Otra vez interrumpe el tema. Pablo empieza una violenta polémica contra los judíos mal convertidos a Cristo, que van repitiendo que para ser buen cristiano hay primero que ser fiel a las leyes y costumbres del Antiguo Testamento. Es la misma discusión que encontramos en las cartas a los romanos y a los gálatas.
A través de lo que dice Pablo sobre su fidelidad a la religión judía, conocemos algo de su pasado. Había nacido en Tarso, de una familia judía que había emigrado de su país y se había instalado ahí, en país “griego”, dedicándose al comercio. Sus padres eran adinerados y considerados, pues tenían dignidad y derechos de ciudadanos romanos (v. Hechos 22,28). Pablo recibió junto con la cultura griega, la educación religiosa de la Biblia y del pueblo judío. Vio de cerca las fiestas y los sacrificios de los paganos y se sentía orgulloso de pertenecer al pueblo de Dios y de estar circuncidado e instruido en las promesas hechas por Dios a su raza. Sus padres lo mandaron a Jerusalén para estudiar la Biblia y el Derecho con los grandes maestros de su tiempo (v. Hechos 22,3). Y cuando llegó a la edad de casarse, no lo hizo, pero tampoco quiso gozar de la vida. Era un fariseo ejemplar, estricto. No se encontró con Cristo, pero sí con los primeros cristianos. Por su fidelidad a la religión de sus padres, creyó necesario perseguir, encarcelar y hasta matar a esos hombres que predicaban una doctrina nueva y estaban engañando — así pensaba él – al pueblo, predicando a un falso mesías, fracasado y crucificado.
Es muy difícil convertir a la fe a los hombres que se sienten seguros de sí mismos, y a quienes no se puede reprochar nada, pues se creen justos frente a Dios. Pablo era uno de estos, y precisamente aceptó “perder todo y considerarlo como basura”.
Pablo no fue en adelante el hombre “decente” que logra el éxito y goza de buena reputación, siguiendo los modelos que ofrece la sociedad. Tampoco se pareció a los que se rebelan contra la sociedad, sin haber descubierto la alegría y la paz. Él lo encontró todo en Cristo.
Pablo combate la idea de los que piensan ser “perfectos”, siguiendo otro camino que el de creer en Cristo e imitarlo.
En fin, recalca la resurrección. Por saber que los cuerpos (o sea las personas) han de ser resucitados y que el universo ha de ser renovado, ponemos las cosas caducas en su lugar: la comida, el vino el sexo dejan de ser dioses que esclavizan a los hombres.