El hombre es expulsado del Edén. Así, pues, la vida actual del hombre que sufre y muere lejos de Dios no corresponde al proyecto divino. Sin embargo, Dios ha maldecido al demonio y no al hombre. Cristo nos mostrará que no falló el plan primitivo: el hombre alcanzará su fin y compartirá la felicidad de Dios en la “Jerusalén nueva”. Pero eso solamente se realizará al fin de la historia y por medio de la redención de Cristo.
El castigo viene de la misma naturaleza, que se rebela contra el hombre. El hombre es la criatura que tiene todo para ser feliz, pero que echa a perder sus más valiosas empresas. Las contradicciones y el sufrimiento acompañan lo que es más grande en la vida de los hombres:
– el dar a luz y educar a los hijos.
– la relación entre los esposos: el más fuerte domina al otro. De ahí viene la explotación de la mujer que ha sido desde el comienzo ”el más grande proletariado del, mundo”. El hombre la trata como un objeto y no como una persona, incluso en países que se dicen cristianos.
– el trabajo, causa de descontento. A unos les trae la riqueza,, pero no una verdadera realización de su persona. A otros los hace proletarios.
La misma muerte, tal como la conocemos, es un castigo. No viene como la entrega alegre del hombre a Dios al final de su vida terrenal. Es un misterio de miedo y de inseguridad. Contradice lo que Dios quería para el hombre: la inmortalidad.
He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros. Casi irónicamente, Dios prohíbe al hombre la entrada al jardín en que está el árbol de la vida eterna. Con esta imagen se expresa aquel constante deseo frustrado del hombre de vencer la muerte, de ser inmortal. Pero todos están “bajo la cólera de Dios”, según dice San Pablo (Ef 2,3). Esto quiere decir que los hombres por su pecado y su orgullo no pueden hallar su propia felicidad ni tampoco encontrar a Dios hasta que acepten humildemente a aquél que nos liberó y que es el camino hacia la vida: Jesucristo.
Dos palabras anuncian la lucha contra el mal de la humanidad constantemente herida y por fin victoriosa. La descendencia de la Mujer, de que aquí se trata, es la humanidad en su conjunto. Pero con el tiempo se destacará más y más la cara de un vencedor: el Hijo del Hombre, protagonista del combate decisivo. Cristo morirá en realidad por haberse enfrentado con la fuerza personal que administra el mal multiforme, es decir, el Espíritu del mal (v. 1 Cor 2,8). Y también al morir “echará fuera al amo de este mundo” (Juan 12,31). La Biblia nos ayuda a ver al lado de Cristo a todos los que trataron de salvar a los demás y que, aplastando la cabeza de la serpiente, fueron a su vez mordidos, alcanzados por ese mismo mal.
Con la victoria de Cristo sobre el demonio empezarán tiempos nuevos. La lucha seguirá, sin embargo, con otras modalidades. El Apocalipsis aclara el enfrentamiento de la Serpiente con los hijos de la Mujer, es decir, la humanidad salvada (Apoc 12).
Nótese que así como una mujer originó el primer pecado, también otra mujer estará al lado de Cristo para ser la madre de los salvados. El proyecto de Dios sobre la Mujer falló en la primera, Eva; pero se realizará en María “bendita entre todas las mujeres” (v. comentario de Juan 2 y 19,25).
El gesto de Yavé vistiendo a Adán y a Eva nos recuerda la misericordia de Dios que acompaña y cuida al hombre en las desgracias que él mismo se acarreó.
Siendo este relato una figura del pecado, uno preguntará ¿se refiere al pecado que hubo al comienzo, o al pecado que se comete diariamente? San Pablo, en Rom 5 12-19 y 1 Cor 15, dice que, “en Adán”, al comienzo de la raza humana, hay un pecado que influye sobre el destino del mundo. Por otra parte, los libros históricos de la Biblia, por ejemplo Deuteronomio o Reyes, insisten sobre nuestra responsabilidad presente. No hay que echarte toda la culpa a un antepasado desconocido. Hubo un primer pecado, pero sus consecuencias fueron aumentando de generación en generación por los pecados de todos los hombres. Hoy concretamente, la humanidad está desgarrada por pecados de que todos somos culpables y solidarios.