Anotación a Gén 11, 1

      En el medio oriente, varias leyendas corrían sobre Babel (o Babilonia), la capital más antigua y más famosa de la tierra, con sus edificios de ladrillo y sus torres extrañas, como inconclusas. Este es el punto de partida de una cuarta figuración del pecado, bajo la forma del orgullo nacional.
      La pretensión de edificar una torre que llegue al cielo es imagen del vano orgullo del hombre, que quiere edificar un mundo sin Dios y rival de Dios. Varias veces en la Biblia el nombre de Babilonia significará la nación orgullosa.
      Sólo Dios podrá reunirnos nuevamente: la primera promesa a Abraham será la de reunir todas las naciones en torno a su descendencia (Gén 12,3). Cuando, en Pentecostés, vino el Espíritu Santo al corazón de los creyentes (Hechos 2), los hizo entenderse en el lenguaje único del amor. La Iglesia nace y se forma de hombre de varios pueblos y lenguas.
      Así la venida del Espíritu a nosotros produce un nuevo pueblo. El primer hombre, el de le primera creación y del “no” al plan de Dios construye solo y fracasa. Es el hombre de la Torre de Babel. El segundo, el de la segunda creación, acepta cooperar con Dios y se deja transformar por el Espíritu: es el hombre de Pentecostés.