Anotación a Ez 8, 1

      Los capítulos 8-11 son una larga visión de los pecados de Jerusalén y del castigo que sobrevendrá. Todo sucede en el Templo y lo que más impresiona al sacerdote Ezequiel es el desprecio a Dios arrojado del corazón de los hombres por los falsos dioses.
      En 8,2 hallamos algunos destellos de la visión del primer capítulo. Siempre algo denota la presencia de Yavé al profeta que, sin embargo, no lo ve. Ezequiel es de nuevo arrebatado en éxtasis: su espíritu va a contemplar los pecados de Jerusalén.
      En 8,4 Ezequiel ve en el Templo la gloria de Yavé. Desde la inauguración del mismo por Salomón (v, 1 Reyes 8,10), Dios estuvo presente en medio de su pueblo aun cuando se construían altares y estatuas para los falsos dioses en los mismos patios del templo. Pero ahora Yavé abandona su templo antes de que lo destruyan los caldeos; su Gloria sale hacia Babilonia, donde están los desterrados. Da como tres pasos antes de marcharse:
– 9,3: sale del santuario, y se queda en el umbral;
– 10,19:  atraviesa los patios y se detiene en la puerta oriental, frente al cerro de los Olivos;
– 11,1: siempre dirigiéndose hacia el este, a Caldea, atraviesa el Cedrón y se detiene sobre el cerro de los Olivos.
      Mientras Yavé abandona su templo, el fuego divino se transforma en castigo y muerte contra los impíos que ahí han instalado sus ídolos y se han entregado al adulterio, con los varios sentidos que corresponden a esta palabra en boca de los profetas (v, Cap 16).
      Junto con las condenaciones colectivas, hay otras personales. Ezequiel es el cooperador de Yavé y debe decir, junto a él, las palabras de condenación que provocan la muerte de los culpables.

      10,1-22: La iglesia siria lee esta nueva descripción de la Gloria de Dios el día de Pentecostés.
      9,4: una T que en ese tiempo tenía la forma de una cruz protege el “resto”.
      9,8: “¡Ay, Señor Yavé! ¿Vas a destruir…?” El verdadero profeta amenaza al pueblo por sus pecados pero al mismo tiempo quiere salvarlo.