Anotación a Ez 36, 22

      Les daré un corazón nuevo. Muchos piensan que es tan difícil cambiar el corazón del hombre en sentido espiritual como en sentido corporal: los trasplantes son siempre muy precarios. Unos al no tener esperanzas de cambiar al hombre lo aceptan tal como es, y prefieren tapar la mediocridad y el pecado general. Otros, al contrario, se amargan contra todo y todos:
      En el texto presente, que se parece bastante a lo dicho por Jeremías en 31,31 y 32,37 y por el mismo Ezequiel (11,19), Dios ofrece dar un “corazón nuevo” al que sea de su pueblo futuro. La experiencia del pueblo judío demostró que los hombres son débiles y que ninguno puede guardar los mandamientos. Pero el hombre, el individuo, si conoce personalmente a su Dios, si llega a compartir su intimidad, ¿no podrá cambiar y renovarse?
      Es lo que dice la palabra convertirse. Convertirse es volver a Dios después de haberse alejado de él. Por un cambio que se produce primeramente en el corazón, es decir, en lo más íntimo del “yo” del ser humano. Y después viene también un cambio de mentalidad y de actitud. En realidad, Dios es el que convierte al hombre al amarlo, atraerlo e infundirle su Espíritu, transformándolo en un ser nuevo. Dios es quien perdona y restaura: Yo les quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.