El año 25 de su destierro (es decir, en 571) Ezequiel recibió la visión que expone en los capítulos 40-48, la tierra nueva de Palestina.
La Gloria de Yavé (v. 1,4) vuelve de Babilonia a Jerusalén donde toma posesión de su Templo. Un río sale de debajo del Templo y va creciendo y fertilizando las tierras: es el signo de las bendiciones de toda clase que resultan de la presencia de Yavé en medio de su pueblo. Se describe con detalles el nuevo Templo. También se describe la división de la tierra entre las doce tribus, que renueva la estructura antigua del pueblo de Israel.
Con esta visión, Ezequiel afirma a sus compañeros que hay para ellos una esperanza: el pueblo revivirá y su misión será esencialmente religiosa, pues la vida nacional se organizará en torno al Templo. Los capítulos presentes nos cansan con la abundancia de detalles sobre el culto. Tal vez es ése un medio que nos prepara a descubrir el Dios Santo, separado de todo lo que no es él; nuestra vida ha de ser antes que todo un culto de este Dios. Esta convicción marcará fuertemente la comunidad de los que vuelvan a Palestina (v. Esdras y Nehemías).