarlo.
– La envidia no reprimida es fuente de violencia. Como lo dirá San Juan: Quien odia a su hermano es un asesino (1 Juan 3,15). Con intención, la historia presenta a Caín que mata a su hermano. Pues matar a un hombre es siempre matar a un hermano nuestro.
– Cualquiera que me encuentre me matará. La pregunta de Caín es para el autor de esta historia el medio para enseñar que nadie tiene derecho a vengarse por su propia mano.