Anotación a Gén 1, 1

      Al principio. Al principio de todo existe Dios. No el Mundo, la Materia o la Naturaleza, sino Alguien que hizo todo por decisión propia suya.
      Dijo Dios: haya luz. Así debemos entender que toda la creación de Dios será luz. Ninguna cosa salió mala de la mano de Dios. En Dios no hay lugar para los errores de un artesano, cuya mano falla a veces. Todo ha salido de la palabra de Dios, es decir de su decisión: todo fue hecho tal como lo deseaba: y fue así y vio Dios que era bueno.
      Primer día, segundo día, tercer día. El poema enumera todas las categorías de criaturas que hay en el mundo, lo que los hebreos llamaban: ejércitos del cielo, ejércitos del mar, ejércitos de la tierra. Y cada cosa viene a su tiempo. La obra de Dios es ordenada e innumerable.
      Al último día, viene el hombre. Dios es creador no solamente del primer hombre que apareció en la tierra sino que de cada hombre, de cada niño que nace hoy en la tierra y que trae la imagen y semejanza de Dios. Y Dios es Creador de todo lo que hace ese hombre imagen suya. No es solamente Dios del campo, de las flores y de las estrellas, sino que también lo es de las ciudades, de las fábricas y de las máquinas. Por la mano del hombre se complementa la obra de Dios.
      Dios descansó el séptimo día. Por supuesto esta comparación no quiere decir que Dios se cansó. Tampoco significa que Dios ahora mira de lejos su creación. Más bien debemos entender que toda la obra de Dios y todo el trabajo de los hombres tienen que desembocar en el día feliz en que descansaremos junto a Dios, compartiendo su felicidad en el cielo.

      En el siglo VI antes de Cristo, los sacerdotes judíos reunieron y ordenaron la mayoría de los libros del Antiguo Testamento. Esta Historia Sagrada ya tenía como introducción el Proyecto de Dios sobre el hombre, pintado en los capítulos 2 y 3 del Génesis. Quisieron que otra introducción lo precediera, un vistazo religioso al universo: es el capítulo 1 del Génesis.
      El universo aparece como un templo. Dios lo construye solemnemente, por pasos, como en una ceremonia litúrgica. A cada cosa y a cada ser viviente se le atribuye una función: el sol y la luna serán las dos lámparas de ese Santuario. El escritor no desconoce las leyendas paganas sobre el origen del mundo y las hazañas de tal dios de Babilonia que habría partido en dos el cuerpo de la diosa “Abismo” para formar el cielo y la tierra. De ahí vienen los presentes imágenes: Dios empieza separando la tierra (semejante a un disco) del cielo (en forma de bóveda por encima de ella); pero aquí todo es santo, y Dios, siendo espíritu, crea todo por su sola palabra.
      El escritor dispone esta ceremonia solemne en seis días para que el sábado, que entre los judíos era el Día de Descanso consagrado a Dios, éste pudiera “descansar” glorificado por su creación: el fin del mundo y la razón de ser de la humanidad es dar gloria a Dios y compartir su “descanso”.
      En el tiempo que se escribió esa página, la gente imaginaba un mundo que no cambia. Según ellos, el mundo permanecía a lo largo de los siglos tal como Dios lo había creado. Ahora pensamos de otra manera. El mundo nos aparece como en un continuo proceso de cambios y de desarrollo, como Jesús lo da a entender en Juan 5,17: “Mi Padre trabaja todo el tiempo”. El “Templo de Dios”, que es la creación entera, no es una obra del pasado. Todavía estamos en los seis días en que Dios trabaja, a pesar de que ya estamos en el séptimo, en que sus obras lo glorifican.

      En el principio Dios creó el cielo y la tierra. Dios es creador de todo y es antes que todos. Es una afirmación categórica y que nos libera. No hay fuerza que a Dios se le escape; no hay ley de la naturaleza a la cual esté sometido: de él vienen esas leyes. Por eso Dios puede hacer milagros y hasta resucitar a los muertos.
      También es una liberación saber que no hay dioses en el mundo. En todos los pueblos antiguos, los esfuerzos del hombre para ampliar su poder quedaron paralizados por el temor a ofender a esos dioses que detenían las fuerzas de la naturaleza. Es conocida la leyenda pagana de Prometeo, castigado por haber descubierto, “robado”, el fuego que pertenecía a los dioses. Recordemos también a los pueblos que todavía hoy  permanecen hambrientos junto a vacas sagradas que no se deben comer. La Biblia forma a un hombre que no tiemble ante el poder oculto de los astros (¡son lámparas al servicio de Dios!) y que no teme cualquier maldición del destino cuando investiga los secretos del universo. ¿No es acaso un cristiano el primer hombre que marchó sobre la luna?
      En ese tiempo, los hombres no conocían el mundo como lo conocemos hoy. Pensaban en una tierra plana, semejante a un disco, y puesta sobre columnas. Por encima, se mantenía una gran bóveda azul, el cielo, de donde cuelgan las estrellas y el sol. Este cielo era para ellos el piso de otro mundo donde vive Dios con los ángeles. En la Biblia cielo y tierra significan todo lo que existe: por una parte, el mundo de las cosas visibles; y también otro mundo mejor, mundo espiritual que no se puede ver. En la Biblia los cielos no designan solamente el firmamento de las estrellas: también significan ese mundo feliz en que los ángeles, llamados “santos” e “hijos” de Dios, comparten su gloria.

      Dos frases se repiten en la obra de cada día: “Dijo Dios” y “Dios vio que era bueno”. Dios que es espíritu no habló como nosotros emitiendo un sonido. Pero con intención se dice que Dios crea por su palabra. El autor; compenetrado de la Historia Sagrada, sabe que cuando habla Dios lo que anunció se realiza para nuestro bien. Así, pues, “Dios dijo” significa que ordenó las cosas como él solo sabe hacer, con su poder eficaz y bondadoso, creando la vida.

      Dios vio que esto era bueno. Es fundamentalmente buena la creación por ser obra de un Dios bueno. Por esto hemos de mantenerlo a pesar de las catástrofes naturales: sequías, terremotos, epidemias, etc. El autor no niega, sin embargo, la existencia del mal en el mundo. Con intención da a entender que el caos permanece alrededor de la tierra; quedan el mar y la oscuridad que eran para los israelitas el símbolo de las fuerzas malas en el mundo. Sin embargo, estas fuerzas están ordenadas, contenidas: el mar tiene sus límites y la noche debe ceder el paso cada día a la luz.
      Dios vio que ese mundo era bueno al salir de sus manos. Aquí podríamos ver la responsabilidad del hombre en el mundo. Debemos tenerlo por un regalo de Dios y trabajar para suprimir el mal. Ahora, si muchos no creen que Dios sea bueno, es que viven en una tierra que nosotros mismos hemos hecho semejante a un infierno.