Anotación a Ez 1, 4

      Del norte soplaba un viento huracanado. Ezequiel fue abrumado por fuertes imágenes que acompañaban las palabras de Yavé. La visión del Carro de Yavé se encontrará de nuevo en el capítulo 10 en que se indica que Yavé deja su Templo de Jerusalén para ir a Babilonia a vivir en medio de los desterrados.
      Los pueblos de ese tiempo pensaban que sus dioses estaban sometidos a santuarios y lugares determinados. Así, los judíos pensaban que Yavé no se encontraba fuera de la Tierra de Palestina. Los desterrados a Babilonia sin patria y sin Templo donde adorar a su Dios se vieron pronto cogidos por la desesperación. Tenían la impresión de que Yavé los había olvidado y que solamente los que habían quedado en su país podían disfrutar de su atención.
      Por eso, precisamente, Yavé enseña a Ezequiel que no por tener en Jerusalén el lugar de su culto está menos presente en la lejana Babilonia. Yavé sigue a su pueblo y habita con él.

      Aparecían cuatro seres con cuatro caras y cuatro alas. La visión habla por medio de imágenes de ese tiempo de la grandeza de Dios. En los palacios de Caldea. se veían estatuas grandiosas de seres fantásticos, llamados “Querubines”, en que se mezclaban los rasgos de lo que es más fuerte en la naturaleza: el hombre, el águila, el león y el toro. Aquí pasan a ser seres vivos, impetuosos, que rodean y protegen el misterio de Yavé. Las ruedas entrecruzadas que van en todas las direcciones, indican la acción de Yavé a través del universo. En ellas se juntan los ojos que lo ven todo y la movilidad que no conoce descanso. El apóstol Juan usará a su manera las imágenes de la presente visión en Apocalipsis 4.
      Sobre los seres una bóveda brillante como cristal. El arco iris y la bóveda transparente como cristal que soporta el trono también hablan del misterio de Yavé. Igualmente el fuego donde Yavé solo puede vivir y donde sería destruido todo lo que no es de Dios.
      Una figura semejante a un hombre. Y llegado a lo más íntimo de Dios, la última imagen será una apariencia de hombre, porque todo el poder de Dios viene de su ser misterioso y personal a cuya imagen fue hecho el hombre.